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La palabra no representa la realidad. La palabra es la realidad.
Phillip K. Dick

Escritos


Carlos Sampayo | Entrevista
por Javier Martínez

Hombre que ha vivido en varias ciudades del mundo desde su nacimiento en carmen de Patagones hasta su actual regreso a Buenos Aires, no encuentra, en ninguna de ellas, un lugar de pertenencia exclusivo.

Esa multiplicidad de lugares parece acompañanda por una gran diversidad de profesiones alrededor de la palabra: poesía, narrativa, guiones de historieta y cine y periodismo especializado en jazz.

En una entrevista exclusiva, conversamos sobre todas y cada una de estas cuestiones que no sólo hacen a su profesión sino, por sobre todo, a aquello que lo apasiona.


La conquista del fuego
por Andrea Barone

El fuego, descubrimiento y encuentro, hallazgo que quiebra: un antes y un después. Una gran película de Jean Jacques Annaud que pone en escena como el fuego organiza, al modo del falo. En torno a él se ordenan diversas cuestiones, a partir de él se producen otras tantas y también por él se disputa. Se transforma con él, un paso: de lo crudo a lo cocido, Levistrosianamente hablando, la posibilidad de un menú. De lo frío a lo tibio, a lo caliente, con todas las modulaciones del amor, de las tibiezas más tiernas a los apasionados momentos, instantes. Metáforas diversas, de las calenturas más cargadas de odio, ira y a veces fanatismo, hasta esos amores ardientes, corazón en llamas. Del en ocasiones placentero calor al cuerpo abrasado por la fiebre o a los cuerpos quemados, siniestro modo de purificación para el freudianamente hablando delirio de masas: la iglesia, desasimiento de los sujetos, a la hoguera las locas histéricas que gritaban verdades. Usado por otros tantos en la historia actual, en la nuestra, en diversos tiempos, del mismo modo terriblemente siniestro. Productor de catástrofes a veces, contingentemente unas, con intención en otras, consumiendo, matando, transformando en cenizas. Utilizado para una de las últimas definiciones del infierno según el benemérito Benedicto: un fuego interior. Usado para otros desasimientos, montañas de hojas del otoño con su particular olor a quemadas, posibilidad de que haya otras hojas, una escritura. Claramente usado para otra luz, en la lumbre y alumbramientos, en la conquista amorosa que lo produce, otros prenderse, estar en llamas, encenderse;  luminosidades diversas y para algunos, un infierno encantador. Gracias por el fuego.

Lo que quema
por Lionel Klimkiewicz

A Borges le gustaba reírse de sí mismo al recordar sus textos de juventud, y solía decir que en la vejez ya no abusaba de gongorismos como en sus primeros años. Y esto porque entendió con el correr de los años que no hay un número indefinido y creciente de metáforas, que a lo sumo existen 6 o 7 de las que sólo quedan variaciones.

Como ejemplo de su primera época de escritor, basta leer unas líneas del texto “Llamarada”, que publicó a principios de 1920:

“La llama roja salta y chisporrotea.-Yo paso junto a la llama; yo escucho lo que quiere proclamar su lengua de fuego,-yo doy palabras y voz a lo que susurra esa llama.
Yo, latente bajo todas las máscaras,-nunca apagada y eternamente acechando,-hermana de la abierta herida da la luz en el desnudo flanco del aire –hermana de lares y piras –hermana de astros que arden en los jardines colgantes cuya serenidad enorme yo envidio, -desterrada de las selvas del sol hace abismos de siglos – encarno la grande fatiga, la sed de no ser de todo cuanto en esta tierra poluta vibra, y sufriendo vive.
Te siento y paso(…)”

62 años después, con motivo de una quemadura sufrida en un viaje por el viejo continente, escribe un texto titulado “Madrid, julio de 1982” que se publicó en su libro “Atlas”, que lleva la marca de su simpleza:

