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¿Qué le pido a una pintura? Que sorprenda, que perturbe, que seduzca, que convenza.
Lucian Freud

Miradas

Marcos Zimmermann
Fotografías

Si las imágenes suelen hablar por sí mismas, las fotografías de Marcos Zimmermman son una prueba concreta de esa afirmación. Sus títulos complementan, acompañan eso que el ojo del fotógrafo convierte en materia artísitica. Para este número de ESTO NO ES UNA REVISTA, hicimos una selección de sus paisajes. Inhabitados, inhóspitos, soprendentes, mágicos. Recortes en los que la naturaleza se pone de manifiesto. Recortes en los que el movimiento se congela de un modo particular, único, gracias a la diestra lente de este maestro de la fotografía.

Marcos Zimmermman, Buenos Aires, 1950. Estudió en el Instituto Nacional de Cinematografía. Desde 1989 trabaja en la realización de libros fotográficos, trabajos que lo han ubicado como uno de los referentes actuales de la fotografía argentina y latinoamericana.

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The Chester Dale Collection | Parte 1
Plástica

Chester Dale fue un banquero estadounidense que se casó con Maud Murray, pintora y crítica de arte, quien lo introdujo en la idea de dedicarse a la colección de obras de arte. En 1941, Dale donó parte de su colección de pintura francesa de los siglos 19 y 20 a la National Gallery of Art de la ciudad de Washington. Devenido exitoso coleccionista y benefactor de las artes, fueron unos cuántos los que retrataron al propio banquero, entre ellos Diego Rivera y Salvador Dalí. Esta mera mención da la pauta de la magnitud de una colección que, después de su muerte, pasó en su totalidad a engrosar el patrimonio de la mencionada galería. ESTO NO ES UNA REVISTA presentará parte de la colección, en dos entregas consecutivas, por gentileza de la National Gallery of Art.

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Alcoholismo y cine nacional
por Horacio Garcete

Nombro a Gatica, el Mono, de Leonardo Fabio en esta edición que, por mandato popular y lúdico, se consagra a “El Borracho”, les propongo un repaso (con arbitrariedad, desde ya) por el tratamiento que el cine de estos lares le consagró al alcoholismo.

El actor uruguayo Ubaldo Martínez quedó encasillado en la composición de borrachines, en el grueso de las 52 películas en las que trabajó. En Dock Sud (Tulio Demicheli, 1953), que relata la caída de un tranvía lleno de obreros al Riachuelo, ocurrida en 1930, su personaje dejó pasar ese tranvía para quedarse bebiendo en un fondín en lugar de cumplir con su trabajo. Enterado del accidente, le dedicó a su trago un “hermano, aunque me estés achicharrando el hígado, te debo la vida”. En Sangre y Acero (Lucas Demare, 1956), compuso a “Don Moscato”, un inútil obrero ferroviario que pasaba los días acodado en el estaño de un bar vecino a los talleres de José León Suárez. Convocado para Esto es alegría (1967) por Enrique Carreras, compuso al “Comodoro”, padre de “Cepillito”, un lustrador de zapatos que ahorraba, chirola por chirola, para comprarle una pelota a su hermanito como regalo de Reyes. No pudo ser: el “Comodoro”, despedido de su trabajo, sustrajo el chanchito donde amarrocaba las moneditas su hijo mayor. Interpelado éste, confiesa que bebe porque “al final de cada copa veo a tu madre”, ya fallecida; escena que da pie a un golpe bajísimo, 100% Carreras: el pequeñín, aprovecha un descuido de los adultos para emborracharse, con el afán de ver a su mamá al final de la copa…

Otro borracho histórico fue “Felipe”, a cargo de Luis Sandrini, en Cuando los duendes cazan perdices (1955), dirigida por el actor. Deprimido por un desencuentro, confesó embriagado: “con esta mano le pegué a mi hermano”, para generar en la platea, el llanto, la risa o la pulsión irreprimible de prender fuego la pantalla. En Pimienta (Carlos Rinaldi, 1966), compone a “Peregrino Ferrari”, un solterón pelirrojo enamorado de la “Dra. Laura” (Lolita Torres). Despechado, y luego de una pelea con su hermano, se emborracha en compañía de su amigo “Siriaco”, a cargo del experimentado Ubaldo Martínez.

