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Si el mundo fuera lindo y elegante como los temas de Steely Dan, capaz me gustaría vivir en él.
Carlos Busqued

Sonoridades

Has recorrido, muchacha...
por Van Gogh i Tyson

El slogan del comercial de cigarrillos Virginia Slims, lanzado a mediados de los 60’s, repetía “Has recorrido, muchacha, un largo camino ya...” y convidaba a la mujer a ingresar al tabaquismo como celebración por su llegada al sufragismo.

En la era del swing, zona proclive al humo por antonomasia (apologizando con nostalgia, me pregunto: ¿dónde no se fumaba por entonces?) Mary Lou Williams (1910-1981) fue de las primeras en transitar el camino que iba de los humos de la cocina a las nubes que sobrevolaban los salones de baile. Siendo adolescente, a mediados de 1920, se sentó al taburete para convertirse en pianista, arreglista y compositora, quitándole autoridad al chiste que por entonces circulaba limitando los roles de la mujer en la jazz: “Estamos todos: los músicos, las cantantes y los bateristas”.

El disco Mary’s Idea (1936/40, MCA-GRP), que recoge grabaciones de cuando integraba los Clouds Of Joy (cargadas con los non sanctos vapores de la época, seguramente) que dirigía Andy Kirk, fue incluido en el libro 100 Mejores Discos de Jazz (Jorge García, Federico García Herraiz, Federico González y Carlos Sampayo, año 1993, La Mascara). También merecen ser escuchadas las composiciones y arreglos que por esos años hiciera para las big bands como las de Louis Armstrong, Tommy Dorsey, Benny Goodman, Jimmie Lunceford y algunas grabaciones hechas a su nombre.

Hoy la tenemos de invitada con imágenes de un recital dado en el por entonces recién reconstruido Casino de Montreux (¡Bingo! Ver 08: El Incendio) del 16 de julio de 1978 , tocando sola al piano: «Over the rainbow» y «Offertory meditation», este último de su propia autoría.

Buenas noches...

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Between The Times And The Tides ¬ Lee Ranaldo
Matador Records/ Ultrapop ¬ 2012
por Alejandro Feijóo


Quien más, quien menos, todos hemos sido alguna vez el tercero en discordia de una pareja de amigos. Este rol, a menudo más buscado que fruto del azar, no suele ser fácil de desempeñar. Decir que en esas circunstancias uno se expone a las tiranteces es, mínimo, despreciar el conflicto. De tales tormentas se puede salir bien parado, por qué no, pero el alboroto de la melena no te lo quita nadie. Sin embargo, como en todo tatetí, hay excepciones. La de Lee Ranaldo debe ser una de las más singulares, pues tras casi treinta años rasgueando en Sonic Youth, ha sobrevivido con todos los síntomas vitales en su lugar al divorcio de sus compañeros de banda Thurston Moore y Kim Gordon. Ranaldo, picarón, parece levantar una copa por sus amigos con Between The Times And The Tides, una apuesta que carga con tan pocos riesgos propios como reproches ajenos.

Con riffs que nacieron en la fábrica SY y que acaban con elegancia en las distintas secciones del pop, Ranaldo arma un disco que en una primera pasada presenta una estructura compositiva abierta y expuesta. Como si fuera un trabajo de vidriera, sin secretos. Pero a medida que avanzan las escuchas, lo que resultaba transparente se oscurece, y las canciones pasan a ser atmósferas más opresivas o, si se quiere, menos animadas. Eso no quita que –cotejado con sus anteriores trabajos solistas, más pegados al noise de la banda madre– Between… sea casi un hit de verano.

Con todo, el disco sobrevive a cierta inclinación a la banalidad por la que se desliza a partir de la segunda mitad. Antes, nos habíamos dejado llevar por la inminencia que desprende “Waiting on a Dream” o por el más accesible “Off the Wall”, que bien podría estar incluido en un improbable unpplugged de SY, mientras “Fire Island (Phases)” adopta la estructura de película indie: empieza peor de lo que acaba. En este viaje por la dualidad, Ranaldo se deja acompañar por colegas de la talla de Nels Cline (Wilco), Jim O’Rourke o John Medeski (Medeski Martin & Wood). Con amigos así, cualquiera gestiona el divorcio de sus vecinos de guitarra.