“El espacio puede ser parcelado en varas, en yardas o en kilómetros; el tiempo de la vida no se ajusta a medidas análogas. Acabo de sufrir una quemadura de primer grado: el médico me dice que debo permanecer diez o doce días en esta impersonal habitación de un hotel de Madrid. Sé que esa suma es imposible; sé que cada día consta de instantes que son lo único real y que cada uno tendrá su peculiar sabor de melancolía, de alegría, de exaltación, de tedio o de pasión. En algún verso de sus “Libros proféticos”, William Blake aseveró que cada minuto consta de sesenta y tantos palacios de oro con sesenta y tantas puertas de hierro; esta cita sin duda es tan aventurada y errónea como el original. Parejamente el “Ulises” de Joyce cifra las largas singladuras de la odisea en un solo día de Dublín, deliberadamente trivial.
Mi pie me queda un poco lejos y me manda noticias, que se parecen al dolor y no son el dolor. Siento ya la nostalgia de aquel momento en que sentiré nostalgia de este momento. En la memoria el dudoso tiempo de la estadía será una sola imagen. Sé que voy a extrañar ese recuerdo cuando esté en Buenos Aires. Quizá esta noche sea terrible.”

Las correcciones | Jonathan Franzen
por Claudia Hartfiel

La trama de la novela Las correcciones se centra en un entorno relativamente pequeño y va expandiéndose a modo de espiral, así como el tiempo, que sigue una línea cronológica pero que abunda en flashbacks hacia escenas fundamentales para que el lector vaya reconstruyendo casi toda la historia de la familia Lambert. En este marco rebotan los hechos, se entrecruzan, se dañan o se apoyan hasta obtener el tejido que, más que una obra industrial, tendría la apariencia de esos textiles artesanales en los que en las irregularidades se encuentran el valor y el placer.

Cada integrante del grupo familiar es íntimamente acompañado por un narrador que no ahorra interpretaciones permanentes sobre los Lambert y sus actos, detallando con interés y pocas consideraciones morales las acciones de distinta trascendencia, afinando la mirada sobre los detalles, clave de todo movimiento. Por ese cedazo pasan Alfred –jubilado ferroviario con Parkinson– y Enid –ama de casa, esposa y madre– que viven en St. Jude –con sus “barrios residenciales y gerontocráticos”– en el Middle West de los Estados Unidos. Tanto el hijo mayor, Gary –un banquero exitoso, cuyo ideal es ser mejor esposo y padre que el suyo, también alcohólico, depresivo y “que puso el cuello bajo Caroline”, según la consideración de su hermano Chip–, como Denise –cocinera exitosa y exquisita que se mete en problemas por una desenfrenada pasión por la esposa del dueño del restaurante donde trabaja, mientras intenta convencer a su familia de que está teniendo una aventura con su jefe casado– viven en Filadelfia. Chip, el apuesto e intelectual hijo menor, profesor regular universitario, a pesar de su crítica “conciencia foucoultiana” es expulsado tras un escándalo sexual con una alumna del D_College, de Connecticut, y termina en Lituania como asesor de un político corrupto, quien ofrece su devastada patria a los buitres capitalistas mediante negocios tan absurdos como posibles (¿acaso la vida, lector, no abunda en situaciones absurdas pero, oh, tan “reales”?).

La publicación de Las correcciones suscitó gran polémica en su país debido, en principio, a su adscripción a una forma de realismo poco habitual por estas últimas décadas –según se dice, “más tradicional”, y de hecho el autor proyectó escribir una novela a lo Dostoievsky o Balzac–, aunque no falta la historia de una familia decadente de clase alta del Medio Oeste en los también decadentes ’90 en USA, ejes habituales en la narrativa de los últimos años producida en este país, lo que ha posibilitado a los autores la crítica de los prejuicios y la banalidad imperantes. El segundo motivo, ya de escándalo nacional, tuvo lugar cuando Franzen se negó a visitar a la diosa Oprah Winfrey a su programa de TV, plataforma de lanzamiento de los autores “que hay que leer”. Sin embargo, el éxito no le fue esquivo a Las correcciones, que llegó a postularse como “la novela del siglo XX”. ¿Será para tanto?

Sin dudas, Las correcciones es una gran novela, excelentemente escrita, a la que la clasificación de “realista” le queda chica, y más aun la de “realismo tradicional”. La forma de realismo que va hilvanando su entrometido y nada “correcto” narrador, la dispar índole de las escenas descriptas, la enorme cuota de humor que atraviesa toda la trama –convirtiéndola, por momentos, en una gran comedia de enredos– mientras expone sin piedad profundas miserias humanas, lo ubican como una obra original, muy personal, que va manipulando las representaciones y adscripciones del lector de un modo sutil, cambiando sus perspectivas sobre los personajes a pesar de que estos se mantienen, por lo general, fieles a sí mismos. Es a partir de las acciones narradas, en forma de rompecabezas, que el lector va descubriendo cómo son estos humanos y por qué actúan como actúan, sienten como sienten, son como son, en definitiva. A pesar de que, por un lado, son estereotipos de ciudadanos estadounidenses de su época, el grado de conocimiento que se va adquiriendo a lo largo de la lectura sobre sus percepciones, emociones, experiencias, giros y profundas motivaciones, los personajes se elevan sobre estos perjuicios con los que entran los lectores a la novela y adquieren una posición en la que, al menos, obtienen respeto. Por eso, es explicable el debate que generó en su cada vez más decadente país: a partir de una forma de realismo “no correcta”, que no ahorra la puesta en escena de las miserias, de lo absurdo de la existencia humana, de las inauditas formas de placer que cada uno puede obtener, del lado-asshole y del lado-noble de cada uno, les pone a sus conciudadanos el dedo en la llaga para hacer visibles, más allá de prejuicios y vergüenzas, a los hijos de una época, como somos todos nosotros, lectores, en brazos de los ideales capitalistas todavía vigentes. Además, el autor, magistralmente, no permite la identificación lisa y llana del lector con alguno de ellos en particular: en cada uno hay algo de todos. Entonces, el nivel de crítica se mitiga o disuelve en beneficio de mostrar eso que somos. Y que cada uno saque sus conclusiones.

Las correcciones debe su título al motor de una sociedad como la del Medio Oeste estadounidense, pero no es la única sociedad que tiene sus correcciones..., lo que vuelve a la obra universal. Y también es universal que un modelo social basado en las correcciones –siempre impuestas por otros– falle (los hijos de Alfred y Enid son una muestra cabal), momento en que el cuerpo empieza a gritar. Y cuando los cuerpos y el amor han sido asfixiados por las acciones correctas, y se intenta encontrar otros parámetros, ¿en qué se basan las acciones? ¿Cuál será el nuevo motor? Tal vez esa sea la pregunta de la novela que mueve los hilos, y se dispara más allá.

Ojalá surja alguna respuesta a partir de sumergirse en el entretejido de recuerdos, pensamientos, percepciones, enredos y entuertos que va armando la trama hasta llegar a la bendita y final reunión de Navidad de padres e hijos bajo el techo del hogar familiar –que tanto le costó a Enid lograr. Quizás se pueda constatar que en la vida hay más grises que blancos o negros y que cada persona está compuesta por tantos ingredientes que todo estereotipo peca de pobreza. Ah, y que la vida no es precisamente bella, sino en pequeñísimas porciones. Una pena, pero vale la pena caer en la cuenta leyendo esta historia.

Seix Barral – Biblioteca Formentor | 2002




A dos voces: Liliana Ancalao
por Viviana Abnur

Poeta, escritora, profesora de Letras, Liliana Ancalao, nació en Comodoro Rivadavia en 1961.Pertenece a la Comunidad Ñamkulawen y forma parte del grupo de investigación de mapudungun (idioma mapuche).
Publicó los poemarios: Tejido con lana cruda (2001), Iñchiu (2006) y Mujeres a la intemperie, El suri porfiado–Colectivo Bajo los Huesos, (2009). Integra también la antología de poesía mapuche contemporánea, La memoria iluminada, editada por la diputación española de Málaga (2007). La poesía de Ancalao hace pie en el asombro, mientras avanza hacia el reencuentro con las voces de los antepasados. Hay una búsqueda y recuperación de la identidad perdida según ella misma cuenta:

“El origen de escribir poesía, lo relaciono un poco con el modo de ser de mi mamá. Ella se asombraba con todo, era una niña asombrada y me imagino que la nostalgia que tendrían mi mamá y mi papá de haber pasado su vida en el campo, en contacto con la naturaleza, a venir a vivir en el medio del cemento y a trabajar en el petróleo habrá significado para ellos un desarraigo muy grande. Mi mamá era una perpetua asombrada del mar, de los pájaros, de todo lo que había en la naturaleza. Después mi hermano mayor hizo un camino setentista en lo musical y a mi casa entró la música y la poesía del rock nacional” (www.del origen.com.ar)

“Primero tuve una relación con la literatura en castellano, después con el rock nacional y sus letras tan bellas, así que digamos que entré por la puerta de atrás a la literatura. Después, en el mismo sentido que fui haciendo mi regreso a mi raíz, a identificarme y a decirme con mucho orgullo mapuche, empecé a reaprender todos los contenidos culturales que me habían sido negados con la historia.” (www.azkintuwe.org)

Para este número de ESTO NO ES UNA REVISTA, y desde la Patagonia argentina, la voz tenaz y delicada de Liliana Ancalao.

 

Hijas
I

yo andaba
tan derramada por la vida
dando lástima imagino
qué dirían de mí
tan regalada al mar

y me nacieron

dos hijas madrugadas
de innumerables ojos
brillantes impacientes

vinieron a juntarme
me ordenaron los días
en estantes de leche
trivisol
y vitina

sin consultar siquiera
me invadieron


II

nacieron
y los peces relampaguearon en la oscuridad
y hubo fauces por los cuatro costados

aprendimos el lacerante miedo
de no tener pan
y abrigo
para ustedes


III

qué resistencia de personitas
al acecho
de un resquicio una fisura
por donde filtrar su luz
su desbandada luz
su verdad insoportable

justo a nosotros
que nos hacemos los fuertes
justo a nosotros
y nos quedan grandes


IV

y cuando ya no puedo
cuando el viento me arroja paladas de ceniza
y ya casi me tiene
ahí apagada

abren a gritos la puerta más pesada
pasan a risas sobre el silencio más sordo
y me traen ¿para mí?
una flor amarilla de esas
que pegotean su perfume en el baldío

se van
tras el amigo nuevo que junta cascarudos

yo me quedo así
recordada
como una piedra

quién lo diría
voy a estar aquí
cada vez que vuelvan


las mujeres y la lluvia

cuando niñas vamos sueltas por el patio
y el sol nos persigue de a caballo
pero la luna implacable nos va dejando sus mareas
hasta que nos desvela
y esa noche encontramos
un cántaro
en lugar de la cintura

aprendices de machi las mujeres
nacemos así al rocío
listas para mirar los barcos que se pierden
descalzas a la neblina antes de que amanezca
nervaduras de lluvia nuestras manos
levantadas al cielo

te salpicará el amor
parirás sin amarras
y recibirás con ojos arrasados
la visita intermitente de la risa
permanecerá la llovizna en tu vientre
porque no te atreverás a ser la madre
de todos los desamparos
que andan por la calle

caudal desubicado te desarmará
en pájaros que no saben hablar
a borbotones no podrás decir
lo que quisieras
mejor dejarlo que se derrame despacio
decir
permiso tengo lluvia y alejarse
a una altura al mar al cielo
hasta que vuelvan a apretarse los musgos
en las profundidades

yo conozco mujeres que nunca se alejan
le abren la compuerta a sus gorriones
y lloran
enjuagan el trapo mojado lo estrujan
limpian con él la tabla y lloran
pican cebollas y más lloran
igual hacen las camas
barren la casa peinan a los chicos
igual lavan
dónde aprendieron

hay otras que se pasan la vida domesticando
a sus pájaros
porque no quieren que irrumpan sin aviso
y los beba el enemigo
guardan su sangre su ausencia quietos en el fondo
y apuntan con palabras nítidas de cuarzo
que van a dar al blanco

yo a las palabras las pienso
y las rescato del moho que me enturbia
cada vez puedo salvar menos
y las protejo
son la leña prendida de atahualpa
que quisiera entregar a esas mujeres
las derramadas las que atajan sus pájaros
a cambio de un abrazo

una vez en febrero yo estaba ahí
en el campo
y se llovía todo
parecía la furia de cai cai sobre nosotros
el agua estaba helada
las ancianas prosiguieron el ritual
y tuve que quedarme
hasta cuándo aguantaremos
pará la lluvia dios es demasiada
no la bebe la tierra se atraganta
y somos casi nada
trazos de tiza borrados por el agua

después de unos siglos el sol abrió las nubes
la voz gastada de meridiana epulef
levantó el taill del cauelo

pensé que dios podía ser ese arco iris
o los caballos en fila
moro zaino pangaré tostado bayo
saludando al horizonte despejado

huele tan bien la tierra después del aguacero

 

pu zomo engu mawün

Fey chi pichikezomongeiñ amuiñ
montulngeiñ lepün mew
antü inantükueiñ mew kawellutu
welu küyen elürpaeiñ mew ñi pu ko nepeiñ mew
tüfey pun peiñ kiñe lom metawe, llawe pelaiñ

pu machikimelpeyel
llegiñ, feley, mülum mew
pepikawküleiñ, pu wampu ñi leliael ñamkülelu
ngenoshumelkezomo chiway mew
mawünwünn mew tapülfüna iñ kug
witrañpramlu wenu mew

keipüleimew ayün püñeñaimi
trapelngelaimi, llowaimi,
nge treifunakümlu mew, ñuin ayen ñi llallitun
mülekayay chi fainu eimi mi putramew
llükaalu am ñukengealu
kom kizulenche ñi ñuke miawlu rupu mew

wau mangitripalu chafozüaeimew
pu ishim zungulalu mew
traigen mew chem pepi pilaymi
welu llowaimi ñi wütruael pichi ñochi
chaliaimi, piaimi nien mawün
alütripaimi alüpramülewe mew
lafken mew wenu mew
ka ngütrawtuay lafkenkachu pu lom mew
Iñche kimün pu zomo turpu kamapukünuwlay

nülafingun chi wülngiñ ñi pu chirif
ka ngümaingün
ülpuingun chi fochon ekull
kütrüfingun, kafliftuyngün, katrüyngun pu cebolla
ngütantuyngün , lepüyngun, runkayngun pichikeche mew
küchayngun
chew kimüyngun

ka zomo rulpayngun ñi mongen
ñomümishimüyngun
ayülayngun ñi weyun ñi eluzungunon
pütokoy chi kaiñe
elkayngun ñi mülenon ñi mollfun amulewelalu anümche mew
pu zomo külliyngün ailiñ nütram mew, likan nütram mew
katakonuyngun rangiñ kaiñe

iñche nütramrakizuamün
nütramwitranentun perkan mew
pepi montulün aimeñ nütamtakuñman
atahualpa ñi mamüll üikülelu
tüfa nütram eluafiñ tüfeichi zomo
wütrungentulu, tüfeichi zomo katrütufingun ñi pu ishim

kiñechi febrero mew, iñche mülen tüfey mew mapu mew
kom mawün müley
kiñeazngefuy kai kai ñi illku wente iñchiñ
wutrengey ko
pu kushe petulüyngün chi ngillatun
mülen ñi femagel
chumül müten yeiñ
trañmaleufü katrütufinge rume mawün
mapu ptokolay mapu rulmelay
chem no rume ngelaiñ

tiza wiri ñamümlu ko mew

pu pataka tripantü mew
chi antü nülakünuy pu tromu
meridiana epulef ñi füchazüngun
witrañpramuy kawellu taüll
rakizuamün kallfuwenu pepingeafuy
tüfa relmu kallfuwenu pepingeafuy
pu kawellu witrünkülelu
moro zaino pangare tostado bayo
chalifingun afmapu

küme nümüi mapu rupan füchamawün

Superior little bastards, those the brokens
por Agustina Szerman Buján

Descomunalmente bellos, o feos en su defecto, niños pródigos, estrellas de la radio; poetas y filósofos, los hermanos Glass hacen a un conjunto muy particular. La unión de dos comediantes retirados, Bessie Gallagher y Less Glass dio lugar al nacimiento y sucesión de siete niños, dotados de sensibilidad e inteligencia precoces. Al punto tal que estas los llevaron a ser estelares en el programa de radio no casualmente llamado “It's a wise child”. Todos, desde Seymour, el mayor, participaron desde comienzos de los años 20' hasta finales de los 40'. Veinte años en lo que se sucedieron cronológicamente Seymour, Buddy, Boo Boo, los mellizos Walt y Waker, Zooey y por último Franny, que desde hace rato está acostada en el sillón. Hace mucho que no se levanta pero tampoco duerme. Bessie le insiste en comer sopa de pollo. Seymour está muerto y Buddy no contesta el teléfono. Franny no quiere nada que incluya pollo, como tampoco quiere/puede poner en palabras su malestar. Zooey se mantiene en el plano de la reticencia. ¿Por qué tenían que ser tan anormales? Era más fácil para todos encajar en “the american way of life”. Esto lo enoja, lo enoja mucho con Seymour; y con Buddy también. Por culpa de sus heterodoxos métodos de enseñanza Franny y Zooey son freaks. Está furioso, se acuesta y se levanta irritado. No es mera coincidencia que conserve con tanto recelo la carta que alguna vez Buddy le escribió el mismo año de la muerte de Seymour.

Mientras Franny hace uso de un pañuelo kleenex, Zooey está a punto de cruzar la puerta que da al cuarto de sus dos hermanos mayores. ¿Cómo  se repara lo que por definición está roto?  Enciende un cigarrillo. Pasa. Lee las citas a los costados de las paredes. Se sienta. Espera. Marca. Suena del otro lado. Finalmente Buddy se digna a dejar su estado  incorpóreo e invita a Franny a tener una conversación telefónica. -“Just talk to me sweartheart”. Franny se desahoga pero el propio parecido de la voz entre los hermanos varones de la familia la traiciona. Buddy sigue siendo un fantasma, Zooey hizo el esfuerzo por su hermana. Fue hermano por y para ella. Está al borde de la exasperación, pero hace lo que  Buddy hizo por él en su carta; alentar a seguir en el camino de la actuación. Aceptar la asquerosidad y banalidad del mundo, actuar en nombre de Dios, hacer lo que sabe hacer. Lustrarse los zapatos para la dama gorda. Lo dijo Seymour. De ser necesario, hay que actuar en nombre de Dios.

Franny y Zooey tienen varias cosas en común, son los dos hermanos menores, bellezas de primera categoría, actores talentosos, los únicos que no se alistaron en el ejército. Saben quién es la dama gorda. Nada tienen que ver con aquella primera camada de hermanos que son Seymour y Buddy, y tal vez Boo Boo. Pero la palabra, concebida en el espacio y tiempo adecuados, una vez madura en la boca de quien la pronuncia y recibida por el destinatario adecuado, libera. Zooey no podría haber entrado al cuarto de sus hermanos y  levantar el teléfono para ayudar a Franny si antes no hubiera discutido con ella; si el estado de cosas no hubiera sido precedido por dos mezquinas conversaciones previas, que si bien no fueron suficientes eran necesarias. Zooey no puede ayudar a Franny porque está en la misma situación que ella. Los dos viven un momento de crisis y desconcierto. En el fondo la incomodidad es la misma y la conversación reparadora para ambos. Franny, luego del telefonazo bajo el mismo techo, logra dormir con tranquilidad. Algo se  recompuso.

Franny y Zooey hablan. Buddy, en cambio, escribe porque tiene miedo de olvidarse de Seymour. Siente que se le están empezando a borrar los recuerdos. Como todo tipo de recuerdo, la palabra escrita y ficcional implica una selección. Buddy elige un Seymour al que se le está cayendo el pelo a los diecinueve años. Recuerda su infancia y juventud, no antes de morir, elige conservar esa imagen de él y no otra. Fueron muchos los años que necesitó Buddy para escribir / describir a su hermano mayor. Once. Un cuento sobre el último día de su vida antes de pegarse un tiro en la sien derecha a los treintaiún años de edad  y una carta a su hermano menor de por medio, confesando la incapacidad de volver al hogar materno después del episodio de Seymour, el miedo a contestar las preguntas que sus hermanos menores pudieran llegar a hacer. El miedo a hablar.

La palabra en la familia Glass no es una nota de color. Es un acto reparador. Una reconciliación con uno mismo y, ¿por qué no? con los demás. El habla y la escritura reparan. Zooey finalmente logra entrar el cuarto de sus, uno difunto y otro ausente, hermanos, para poder tener una conversación franca. Bessie se excede en la cantidad de palabras que pronuncia por minuto y Less no tiene voz, no puede apagar la radio, llena su silencio con eso. Una le ofrece pollo a Franny, el otro mandarina. Seymour eligió ser verborrágico/lacónico. Los 184 haikú (poemas de tres líneas y diescisiete sílabas) que dejó se suceden y condicen con el silencio eterno.

Con una diferencia máxima de 18 años entre Seymour y Franny, todos los hermanos Glass se enfrentaron a la misma incomodidad social e individual. Seymour, el unicornio a rayas azules, proyectado en las palabras de sus hermanos nos deja a las puertas de la duda. ¿Personalidad esquizoide o criatura sensible no medible con la misma vara que al resto? Perdura a través de sus haikús, los relatos escritos por Buddy y el recuerdo de sus hermanos. Irrevocablemente ausente, el mayor de los hermanos Glass, poeta, profesor, soldado, marido, filósofo  y quién sabe cuánto más, no nos ofrece palabras reparadoras a modo de respuesta, sino que nos incita  a la pregunta. Cuál es esa pregunta depende de cada quién: todos alguna vez somos un Glass.

Blanco nocturno | Ricardo Piglia
por Javier Martínez

¿Cómo construir un policial que siéndolo de pies a cabezas pueda también no serlo? En las posibles respuestas a esa pregunta se resume la atmósfera (si es que existe en la literatura) de la última novela de Ricardo Piglia. Hay un crimen, se sabe, sobre el cuál comienza a girar la investigación del Comisario Croce; un policía atípico dentro de su hábitat y, a la vez, un clásico en su olfato infalible. Las construcciones simbólicas y las voces que escucha tienen una extraña topología. Es el personaje que va a producir la posibilidad de hacer una lectura de los acontecimientos, por fuera de la lógica que le conviene al poder de turno. Así ha sido, así fue y se espera que así sea hasta el último de sus días.

La trama inicial, tiene su mira puesta en el crimen. Un norteamericano extravagante o un mulato portorriqueño arribista, según la perspectiva de quien lo mire, que se da el lujo de pavonearse con las mellizas Belladona y generar una verdadera usina de fantasías eróticas que sacude la moral pueblerina, aparece muerto en la habitación del hotel. Y es esa muerte, seguramente deseada por ese imaginario pueblo y no narrada, lo no dicho, lo que se vela, actualiza viejos enfrentamientos, refresca viejas disputas de poder que son las que no sólo se urdirán en función de la resolución de un caso, sino que abren la trama para que empiecen a colarse otras capas del tejido social del pueblo, otras voces. Probablemente la intimidad que recorre todo lo dicho hasta ahora propicia momentos de gran atracción en el relato, devela y oculta, provoca curiosidad. En una palabra: seduce.

Piglia recurre a todos los tópicos del género y los usa, según criterio de quien escribe, en función no sólo del relato como un devenir necesario sino como herramientas que el lector tiene para escarbar un poco más allá. Y ese más allá no es sino la transformación de la novela misma, de la materia argumental de la que está hecha; un cambio de foco, otra geografía literaria, aún cuando el crimen y sus consecuencias legales y sus efectos en las estructuras de poder, así como el apego al género policial, siguen presentes en el texto.

La superficie literaria dirá que la magnitud que ese suceso criminal tiene en el pueblo se mide con la llegada del periodista Renzi, personaje de Respiración Artificial, primera novela del autor. Asesinado un norteamericano llega el periodista de la ciudad, esa ciudad que de otro modo no mira de cerca a pueblos como ése. Si Emilio Renzi fuera el alter ego del autor, el enviado, se entiende por qué, con su llegada, cambia el rumbo de la novela. No de sus personajes, de la novela en sí misma; se expande y da lugar a la historia que antecede al crimen, a momentos arcaicos y fundantes de ese pueblo de la provincia de Santa Fe. Las hermanas Belladona dejarán de serlo para darle paso a Ada y Sofía Belladona; los mezquinos y escasos momentos de El Viejo Belladona (modo de llamarlo que me remitió al Severo Arcángelo de Marechal) y los devenires con sus hijos varones permite que Lucio y Luca Belladona adquieran otras relevancias en la narración. Así, la familia Belladona, sus silencios, sus trapos sucios, sus rencillas internas, sus impiedades y algunas virtudes son la familia que pinta a la aldea que pinta al mundo.O de otro modo: el pueblo se explica a partir de esa familia y la vida -para esos personajes- se explica a partir de ese pueblo. Y, a su modo, la tragedia clásica se enlaza con el policial y forman un todo compacto, contundente, que se lee con el placer con el que se disfrutan los buenos libros.

Anagrama | 2010