Editorial
Para evitar un dilema similar al del huevo y la gallina, la religión católica, tomada en nombre de otras por ser la de mayor pregnancia en la comunidad hispanohablante, formuló una verdad incuestionable: del barro, dios creó al hombre y, de una de las costillas de éste, a la mujer. Pensado con mucha benevolencia, este dictado cultural se corresponde con momentos de la historia en los cuales el predominio de la fuerza era el que se imponía por sobre cualquier cuestión estética o intelectual. Teniendo en cuenta que el proceso de culturización no fue ajeno a la verdad biológica de que en la gran mayoría de las especies sexuadas el macho es más fuerte y de mayor contextura física, bien cabe un manto de entendimiento en las raíces fundacionales de las preguntas sin respuesta: ¿de dónde venimos? y ¿qué hay después de la muerte?
Una vez que el Hombre (en el sentido genérico que adoptó al macho como generalidad humana) fue refinando la cultura con la lima siempre nueva del lenguaje, la posición de la mujer fue cambiando, ocupando otros espacios que, más por derecho propio que por usurpación de los ajenos, supo conseguir. El pie de igualdad, entonces, fue siendo el de la mujer compartiendo las luchas que los hombres sostenían contra algunos aparatos represivos que los dueños del statu quo fueron imponiendo, pasando por la confinación a las tareas sucias, la caza y quema de brujas y las matanzas de mujeres obreras que dieron cabida a una marca en el almanaque: el 8 de marzo, día de la mujer trabajadora.
En esa posición (mujer trabajadora) se condensan puntos intensos, revolucionarios y subversivos de lo femenino, al menos en lo que a la estructura social refiere. Sin embargo, el capitalismo, astuto y siniestro, fue haciendo mutar la lucha por los derechos en objetos de consumo, borrando el carácter de trabajadora para que la conmemoración, activa y militante, trocara en una festividad en la que sólo se pueden esperar (y hasta se deben exigir) regalos halagadores, una suerte de navidad del primer tercio del año gregoriano, cuyas beneficiarias exclusivas son las féminas.
En la misma lógica, puede leerse, sin que parezca descabellado, que el sistema necesite ceñir el reclamo de los derechos de la mujer a un enfrentamiento de género con el hombre; movimiento en verdad estéril que implica arrasar la rica diversidad en pos de una igualdad imposible. Suponiendo que así sea, ¿qué hacer, entonces, ante ese embate? Bien se puede empezar por apostar seriamente al respeto por la diferencia, por la riqueza de cada género; poder correrse del lugar de la disputa; pensar los imposibles de cada género, no como lastre sino combustible; unir fuerzas contra lo que va en demérito del sujeto; combatir juntos la llamada violencia de género; forjar un mejor porvenir con sujetos que porten con orgullo sus particularidades y singularidades...
Sonoridades
por Van Gogh i Tyson
(Leer más)
por Alejandro Feijóo
(Leer más)
por Alice M. Pollina
(Leer más)
por Jota G. Fisac
(Leer más)
por Javier Martínez
(Leer más)
por Alejandro Feijóo
(Leer más)
(Leer más)
(Leer más)
Sabores
por Jota G. Fisac
(Leer más)
(Leer más)
Escritos
por Andrea Barone
(Leer más)
por Javier Martínez
(Leer más)
por Diego Singer
(Leer más)
por Martín Jali
(Leer más)
por Jota G. Fisac
(Leer más)
por Rodolfo Alonso
(Leer más)
por Javier Martínez
(Leer más)
por Agustina Szerman Buján
(Leer más)
por Martín Micharvegas
(Leer más)
por María Teresa Avellaneda
(Leer más)
por Alice M. Pollina
(Leer más)
Miradas
Pinturas
(Leer más)
Fotos
(Leer más)
por Verónica Miramontes
(Leer más)
por Alejandro Feijóo
(Leer más)
por Federico Delgado
(Leer más)
por Andrea Barone & Javier Martínez
(Leer más)
Bla bla blá
por Alejandro Feijóo
(Leer más)
por Lionel Klimkiewicz
(Leer más)
por Emilio Peral
(Leer más)
por El Conejo Editor
(Leer más)
por Rodolfo Walsh
(Leer más)