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No existen tierras extrañas. El único extraño es el viajero.
Robert Louis Stevenson

Blablablá

Oro por baratijas: Sala de espera con anillo de fondo
por Alejandro Feijóo

-Te pedí que te sentaras.
-No me lo pediste. Me lo dijiste. Tú nunca pides nada. Al menos a mí.
-¿Qué hora es?
-¿A qué hora lo subían a Mario?
-Han dicho que en media hora. ¿Puedes dejar de moverte?
-Eso, lo traían sobre las cinco. Ahora son menos cuarto.
-Gracias por sentarte. No puedo hablar contigo si vas y vienes.
-¿Quieres un café? Hay una máquina.
-Gracias pero no. Mi cuerpo no soportaría nada ahora.
-Como quieras. Yo sí necesito algo. Seguro que estará horrible.
-¿El qué necesitas?
-No sé, algo que no tengo ahora.
-Necesitas a Mario. A mí también me pasa.
-No te crezcas por estar aquí, así… Hace tiempo que a ti y a mí no nos pasan las mismas cosas. Y sí, has acertado: lo necesito de vuelta.
-Ya lo traerán. No debes preocuparte.
-"Verás cómo todo sale bien"
-Exacto. Verás cómo todo sale bien.
-"Y todo…"
-¡Siempre igual! Déjame hablar a mí: Y todo volverá a ser como antes.
-Eso es imposible. Por muy bien que salga esto, nada volverá a ser como antes. Y lo sabes.
-¿Por qué piensas esas cosas?
-Porque es la verdad. Porque es ley de vida. Ponle el nombre que quieras.
-Tú piensas esas cosas porque las piensas. Si no las pensaras, tendrías otros pensamientos.
-Apabullante.
-Pues sí. Así de sencillo. Lo demás no está en nuestras manos. Pero lo que depende de uno mismo, eso sí es asunto nuestro. Tuyo, en este caso.
-Tengo miedo.
-Ven aquí.
-No quiero. Tengo mucho miedo.
-Al menos, acércate. Yo también tengo un poco de miedo.
-¿Sí?... Es que si no tienes miedo ahora…
-No solo tú cumples años. Yo también voy haciéndome mayor.
-Ah, es por eso.
-Por eso también.
-Oye.
-Dime.
-¿Esto es vida?
-Supongo que es una especie de vida. Una de las vidas posibles. Pero yo estoy contento.
-Como un sucedáneo. Un genérico de vida.
-Eso, como los medicamentos. Una vida en pastillas.
-No me gustan las pastillas.
-Ya lo sé. Me has hecho mucho daño. -Fue una especie de daño. Tampoco te quejes.
-¡Nunca te engañé! Jamás.
-Eso ya lo sé. Lo que tú no sabes es cuánto lo he deseado.
-…
-Bueno, algunas veces. Ya sabes, si te hubieras desquitado fuera de casa…
-Es increíble. ¿Sabes cuántas veces pensé que lo pensabas? Y no claudiqué. Yo creía en eso. Lo creo. Para mí es importante.
-Si hubieras pensado en otras cosas, seguro que tendrías otros pensamientos.
-No te sigo.
-Ya lo sé…
-¿Qué sabes, si puede saberse?
-Todo. Lo sabemos todo el uno del otro. ¿Ya son las cinco?
-No quiero mirar la hora.
-Ya deben ser las cinco.
-Si sabemos todo el uno del otro, como tú dices, ¿qué hacemos, entonces, que no estamos juntos?
-Porque no nos queremos más. O porque no nos queríamos más. ¿Te has olvidado? Ahora creo que no podría hablarse ni de un no.
-Sabes cuántas veces he pensado que podríamos…
-Ahora no, por favor.
-De acuerdo. ¿De qué hablamos?
-…
-Está bien... Son casi las cinco.
-Estarán por traerlo.
-Falta todavía. Creo que cuanto más tarden en traerlo, mejor.
-¿Me escuchas?
-Claro, siempre te he escuchado.
-…
-Te escucho. Ahora te escucho.
-Tengo que decirte algo. ¿Tú confías en mí?
-Por supuesto. Todavía tenemos los anillos.
-Pero no los usamos. Es como si no los tuviéramos.
-Yo cada tanto uso el mío.
-¿De qué me hablas?
-Te hablo del anillo.
-¿Bromeas? Si lo usas es porque te conviene. Por alguna reunión, algún asunto del trabajo. A veces queda mejor estar casado.
-Nada de eso. Me lo pongo para estar en casa. El pijama, un libro, el anillo…
-No me seas patético.
-Solo puedo decirte que es cierto. No le estoy agregando ni un poquito. ¿Qué ganaría con mentirte?
-Escúchame, ¿y si saliera mal?
-No va a salir mal.
-De acuerdo. Pero ¿y si sale mal?
-Creo que me tomaré el café ese.
-La máquina no va.
-Ya verás cómo todo sale bien.
-¿Es en serio lo del anillo?
-¿Te he mentido alguna vez?
-No sé. Hay algo que me dice que va a salir mal. ¿Por qué no te sientas tú ahora? Ves cómo tú también vas y vienes… ¿Qué necesitas?
-Un café. Ese café.
-¿Y por qué no lo pides?
-No lo sé… ¿Puedes traerme un café por favor?
-Te he dicho que la máquina no funciona.
-Casi mejor. Para tomar un sucedáneo de café…
-…prefieres no tomar nada. Ya lo sabía.