En un registro disonante a éstas, La barra de la esquina (Julio Saraceni, 1950) relata el ascenso de un cantor de tangos (un notable Alberto Castillo) y su paso de la esquina de Suárez y Necochea a Broadway. Tras una presentación en su barrio, su padre, luego de recriminarle haberle robado dinero, decide emborracharse y embarcarse río adentro; para morir, zozobrada la barca en la que navegaba, en medio de una tormenta.

El guitarrero “Silva” (Roberto Villanueva), uno de los defensores de la acosada ciudad de “Aquilea”, en la interesantísima Invasión (Hugo Santiago, con guión de J. L. Borges, 1969), es un borrachín a quien el jefe de la gavilla, “Julián Herrera” (Lautaro Murúa), constantemente lo manda a descansar para recuperarse.

Más adelante en el tiempo, en la amarga ¿Qué es el otoño? (Bernardo Kohon, 1977), se narra la historia de “Alejandro” (Alfredo Alcón), un arquitecto reconocido, desempleado por su adicción al alcohol, quien en su peor momento bebe ginebra sin parar, incitado a tomarla por un anuncio comercial. Por su parte, la indefinible Desde el abismo (Fernando Ayala, 1980) narra el infierno que vive una mujer alcohólica (Thelma Biral); aunque con un discurso de acentuada mojigatería misógina, acorde con los tiempos que corrían.

La apertura democrática de 1983 dio pie a un tratamiento más inteligente, honesto y eficaz del tema. En esa gran película que es Darse cuenta (Alejandro Doria, 1984), la esposa de un médico (una colosal María Vaner), sumida en la depresión del abandono por parte de su esposo e hijo, juega una escena tan lograda como cruel: borracha por completo, le confiesa a su ex esposo que el único momento del día que le resulta soportable es cuando bebe, apelando –a fuerza de sus estrecheces económicas– a la ginebra. En otra película de Doria, Esperando la carroza (1985), vuelve a tocarse el tema de un modo que remite a los personajes de Ubaldo Martínez: “Felipe”, sobrino de “Mamá Cora”, es un borracho contumaz que vive con una madre, muy anciana, que se dedica a destilar alcoholes varios, a los que su hijo no les hace asco.

Las dos películas argentinas que ganaron un premio “Oscar”, contaron en su reparto con dos personajes afectos a la bebida: el abyecto “Roberto Ibáñez” (Héctor Alterio) está borracho cuando flagela a su esposa, durante el desenlace atroz de La Historia Oficial (Luis Puenzo, 1985); en El Secreto de sus Ojos (Juan José Campanella, 2009), Guillermo Francella compone, con rigor y eficacia, al recordado “Pablo Sandoval”, oscuro Oficial de un Juzgado de Instrucción que cotidianamente termina su jornada laboral en un piringundín, alcoholizándose por completo.

El cine de Fernando Solanas se ocupó del tema: en Tangos, el exilio de Gardel (1985), los protagonistas, sumidos en la depresión del desarraigo, se entregan al alcohol y el sexo desgarrado. En Sur (1988), “Amado” (Roberto Goyeneche), es un veterano cantor de tangos que, a la salida de un bar que acaba de cerrar, le dedica -en curda- el tango “La última curda” a “Cora”, una muchacha de cascos flojos, ya entrada en años.

Quien supo reflejar con más intensidad, certeza y tono dramático el tema que nos ocupa fue Lucrecia Martel. La Ciénaga (2000) cuenta la historia de una familia venida a menos de la provincia de Salta, cuyo matrimonio lo integran dos alcohólicos severos: “Mecha” y “Gregorio”, composiciones soberbias de Graciela Borges y Martín Adjemián. La escena que abre el filme, muestra a unos cinco matrimonios desmayados por el alcohol, sobre reposeras que rodean una pileta con agua podrida, y a la anfitriona que recoge las decenas de copas que los “machados” van dejando caer, a medida que se desploman. “Mecha” tropieza con algo y cae, cortándose el pecho con los vidrios de los vasos que andaba juntando. Convaleciente, pasará los días en su cama, exigiéndole a “Isabel” o a “Mamina”, las mucamas, que le lleven “un hielito” para la copa de vino; cuestión que zanjará comprando una pequeña heladera para su dormitorio.

