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¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Que ha hecho la posteridad por mi?
Groucho Marx

Blablablá

Angelitos
por Alejandro Feijoó

No es dolor lo del diente. Ni miedo ese latido espontáneo que me bombea el pecho. Pero algo de los dos bichos me empieza a picar mientras espero en la salita. La "última hora de la mañana" que elijo para la cita es la una, esa frontera donde ya decayó el entusiasmo matinal y el ansia empieza a oler a Madrid, a menú de dos platos, vino y postre; incluso bajo el techo de la crisis.

Hay bullicio en la sala. Varios hermanos latinoamericanos esperan sus turnos. Pienso que solo uno es paciente y los demás, acompañantes. O no; niños, padres y hasta abuelos, un pack familiar, el plan de cuotas que hay en los carteles de la entrada. La boca es una sola, y eso cuesta. Incluso para el inmigrante, treinta por ciento de desempleo, la red de contención con agujeros grandes, la vuelta a casa como un espejo que deforma.

Casi sin darme cuenta voy por el pasillo detrás de la asistenta; ella también es hermana. En otras circunstancias apreciaría su andar tropical, pero hoy no, ni siquiera llamándome “mi ángel”, esa confianza caribeña. Aparece la doctora, igual de joven que la semana pasada, y me hace sentar, mientras yo pienso firmemente en que el temblor (el mío) es posible. Los detalles cobran todo su valor cuando el spray me enfría la encía, y el fantasma del pinchazo se hace de telgopor. La anestesia no tarda en empaparme por dentro y en un par de minutos sé que habrá pasado Tyson por mi mandíbula. A mis espaldas la asistenta prepara los artilugios, escucho ese metal que se mezcla con las canciones tontas de la radio que salen por las ranuras del techo; ahora los altavoces son ranuras.

Cualquiera que haya pasado por esto sabe que la clave está en abrir la boca y contar las muescas del techo. Me cuesta entender cómo es posible que la doctora hable de la moto de su novio, del tráfico de Madrid, del programa que vieron anoche por la tele, mientras el nervio de mi segundo molar se resiste triste, solitario y final. La pausa del torno (y pasa un ángel) coincide con la señal horaria. ¿En todas las radios del mundo hay noticias a las en punto? Una voz feliz me recuerda las pensiones congeladas, la rebaja de sueldos, el IVA que vuelve a venir, el esfuerzo de todos. Y para arropar a este sándwich de realidad, el pan de la música tonta.

Aunque más vieja que hace cinco minutos, la doctora vuelve a la lucha con bríos renovados. En nada tengo varios dedos dentro de mi boca. Ahora la charla entre ellas no es de motos ni de programas. Va de relicarios y medallas. La asistenta lleva una colgada al cuello. “Estos son los cinco míos –escucho que dice– y este es el angelito que se me fue al cielo”, y hasta detecto algo de emoción. No escucho la respuesta de la doctora, no sé siquiera si la hay: mi molar claudica y ya es pieza muerta, otra muesca en la culata del torno. Tampoco estoy para muchas apariciones, más bien quiero desaparecer, velar a mi nervio como merece un buen luchador, llenar este vacío, dar cuenta de un bocadillo de jamón con el molar provisional cuyo alquiler me cuesta treinta euros. Hasta la semana que viene, digo y escucho. Y más que saludo es convención.

Camino de vuelta a casa. En la calle hay hombres oscuros que deberían estar trabajando. Pienso que ellos piensan lo mismo de mí. No sé por qué pero apuro el paso. No es dolor lo del diente, ahora menos que nunca, si al ángel de mi nervio lo llevo radiografiado en el bolsillo. Pero lo del miedo, eso sí está dudoso.

Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

Tocate una que sepamos todos
El mes de mayo parece ser muy apropiado para los conciertos largos. Desde el día 12 del patriótico mes, Guillermo Terraza estuvo dale que te dale con la guitarrita durante 106 horas, con la intención de recuperar el record perdido. La cuestión es que este recordman de las 6 cuerdas volvió a entrar al Libro Guiness, a pesar de no haber logrado su objetivo primigenio: hacer un recital de 120 horas. No le eches la culpa a Río, Terraza, échasela a los médicos que no te autorizaron a seguir.

 

Si es izquierdo es bueno
La Universidad de Aberdeen, en Escocia, no se dedica a la cría de ganado, aunque debiera. Pete Cohen, de tan equívoco nombre en un bruto castizo, bien podría ser granjero pero decidió ser psicólogo. De tan adorable yunta, nos llega una de las investigaciones que han revolucionado el saber académico y, manía divulgativa mediante, ahora llega a nuestros hogares. La buena nueva que proclaman es que, a partir de hoy, levantarse de la cama por el lado izquierdo ayuda a pensar de forma más racional sobre el día que uno debe afrontar. Ojo al piojo: no se trata de la vulgar superchería de que trae mala suerte levantarse con el pie izquierdo, ni de la falaz sabiduría popular que dice que dormir de ese mismo lado aumenta las posibilidades de morir de un infarto. Señoras y señores, lo que Pete y sus amigos nos anuncian es producto de años de investigación y cientos de miles de euros. Afortunadamente, esta nueva certeza científica tiene el aval de especialistas en sueño, capos del feng shui y otros integrantes de la fauna de psicólogos cortoplacistas y neurocientificistas. Y, por el mismo precio, no sólo podrán pensar mejor el día sino que, levantándose del lado izquierdo, se verán favorecidos en asuntos familiares, de salud, financieros y, ya que estamos, de poder. Si tu pareja te birló ese lado de la cama, pues bien, es hora de que en la economía familiar entre a tallar un nuevo objeto de intercambio.

 

¡Que no se repita!
¡Aleluya hermanos! Gracias al trabajo de algunos científicos de un instituto norteamericano en el que hallaron El área cerebral que nos ayuda a aprender de los errores... ¡ya no volveremos a repetir! Nunca más el otra vez sopa, el más de lo mismo, el cómo puede ser igual si yo..., señoras y señores, eso se terminó.
Desde ese prestigioso instituto, que, obviously, forma parte del centro médico mas grande del mundo, nos informan que ubicaron qué parte del cerebro nos indica que nuestras expectativas no se cumplen, “cuando la recompensa es menor de lo esperado, el cerebro necesita aprender cómo evitar acciones que conducen a ese resultado”, dicen, y, continúan afirmando que, gracias a esa “señal de decepción”, uno no vuelve a cometer el mismo error. Por un módico precio e industria farmacopeica mediante, se viene la pildorita contra los errores y decepciones. Y, si gusta un poco más, obtendrá el manualcito para aprender a aprender de los errores. No se angustie más, no trabaje más en un análisis, tire los libros de Freud que afirman que hay diferencia entre los esperado y lo hallado, que eso engendra la pulsión... Pronto hallará exactamente lo esperado, ni más ni menos (y no venga con que no sabe qué espera...habiendo tanto objeto en el mercado!!), pronto.... no tendrá pulsión.

 

Yo robot
Playas con arena, palmeras y mar artificial adentro de un edificio pensado para no necesitar salir de él en lo que dure una vida. Después de eso era de esperar que Japón se despachara con un muñeco de hojalata para oficiar como Juez de Paz en un casamiento. En la foto, la pareja se veía feliz, como si quien tuviera entre sus manos el libro para inscribir la unión de pareja fuera uno de ellos. Uno de nosotros, bah. Un humano. Maravillas de la ficción hecha ciencia, el paradigma de Pinocho parece renovarse. Pues bien, antes que a este dudoso avance, que parece absurdo pero bien pensado es terrible, prefiero escuchar a Alan Parsons haciendo I Robot en vivo, 27 años después de haberla compuesto...