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A la Mercé
por Jorge Alonso


El fin de semana del 24 de septiembre fue la Fiesta de la Mercé, la más importante de Barcelona. Es feriado y el pueblo sale a recorrer la ciudad iluminada por lamparitas de colores. Cada barrio se viste con flores y banderas, cada plaza tiene su música, viejitos bailando lento, globos y niños que corren entre la gente.

Ya por la noche, las familias fueron despareciendo y quedó la gente con ganas de festejar más largo. Y aquí la gente cuando festeja, festeja en serio. De bar en bar, de tapa en tapa van rodando, abrazados a la felicidad hasta que asome el sol.

Hoy lunes, en las caras se ven las secuelas de esa caña de más, de esas horas de menos. Y en las calles basura, mucha basura: botellas, colillas, papelitos de colores aplastados contra la vereda por mocasines de comienzo de semana.

Cae la noche cada vez más temprano pero igual salgo a caminar por la Gran Vía que está alfombrada por hojas amarillas. Los lunes además es el día en que la gente deja en la calle todo aquello que no usa más: sillones, electrodomésticos, teléfonos, lámparas, etc.

Y este paisaje de mercado de pulgas abandonado me pone a pensar en todas las cosas que me han acompañado en mi vida, objetos de diferente utilidad que fui desechando. Muñequitos de los chocolatines Jack, obesos manuales Kapelusz, televisores blanco y negro, miles de casetes, revistas El Gráfico, toneladas de diario, el anhelado Atari (¿donde habrá quedado?), algún ciclomotor, los mazos de cartas incompletos. Un walkman amarillo, algún termo roto, un barrenador de tergolpor y unas botas de goma. Un cargamento de cosas que no recuerdo donde quedaron, pero que no desaparecen, no se desintegran por combustión espontánea. Y me pregunto, ¿dónde van las cosas cuando las decarto? Pareciera que desaparecen cuando uno cierra la bolsa de basura o se las regala a un primo que se muda a vivir solo. Pero, ¿dónde van después? Los Wincofon y sus discos, los motores de las fabricas que hacían los Wincofon, los colectivos 60 que no van mas al Tigre Hotel. Las pilas, los asientos de un tranvía, las fotocopias de apuntes de la facultad. La linterna a dínamo, la robótica para leer y todas la baratijas chinas. Los pañales, las videocaseteras, los celulares y todos sus cargadores.

Hay algunos objetos nobles y fieles. Una camisa se jubila como trapo en cualquier cocina, un mueble viejo termina siendo leña y calor. Los zapatos, ni hablar, son la nobleza por definición, caminan hasta el último paso. ¿Y el Magiclick sin chispa? Los ríos que arrastran casas, autos y escuelas durante las inundaciones en la India, ¿dónde las deja? Claro que se puede reciclar una parte, pero pienso en Hanói y sus 17 millones de personas sin cloacas ni agua potable y no se me ocurre que puedan separar sus residuos en bolsitas de colores. Si solamente yo podría hacer una montaña de objetos, cada día el mundo debe producir cordilleras de porquerías inutilizables, suficientes para sepultar algún país de África, o llenar el subsuelo de la Patagonia. Si por algún milagro el Monstruo del Desecho cobrara vida como un Frankenstein abandonado, otra que el 2012 y Nostradamus. Te la voglio dire...

Me asusté un poco. Me parece mejor pegar la vuelta, comprar El país dominical y apretarlo fuerte bajo el brazo, porque después desaparece y nadie sabe donde va.

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Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

Karmaratón

Para quienes no han transitado de adultos ciertas épocas de la historia argentina, el apellido Singh, con suerte, remitirá al músico Talvin. Para quienes sí la han pasado, remite a Anoop, el enviado del FMI. Pues bien, ahora, desde la tierra de Mahatma Gandhi, llega Fauja, un simpático abuelito con barba y turbante, de cien años de edad, que completó los 42 kilómetros de la maratón de Toronto. A Fauja lo sostiene, además de un estado físico envidiable, la ilusión de hacer un tramo del recorrido de la antorcha olímpica en 2012. Hasta ahí, la nota de color. Lo que no sabe Fauja, al cruzar la meta, es que ese mismo día, a 700 kilómetros de ahí, Amber Miller, embarazada de 39 semanas, llegó a la meta en la maratón de Chicago. Obviamente, cruzó la línea de llegada y tuvo que salir volando a un hospital cercano para dar a luz. De haber sido una lacrimógena peli de Hollywood, el bueno de Fauja muere al momento en que la niña nace y le traspasa su hermosa pasión por la maratón a la recién nacida, a la cual sus padres llaman Fauja, sin saber por qué y en contra de todas las recomendaciones de familiares y amigos. Pero la realidad es otra y, afortunadamente para la pequeña June Nosecuánto Miller y su futuro escolar, su mamá nunca supo de la existencia del anciano hindú. Unos Records Giuness ahí, ¡por favor!

 

Robot al cubo

Si les nombro a Feliks Zemdegs, se preguntarán qué hizo como para tener que conocerlo. Pues bien, Feliks Zemdegs dedicó gran parte de su vida a una actividad manual: batir récords de velocidad en el armado de cubos de Rubik, (a) El Cubo Mágico. Por eso, y con razón, no les suena. Feliks Zemdegs vive una pesadilla robótica. Todo el esfuerzo de su corta vida se ha ido por la alcantarilla del fracaso con la aparición de CubeStormer II, una máquina diseñada por otros humanos, los astutos cientificoides nerds de LEGO Mindstorms. El robot superó la última marca del joven australiano y clavó un 5,35 segundos; 31 décimas de segundo menos que el ahora infeliz Feliks. Si leemos la nota al trasluz otra que nos dice que un congresista republicano propone volver al divertimento de lanzar enanos contra las paredes en los clubes nocturnos de Florida (Ojo al piojo: este “jueguito” fue prohibido, ayer nomás, en 1989), tenemos un espacio de duda: ¿máquinas y robots son cada vez más rápidos o los humanos somos cada vez más lentos? ¡Que vuelva Schwarzenegger!

 

Historia movediza

El atento lector podrá observar que, en los últimos tiempos, hay una tendencia a revisar ciertos detalles de vidas y obras de algunos personajes de la historia, de sus procesos judiciales, de las circunstancias de sus muertes, etc. Uno puede leer con cierta curiosidad la noticia de que Leonardo Da Vinci no era tan zurdo como se creía y que también hubo firmado documentos con su mano diestra. Pero darle el carácter de "hallazgo extraordinario" es una cuestión a poner en duda: no va a cambiar su obra y su legado el saber con cuál mano fue puesto en palabra e imagen. Uno soporta que lo metan en el deja-vu de un libro con evidencias de la supuesta muerte de Adolf Hitler en Argentina. Y saber que hay una demanda por plagio de un noble autor argentino contra los piratas autores ingleses de la última revelación del destino del genocida. Y que, una vez más, se tira del hilo y aparecen los yanquis agarrados con las manos en la masa, trocando supuesto salvoconducto para el demonio que combatían a cambio de tecnología de punta desarrollada por los nazis. Lo que resulta intolerable, sólo por el absurdo modo de rozar el sinsentido, es leer que a Vincent Van Gogh (ancestro de nuestro compañero de redacción) lo mató un cowboy. Esa es la hipótesis que dos viejos ganadores del premio Pullitzer esgrimen en su nuevo libro, basados en (¿documentos con?) testimonios de jóvenes franceses de la época. Según un amigo, yo no entiendo nada porque no pienso en lo bien que le viene a Berlusconi que ahora Da Vinci no sea un zurdo hecho y derecho; ni en lo justo que vuelve el tema de Hitler en un proceso electoral en el que un sector proveniente del peronismo (supuesto albergador del dictador en 1945) está revalidando el éxito de su gestión; y, sobre todo, porque pierdo la perspectiva de que hay que empezar a hacer leña del árbol en caída del imperio americano.


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