El cine nacional le ha dado amplio espacio al tratamiento del alcoholismo a través de numerosas propuestas. Y para ello, hizo uso de una tonalidad, un sentido y un discurso, acorde con el tiempo de las respectivas producciones: de la caricatura risueña de los aficionados al alcohol, hasta el retrato crudo de esa adicción. Evidencia –entre tantas– de la maduración de nuestra la sociedad, acorde fueron transcurriendo los años. Evidencia –entre tantas– de que no todo tiempo pasado fue mejor.

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El diario de Carmen y otras dramaturgias de Luis Cano

por Verónica Miramontes

Una mujer que apunta, que lleva notas de su vida, inscribiendo retazos de su tiempo, recuerdos repetidos, monologando al borde de un estallido de locura.

Una rutina que se repite, trabajar, cocinar, caminar un rato, alimentar al gato. Hasta que un día ve un accidente en la calle y el gato se va y Carmen no puede salir de su casa, no quiere, no se anima. Estampada en flores como las paredes a veces forma parte del decorado, un objeto más que ha quedado allí metido.

Una vecina que, aunque insoportable y sentenciadora, por lo menos fomenta a abrir una puerta. Un pasillo donde un hombre aparece. La difícil tarea de dejarlo entrar no a su casa sino a su vida, a ese diario x el que él preguntará intentando meterse, quebrar la cadena de pensamientos que la aprisionan, tratando de romper una serie, por lo menos al comienzo o formar parte a lo mejor rendido más adelante.

La puesta en escena es simple, teatral y está muy bien utilizado todo el espacio, las actuaciones son muy buenas, de mucha intensidad, con interesantes detalles en las expresiones.

Luis Cano, director de la pieza, tiene una dramaturgia muy singular. Para los que nos hemos además gratamente encontrado con otros materiales escritos por él (“Imágenes de una novela”  Ed. Artes del Sur) descubriremos que sus obras tiene un modo de plasmar la realidad dentro del teatro y viceversa de un modo muy personal, armando mundos muy ricos desde sus personajes, situaciones y textos.  Hay retazos de su vida allí y eso se sabe no porque uno lo conozca personalmente si no por el modo de escribir, de plasmar su imaginario dejando una impronta. Reflexiona sobre el teatro desde el juego teatral, desde su dramaturgia, lo da vuelta, lo cuestiona, solapado en la voz de sus personajes que dicen: “…Se levanta la cortina y uno siente una especie de descubrimiento…”; “…Una buena ejecución distrae al público y lo deja harto de muerte…”. Quizás uno va al teatro para salir un poco más vivo, para avivarse, para develar algunas cuestiones dentro de ese juego de dobles y múltiples que realizan los actores, para vivificar el deseo, para despertarse de alguna muerte.

Sus personajes dejan por momentos al descubierto lo que se esconde, a veces vergonzosamente, los malabares que uno se inventa para vivir, como levantarse en el medio de la noche para lustrarse los zapatos, otros acuden a un velatorio equivocado, equivocando un encuentro, otros usan a sus padres para armar una obra de teatro con alguna reminiscencia de un Hamlet Shakesperiano, por lo menos poniéndolo en juego. Lo más interesante de la obra de Cano, además de esos mundos, personajes y ritmos, es el uso que hace del teatro para la subsistencia personal y el uso de la propia vida para hacer subsistir el teatro, para mantenerlo vivo, para seguir escribiendo.

No Avestruz | Humboldt 1857 | Palermo | CABA | Argentina
Tel: 4777-6956
Sábado a las 22:45 hs.
Imágenes de una novela | Luis Cano | Ediciones Artes del Sur | 2011


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Lucian Freud: adiós a la astilla

Lucian Freud ha muerto. Alemán de nacimiento e inglés por elección, el nieto pródigo de Sigmund Freud se crió, pictóricamente hablando, a la sombra del surrealismo. Y desde allí hizo sus primeros pasos. Algunos años después de transitar la pintura, encontró su lugar en el mundo: una imagen figurativa, fuerte, descarnada y sin concesiones para con la belleza. Porque no puede hablarse de belleza en los cuadros de Lucian Freud es que cobra otra dimensión su obra: aquella que cuestiona la misión tranquilizadora de lo bello, aquella que subvierte el buen gusto para exponer, no pústulas ni golpes bajos, sino un crudo realismo; una interpretación del mundo que construye a fuerza de trazos vigorosos e intimidades expuestas. Buena astilla del palo Freud, su obra tiene tres puntos de apoyo: los desnudos, los autorretratos y los retratos de su madre. O sea: un Freud 100% de pura raza.

Lucian Freud ha muerto. Y retomamos las palabras que Ariel Mlynarzewicz dijo sobre él en la entrevista que le realizamos en nuestro número 10: "Lucien Freud es el gran pintor de la carne y del cuerpo humano, el que lo disecciona. El gran maestro del cuerpo en la pintura. Y así como para mí es inevitable Carlos Alonso, Freud es inevitable para todo pintor figurativo y al que le interesa la problemática humana de nuestros tiempos".

Lucian Freud ha muerto. Y, como homenaje, le acercamos a nuestros lectores una pequeña y profana selección de su obra.

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Batido infantil
por Andrea Barone

En la cartelera de Buenos Aires, y más allá del período de vacaciones de invierno, se presentan muy buenos espectáculos para niños. Va un tríptico recomendable (no excluyente de otras propuestas) para algún que otro momento.

Con dirección propia y al mando de su nave se presentan Los Cazurros (Ernesto Sánchez y Pablo Herrero), como siempre, proponiendo algo fundamental: jugar, con una divertida y disparatada historia de invasión extraterrestre y la consabida invitación a los amigos para ayudarles a vencerlos. Con un buen uso de recursos, en puesta en escena e historia, ingeniosos y que propician la imaginación, y con despliegue de chistes, (que incluyen sus giños para los “grandes”) luz, sonidos y buen humor. Si por el momento no los encuentra en algún teatro, puede buscarlos en el canal Paka Paka, salvo que su operardor de televisión por cable...

Con dramaturgia de Mariana Barrandeguy y dirección técnica de títeres de Paula Vidal, se presenta Patas a la obra, con unos muy buenos títeres componiendo un disparatado zoo conformado por Gieco, el león (Marisel Santín); Dumas, el gato (Facundo Dipaola); Dante, el elefante; Piltrafa, la jirafa y unos pelícanos que se encuentran con problemas de salud, dada la contaminación de un río. Buscando y proponiendo modos de hacer de nuestro planeta un lugar mejor se despliega esta historia con buena música y llamativos colores, e invitando a los pequeños a la participación en la creación.

Con dirección de Hector Presa se presenta María Elena, un homenaje a María Elena Walsh que toma varias de sus canciones y las despliega en escena, con una puesta simple, colorida e interesante, y en el marco de la historia de una visita de cinco adolescentes a su casa a los que les va contando cómo se le van ocurriendo sus disparatadas letras de canciones, poemas o cuentos. Con banda sonora de Angel Mahler y labor de Lali Lastra, Erica D´Alessandro, Luciana Lester, Guillermina Calicchio, Marianela Avalos, Ariana Gagliano, Soledad Agüero, Andrés Granier, Leonardo Spina y Angelina Otero, renueva el encuentro y la vigencia de esa una clásica en la que se ha transformado María Elena Walsh; música y letras que atraviesan nuestra historia y que siempre invitan a crear e inventar mundos, abiertos, disparatados, de lo mejor.

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Medianoche en París | Woody Allen

La excursión del orgullosamente neurótico director neoyorquino por París tiene como resultado una película deliciosa, con una agradabilísima sensación de placidez que la atraviesa aún en sus momentos más ásperos que, dicho sea de paso, sucumben, como pocas veces, al humor ácido de Allen. La Ciudad Luz de los años '20 es tanto el anhelo, como la fantasía, como un espacio narrativo ficcional en el que se desarrolla la vida de Gil Pender, compuesto por un Owen Wilson que, impecablemente, remite de forma constante a las actuaciones del propio Woody Allen. Una elección que, leída desde el punto de inflexión de esta película, es una vuelta más en un juego de autenticidades y copias, de reflejos. Gil Pender es el emisario del director/autor; el alter ego de ficción, el que puede meterse en una época que anhela aún cuando haya sucedido años antes de su propio nacimiento.

Utilizando nuevamente el registro del imposible ficcional; el repliegue del tiempo; el absurdo salto a otra dimensión; lo que Medianoche en París pone de manifiesto es aquello que, como anhelo e ideal, obtura cualquier posibilidad de construcción de un mejor presente. Que el personaje principal sea un exitoso guionista de películas pasatistas de Hollywood con aspiraciones de gran escritor y que esté comprometido con una mujer nacida y criada en una familia multimillonaria, es el material natural con el que Allen amasa, moldea, cuece y sirve una reflexión sobre la construcción del éxito; el valor de jugarse por una apuesta íntima e ineludible; el deseo como motor vivificante. Por eso se sirve de un personaje al que no le cuesta financieramente tomar una decisión. Y en un más allá de todo ese comfort, queda, sin defensas, la primera excusa que cualquier occidental capitalista esgrimiría para no torcer el destino.

La galería de personajes famosos que recrea la película, las intromisiones y echadas de mano de Allen a los escritos biográficos de Scott Fitzgerald y una música de época impecable son el primero de los pliegues en el tiempo. Allí, en esa época insertada en la acutalidad, a la cuál se accede en un auto de entonces, Gil Pender conoce a Adriana, hermosa musa que desfila por las camas de escritores y pintores con la liviandad (¡y vaya peso!) ideológica de una ciudad que recibe a los intelectuales estadounidenses al tiempo que fabrica cabarets, molinos rojos y acaba de parir al surrealismo. Cuando todo parece indicar que la vie en rose es un hecho, que Gil Pender y Adriana serán felices en ese eterno transitar la París de los dorados años veinte; el tiempo vuelve a plegarse, otra vez en otra medianoche; para llevarlos a una época que Adriana añora, sin haber vivido, tal como Gil Pender con la suya: la Belle Epoque. Esa simple nueva vuelta, ese argumento repetido dentro del film, es el que desarticula la fantasía y devuelve al personaje principal, al emisario, a su tiempo: el que le toca vivir y en el cual tiene que tomar una decisión.

Nuevo acierto de Woody Allen quien, en esta oportunidad, cumple con las expectativas de brindarle al público una de sus mejores películas de los últimos años.

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Marcianos, cronología de la deuda externa | Ricardo Achart

por Horacio Garcete

Producida por los responsables del “Museo de la Deuda Externa” de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (ideado y aún presidido por el dirigente político Federico Saravia), Marcianos, cronología de la deuda externa, propone una novedosa relectura de las alternativas atravesadas por el país como consecuencia de los sucesivos empréstitos asumidos a partir del suscripto por la provincia de Buenos Aires por iniciativa del inefable Bernardino González Rivadavia, con la firma británica “Baring Brothers”, en 1824.

Mediante un discurso que traduce la mirada ideológica del proyecto político gobernante y echando mano a la animación, relata el aterrizaje en Buenos Aires de una nave extraterrestre durante el año 3668; 1400 años después de acaecida una hecatombe nuclear derivada de una guerra mundial. Intrigados por las razones que movieron a la auto-destrucción planetaria, los tres visitantes abducen mediante una manipulación temporal a terrícolas que les permitan comprender las razones del colapso; por todos, un economista que desarrolla ante los visitantes la hipótesis que trabajaba al momento de ser abducido: la historia de la deuda externa argentina.

A partir de esa secuencia se desarrolla un repaso sobre las alternativas que suscitaron las políticas del endeudamiento externo, pasándose revista por las diversas propuestas políticas sucedidas desde los inicios del país. Al rescate de las encarnadas por Hipólito Yrigoyen y Juan Perón se opone la censura sin atenuantes de aquéllas que echaron manos a una “herramienta de control y dominación de los centros mundiales del poder”, particularizadas en la última dictadura militar (1976/1983) tanto como en las presidencias del peronista Carlos Menem (1989/1999) y del radical Fernando de la Rúa (1999/2001).

De ese modo, mediante un discurso didáctico y accesible, justificado por la incomprensión de los alienígenas de las razones que motivaron los sucesivos endeudamientos, se explica la decadencia económica, social y política evidenciada por el país durante el último siglo, rescatándose (por oposición) el desendeudamiento externo emprendido a partir de 2003, a la vez que se advierte sobre las inevitables y perniciosas consecuencias de alcance general que el retorno a aquellas prácticas podrían suponer.

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