¡A llover que se acaba el mundo!
por J. Martínez

De pequeño, una de las preocupaciones que tenía estaba íntimamente relacionada con el Diluvio Universal. A pesar de haberme alineado de modo temprano con la teoría de la evolución de las especies, no dejaba de preocuparme el acontecimiento bíblico de una lluvia de tal magnitud que hizo necesario a Noé y a su arca, para preservar las especies animales hoy conocidas en el mundo. Dos de aquellos, un par de esos otros, el casalito aquél... Quería ser yo quien estuviera al mando de esa nave pletórica de bestias agradecidas. ¿Cómo había hecho para subirlas al barco? ¿Las había encantado como el flautista de Hamelin a las ratas? ¿Cómo había evitado al depredador y su almuerzo, el ciclo natural de la vida? Para mi cabeza, ese diluvio era una revancha de las especies, un renacer a partir de la condena y la ira divinas, una forma de resistencia humana al designio de dios. No podía, en aquel entonces, pensar en metáforas.

Años más tarde, encontré en el diluvio un trazo que tiene que ver con la estructura simbólica humana. Fue al leer La Epopeya de Gilgamesh, el relato escrito más antiguo del que se tenga conocimiento. Es en la mítica vida de Utnapisthim donde la religión judeo-cristiana ha abrevado para formalizar su propio castigo divino. Si es cierto aquello de “Primero con agua, después con fuego” para marcar el modo del fin de un mundo, bien podemos anticiparnos buscando esas trazas en otras escrituras. El mundo que se terminó con el diluvio universal fue un mundo donde no estaban establecidos los márgenes de lo divino, lo humano y lo sub-humano. Y es en el relato de la vida de Gilgamesh, en su epopeya, donde estas cuestiones tendrán su metáfora fundacional. Utnapisthim, abuelo de la Humanidad (y del propio Gilgamesh) fue, como el bueno de Noé, quien tuvo como responsabilidad salvar a las especies del mundo, de acuerdo a la mitología sumeria. Enlil, dios del cielo, decidió la destrucción de la raza humana porque le resultaban bulliciosos y molestos. Ea, dios de la Tierra, fue quien advirtió a Utnapisthim para que preparase un barco en el cual llevar animales, semillas y a su propia familia. El diluvio sobrevino y la humanidad pereció, a excepción de los habitantes de la barca. Cuando el agua comenzó a bajar y la geografía del mundo a volver a la normalidad, Utnapisthim liberó un ave para constatar que hubiera suelo donde establecer los cimientos de la nueva humanidad. Cualquier parecido con la historia de Noé y el arca, no es mera coincidencia, sino pura divulgación mitológica. A diferencia de su par judeo-cristiano, Utnapisthim tuvo una recompensa: la inmortalidad.

El diluvio universal ha tenido distintas versiones en las culturas que habitan y habitaron el mundo y referencias en la mayoría de las literaturas fundantes de las religiones. Así, los encontramos en las escrituras védicas de la India, en leyendas mapuches, incas, mayas y aztecas. Incluso según la mitología griega: Poseidón, por orden de Zeus, provocó un gran diluvio como castigo para los hombres que, gustosamente, habían aceptado el fuego que Prometeo robó del monte Olimpo. ¿Quién salvó, según los griegos, a la humanidad? Deucalión, hijo de Prometeo. ¿Cómo? Construyendo un arca en la cual poner a resguardo a una pareja de cada animal. Historia conocida.

Es en estas metáforas donde se encuentran los primeros trazos de la cultura humana y su organización; la delimitación de lo divino y lo humano, las disputas del hombre con la idea dios, lo ejemplificador y el modo de escaparle, la ley y la trampa. Así las cosas, el efecto del diluvio como castigo, al decir del replicante Roy Batty, el extraordinario personaje encarnado por Rutger Hauer en Blade Runner, se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia.