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La casualidad favorece a las mentes entrenadas
Louis Pasteur

Blablablá

Desarma y sangra
por Lionel F. Klimkiewicz


¿Hasta cuándo, mi amor, vas a vivir de esta manera? ¿Acaso es posible esperar que el viento deje de soplar? No puedo negar, mi vida, que tu refugio es fuerte, pero cada ladrillo, cada piedra de esa muralla que te construiste la estás pagando con una porción de tu corazón. A pesar de eso, lo admito, continuás  soportando. Y entiendo. Creés que así nadie puede lastimarte, que nadie puede sorber una gota de tu ser… Pero, ¿cómo te las vas a ingeniar para olvidarme? A cada minuto me convierto en el lado maldito de tu memoria. ¿De qué tenés miedo? ¿De que derriben tu pared? Lo que te mata está dentro tuyo, mi querida. Es mi recuerdo el que destroza tu cabeza.
        
Ya sé que en estos días de locura y dolor, cada uno aprende a vivir como puede, y decide los precios que paga. Eso también lo puedo entender, no soy tan necio. Solo le estoy hablando a tu corazón.
Pero estás como aquellos que cierran los ojos y se meten dentro de sus cuevas, como esa gente que también construye su fortaleza con ladrillos cargados de olvido, creyendo que los demás no los necesitan, que se puede vivir sin algo sagrado, como si además quisieran esconderse de la verdad que los habita. ¡¡¡Ellos también están desaparecidos!!!
        
Yo por mi parte, puedo subir al cielo, puedo vivir haciéndote el amor… Pero me voy. A mí ya me conocés lo suficiente como para saber que sigo caminando. Aunque no es fácil cuando estas calles sin color se llenan a cada paso de heridas y sospechas. Las balas pasan cerca, pero aquí estoy, pensando que nadie puede decir la palabra final, la frase perfecta, y que todos, que cada uno, el ángel y el ladrón, llevan el desamparo y el demonio dentro de él. ¿Quién le teme a quién?

Querida, el resto, ya lo sabés… Yo también extraño tu calor, pero ahora prefiero cagarme un poco de frío. Y cuando estés mal y estés sola, y cansada de llorar, rasguñando las piedras hasta el fin, recordá que el alma que se siente morir…Sólo se salva si desarma y sangra. Say No More.

 

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Oro por baratijas: La viuda
por Alejandro Feijóo

Me enamoré de la viuda al instante. En realidad la amaba de antes, de los libros que su marido escribiera para ella, esclavo genial de su contorno ceniciento. Pero en cuanto la vi sentada a la mesa del bar, comprendí lo que a lo largo de los volúmenes no había llegado a imaginar. Paso siempre por ahí, una esquina entre mi casa y el parque de árboles donde solía leer. Del trabajo ya no soy, desde que el coche de un pobre diablo y yo nos atropellamos; él no pudo detener la marcha; yo creí que esas cosas nunca me pasarían. Desde entonces cargo con esta pierna que no sabe apoyarse. Los médicos tampoco apostaron por mí, pero como a eso estaba acostumbrado vencí con amargura sus mezquindades, las mías y las de mi pierna. Ahora me pagan por ser tullido. Cada día estoy mejor. Ir hasta el parque donde leía es mi trabajo, y cansa y me hace bien: elegir el banco que repito por las tardes, volver cuando el rocío me humedece los hombros. Mujeres hay, porque dinero no falta; lo del amor ya es otra cosa. Por eso, ver a la viuda frenó mi paso de inmediato, aunque la pierna mala tardara más en responder. Andaba de rutina en rutina; cualquier baratija del pensamiento podía casarme y así ocurrió. Estaba distraído, y eso no era malo. Hacía calor. La vi y me apoyé en el bastón, que para eso está.

No sé si fue el eco de su actitud esquiva (con los ojos pegados al ventanal la viuda no miraba a ningún lado); o el brillo metálico de su pelo. Pero un fulgor me convocó. Por un momento estudié su perfil, los pómulos escarpados, una sombra en vertical como una frontera con el ayer. Del otro lado del cristal me amparaba el rumor de la muchedumbre que en nada se fija, Soy invisible, pensé. Ella parecía ciega, pestañeaba como si tuviera por delante todo el tiempo, todos los colores del mundo.

El ritmo de la glorieta me sumó su fervor, y el libro de tapas duras cayó al suelo: era el impacto del amor. Así lo entendí, yo que no tengo nada que perder. Debía entrar, detenerme frente a ella, preguntarle si no reconocía en mí al lector que su marido decía crear. Decirle, Yo soy famoso porque él me comprendió con el río de prosa que fue para Usted. No es lo mismo, pero una vez reconocí a un actor y por instinto saludé; él también lo hizo, con más vigor, como si yo tuviera la fama. Nunca creí que esas cosas fueran a ocurrirme.

La viuda hizo de pronto un gesto, desde la mesa de mármol hasta su boca de piedra. Inmóvil en su paréntesis, fabricó breves trayectos: de un labio a otro, desde el mentón equilátero al pecho restringido, del asa de la tetera al sorbo con aires de Oriente; de la infusión humeante a la memoria. Se veía que recordaba, aunque nadie reparaba en su presencia. Entonces recordé un puente de hierro sobre aguas marrones. Si me moví no me di cuenta, era viento el zumbido que me cegaba.

Debía entrar; era la voluntad, que tanto aforismo soporta, la que ordenaba esos instantes. Debía entrar a escuchar citas precisas, a compartir las orillas que la muerte de él había unificado. Yo quería saber si la voz era parecida al hombre, o si es así de verdad que el cauce del arroyo iguala dioses con perros. No me crean. La vanidad era mi interés, el ser yo un personaje de sus instantes. Por un momento temí que también ella se enamorara. En serio, esas cosas pasan. Temí que la cópula me trajera una imagen absurda, de mujer desnuda de cuidados: la carne hecha manteca, el centro de su humedad como un animal aparte. La vi tendida sobre el colchón (el colchón mío de hombre tullido) citando las leyendas del finado; la vi besando las costuras de mi ropa, cepillando mi pelo, contando las monedas del frasco. La vi llorando, de pie en mi cocina, la pena de no haber sido nunca un personaje convincente. Las manos me sudaban; el té había dejado de humear.

Me quedé inmóvil durante una medida de tiempo, el bastón contra el suelo. Ella y su cabeza rotaron, una catedral dentro de otra. Las perlas de sus ojos ya no revolvían el alhajero de su memoria. Fue entonces cuando la vi viéndome, detenida la caída de sus párpados en el centro del viaje hacia mí. Un instinto me estremeció. Volví a tener ganas de correr. Entonces subí el bastón y le disparé entre ceja y ceja.

Esto ocurrió un día. Desde entonces voy a otro parque, todo de cemento; los bancos sin respaldo. Hay veces en que me distraigo la tarde entera, mirando el puente que cruza sobre la avenida enloquecida. Por estos días ya no leo ni nada.

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To bic or not to bic
por Jorge Alonso

A todos lados voy con mi libreta. Tomo notas de personajes, diálogos que escucho, ideas que se me ocurren. Algunas veces escribo con lápiz, otras con birome. El lápiz me obliga a escribir más lento y a sacarle punta de vez en cuando, lo cual es un ejercicio artesanal que a veces  ayuda a la reflexión.

Pero la diferencia más profunda que encuentro entre el lápiz y el boli es la manera en que terminan. El bolígrafo no altera su forma ni siquiera cuando agoniza; y uno aseguraría que está muerto si no fuera porque ya no canta nada, incluso cuando resucita de repente para toser tres garabatos y quedar seco sin terminar de anotar un número de teléfono importante. Será por eso que mucha gente se resiste a desprenderse de las biromes. Las dejan acodadas en la barra de un portalápices, secas por dentro, hasta que al final mueren a traición, como la garrafa de gas en plena ducha.

Las apariencias no engañan, nos engañamos nosotros. Si en mil años unos arqueólogos encontraran mis pertenencias deducirían, por la cantidad de biromes que conservo, que escribía mucho (lo que no es cierto) pero nunca podrían saber sobre qué escribía, porque lo memorable no vive en los esqueletos: una calavera podrá mostrar las órbitas de los ojos, pero nunca lo que esos ojos vieron.

El lápiz, en cambio, exhibe su deterioro, el paso del tiempo. Marcas de ansiedad que le arrugan el lomo, la goma gastada al ras, sus letras cada vez más chicas. Va muriendo por dentro y por fuera, y va encogiendo sus funciones, hasta ser un cadáver que uno despide con pena pero sin culpa.

Tenemos una curiosa obsesión por la cáscara: frascos vacíos, encendedores, todo tipo de cajas, latas de galletitas nórdicas... Objetos que conservan su cáscara al costo de su dignidad, como los caracoles que se coleccionan aunque no guarden ni una gota de vacaciones felices en su interior. Todo tiene espacio junto a las biromes secas. Y pienso en la gente que se aferra con puntos y siliconas a sus máscaras, conservan saludable la cáscara aunque por dentro todo esté seco. Aunque ya no tengan nada que decir, pero que el cadáver sea agradable, por favor.

Me parece más noble la actitud existencial del lápiz que la de la birome, aunque no les deje huellas a los arqueólogos.

Quizá la cuestión sea sacarse punta cada mañana frente al espejo, aunque provoque espanto comprobar cómo uno se va agotando y saber hasta dónde da (o no) nuestra punta y cuidarla para que no se gaste antes de haber acabado esta columna... o la vida. Pero eso es más una cuestión de conciencia, algo más saludable que un cadáver exquisito.

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Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

Barack phone home

Más de uno habrá reido al leer que, según un compañero de aventuras, el primer presidente negro de los Estados Unidos no sólo fumó marihuana en su juventud sino que también, por esos años, fue el primer crononauta negro en llegar a Marte. Claro, el revisionismo histórico está de parabienes y no es de extrañar que semejante noticia deje opacadas otras pelusas de la historia que se dieron a conocer en las últimas semanas, a saber:

  • el apéndice ya no es un órgano inútil, resabio de un eslabón anterior en la cadena evolutiva del hombre, sino que es una fuente inacabable de "bacterias buenas"
  • ni los chicles ni los parches de nicotina, tan en boga en los '80, son efectivos para dejar de fumar y, menos aún, pegarse chicles en la piel y mascar parches
  • la mona Chita no era Chita sino Chito, cosa que le ha causado severos daños morales y una profunda crisis de identidad al mono propiedad de Meteoro y Chispita
  • Richard Nixon sostuvo un discurso homofóbico y armó el Watergate para ocultar su relación homosexual con Charles "Bebe" Rebozo, conocido por sus vinculaciones con dos de los más afamados capos de la mafia: Santo Trafficante y Alfred “Big Al” Polizzi (N. del C. E.: no, no son un chiste los nombres)

"Lo de Barack Obama en Marte es una cortina de humo negro", confesó, no sin sorna, un alto miembro de la Casa Blanca, empleado de esa casa de gobierno desde las épocas de Ronald Reagan; uno de los pocos Ronald más dañinos que el conocido payaso de la casa de hamburguesas.

 

Mi Tarzán, tú Jayne

Hubo una época en la que las mujeres atrapadas en cuerpos de hombre cruzaban la Cordillera de los Andes para poder darle rienda suelta a su "costado femenino". Así las cosas, los otrora travestis televisivos fueron trocando en transexuales televisivos, llegando al paroxismo cuando a uno de ellos se lo erigió como La Mujer del Año. Por entonces, semejante decisión implicaba un cambio radical en la vida cotidiana y las costumbres de quien apostaba a que el bisturí le saque lo que la naturaleza le dio. Pues bien, amigos, como el mundo gira y gira sin parar y la historia muta a velocidades que la mayoría de los humanos no llegamos a comprender, un nuevo capítulo se ha escrito en eso de liberar "el verdadero yo sexual" y/o salir del closet: casado hace casi una década con su amada Anne, Mr. Barry Watson decidió operarse y pasar a ser Jayne. Y como los Watson son gente de avanzada, la buena de Anne no sólo aceptó la decisión de su exmarido sino que fueron un pasito más allá: aprovechando las bondades de la ley, volvió a casarse, ya con Mrs. Jayne. Las malas lenguas del barrio dicen que el próximo escalón es que Anne también cambie de sexo y pase a ser Tony. Elemental, mi querida/o Watson...

 

Correo de lectores

Edad en Mauricio durante mi carrera de policía, que tenía que hacer en el ámbito del tráfico de drogas y armas ilegales. Allí, en todas mis transferencias bancarias fueron el tiempo en mi cuenta bancaria en un país de África occidental de Benin llamado "Kerekes MATHIEU" que tiene todas las de transferencia tenía el porcentaje de la misma. Mi oncólogo me acaban de diagnosticar un cáncer metastásico y que mis días están contados.

Debido a mi estado de Santa degrada, estaba el abogado del padre de mi Iglesia y la guía espiritual después de la admisión a una institución benéfica con una gran parte estos fondos. Quién que tengo en tierras Benin a varias personas en casi todos los países del mundo para que Dios perdona mis pecados. Usted recibirá un regalo de 500 mil euros.

Me voy esta noche a Gran Bretaña para continuar con mi atención. Yo les pido que acepten este regalo en nombre del cielo creador de Dios y de la tierra, y en el intercambio. Sólo la demanda de una oración para que mi operación salga muy bien. Te ofrezco en este don se convierte en el fondo de sus tesoros pedir que ponerse en contacto con mi cuenta de administrador

Sr. Yves Soglo

 

Estimado Sr. Soglo:

Dado el carácter casi incomprensible de su misiva, entiendo que la génesis de su problema radica en eso que han dado en llamar cabeza. Sin embargo, y ante la curiosidad que me provoca haber recibido una oferta de un policía que se enriqueció a partir de combatir el tráfico de drogas y armas ilegales en Benin, he orado por su pronta y suave partida al Más Allá dos veces, motivo por el cual le agradeceré que me remita un total de un millón de euros antes de recibir el llamado del Cielo.

Lo saluda atte.
El Conejo Editor

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