 

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Sólo Ser ¬ Fabián Tejada y Kamaruko
KO Producciones ¬ 2011
por Alice M. Pollina


 “Me gusta que los discos de Kamaruko generen imágenes en la cabeza de los que escuchan, que la música sea un viaje”, explica el compositor y percusionista Fabián Tejada. Y agrega: “no hago canciones para llevar en mp3 en el colectivo; compongo para el que se sienta a escuchar. Trato de tocar fibras íntimas, de provocar cosas”.

Tejada ha investigado la música étnica argentina desde hace más de una década, y enseñado sus secretos a alumnos que comparten su pasión por la percusión. También ha grabado tres discos con su agrupación Kamaruko: “Ora Natural”(2002), “Gente de la Tierra” (2005), y “Solo ser” (2011). “Hoy en Argentina hay muchos grupos de música étnica porque es un fenómeno que se está dando en todo el mundo, a partir de la globalización- cuenta Tejada-. Hay una necesidad de volver a las fuentes, y de rescatar valores que tienen que ver con la energía de la Tierra”.

Los temas del tercer disco de Kamaruko rescatan esos valores, especialmente uno de ellos dedicado a una artista de origen mapuche: “Aimé Painé, La Cantante”. “Está dedicado a ella porque es de Río Negro, mi provincia y es un referente de la música mapuche – dice el percusionista - yo trabajo bastante con el sonido de los pueblos originarios. Kamaruko justamente es el nombre de una ceremonia mapuche. Ella llevó su canto en épocas muy adversas cuando no había ni miras de que alguna vez se pueda reivindicar algún derecho de esos pueblos. Fue una pionera absoluta de la música étnica”.

El sonido de Kamaruko está creado con numerosos instrumentos. “Soy un buscador de sonidos y combinaciones – se define - .  Es una búsqueda ilimitada y apasionante. Cada instrumento es un mundo, tiene su universo propio, su identidad”.

Integrantes:

Marisa Wiedmer: flauta traversa, clarinete, saxo tenor y percusión
Camilo Arbuco: batería y percusión
Miguel Ibáñez: bajo eléctrico y percusión
Fabián Tejada: steel drum, djembé, tama, cajón peruano, berimbau y dirección gral.

Invitados:
Miriam García: canto
Laura Rabinovich: danza

Para escuchar el disco:
http://www.kamaruko.com.ar/09/home_musica.html

Fabián Tejada y Kamaruko presentan su tercer CD “Solo Ser” los días 16 y 25 de noviembre, a las 20:30Hs, en Velma Café, Gorriti 5520, CABA, Argentina.

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Éramos unos niños ¬ Patti Smith
por Jota G. Fisac


Mediante la búsqueda de una forma de expresión y un estilo personal, los artistas tratan de ocupar un lugar que los identifique en el abigarrado mundo del arte. Patti Smith quería ser artista, y dibujaba, escribía poemas, diseñaba instalaciones, posaba para Robert Mappelthorpe, interpretaba sobre los escenarios, tocaba la guitarra, ejercía de periodista musical… Quería ser poeta pero sabía que nunca encajaría en su incestuosa comunidad. Deseaba escribirle a Rimbaud pero clavaba una foto de Dylan sobre su escritorio. Todo lo que escribía parecía inundarse al instante de música. El rock que la rodeaba la forzaba a fundir poesía, teatro, música, y esa fusión se fue cocinando a fuego lento, midiendo cada incorporación, calibrando cada renuncia, buscando la verdad de lo que se quiere ser.

Comienza dando recitales en bares, a menudo como telonera de las bandas emergentes de la ciudad. Sus recursos escénicos eran un magnetófono y un megáfono: recitaba sus poemas y a veces cantaba acompañada por la música del magnetófono. Se encuentra a gusto publicando poemarios y exponiendo dibujos. Ante la negativa de sus mecenas a financiar un viaje a Etiopía para buscar la gran obra perdida de Arthur Rimbaud, consigue apoyo para peregrinar al lugar de reposo del poeta francés. Llega a Charleville por la tarde y se aloja en el hotel donde había dormido Rimbaud. En el silencio de la habitación no puede escribir nada. Visita el museo dedicado al poeta y se lanza a la calle. La noche es oscura. Ve a lo lejos un cartel de neón: el Rimbaud bar. Entra en el pequeño y oscuro local y se toma una copa. Todo es húmedo y frío. No consigue escribir nada esa noche. A la mañana siguiente visita la tumba del poeta y siente una extraña tristeza. No ha logrado escribir nada. De vuelta a París, se acerca hasta la abandonada tumba de Jim Morrison, una lápida sin nombre rodeada de obsequios: colillas, flores de plástico, botellas de whisky medio vacías, pintadas: C'est la fin, mon merveilleux ami; la tristeza de Charleville se torna alegría. De Rimbaud a Morrison, una peregrinación que prefigura un viaje: de la poesía al rock and roll.

¿Podía el rock ser la manera de llevar la poesía a un público más amplio? Con esa cuestión de fondo llega la primera de las actuaciones con Lenny Kaye: un dúo que fusiona poesía y rock and roll. Patty agarra el micrófono y Lenny rasguea la guitarra. Los bolos se suceden. Están desarrollando un repertorio, pero se sienten limitados; quizá la fuerza melódica y rítmica de un piano… En el casting aparece Richard Sohl y se estrenan como trío. Llega el primer single, lo financia Robert y lo graban en los estudios Electric Lady. Para amplificar el sonido cuentan con Tom Verlaine (que sin duda había leído Una temporada en el infierno y amaba las Mil y una noches). Como homenaje a Jimi Hendrix, la cara A es Hey Joe; para la cara B se atreven con Piss Factory, el poema en prosa que Robert había rescatado del suelo en una mudanza y que narra la libertad encontrada en Nueva York tras dejar la cadena de producción de una factoría. Sobre el sonido del trío, Leny mezcla las pistas de Tom y luego mete un bombo. Es la primera vez que la percusión forma parte del sonido de la banda.

Con la primera serie de actuaciones en el CBGB las canciones empiezan a adquirir vida propia, a reflejar las energías del público y del ambiente. Y llega la primera salida, a la California posbeatnik, donde se dan cuenta de que la música que escuchan dentro no la puede sostener un trío: necesitan amplificar el sonido con más guitarras. El anuncio en el Village Voice trae a Ivan Kral, un checoslovaco huido de su país en el 68 con quien ganan fuerza en los conciertos. Actúan en la radio; Hey Joe y Piss Factory  se escuchan en las gramolas de los bares, pero hay que dar el paso definitivo: encontrar a otro que como ellos piense que la música no debe convertirse en un elemento de consumo que acabe con la poesía; otro que como ellos se sienta hijo de la libertad y misionero del espíritu revolucionario del rock and roll. Y que además (detalle importante) toque la batería. Al terminar una de las actuaciones, el anuncio se hace de viva voz: “Necesitamos un batería y sabemos que estás ahí”. Y ahí estaba Jay Dee Daugherty, mucho más cerca de lo que nunca hubieran imaginado; había sido el técnico de sonido en la sala, y se sentó en el sillín de la Ludwig de la banda.

Y llegó el momento, la primera de las cuatro noches contratadas en el Other End, primeras actuaciones con la batería en escena. Patti y los demás se habían sentido como una banda sólida y compenetrada, compacta en la cadencia y la vibración. El concierto fue un éxito, el público vibraba alrededor del escenario, un gran revuelo rodeaba a Patti al terminar la actuación. Ella se sentía el centro de la noche, pero pese a ello era consciente de que había algo que la trascendía, algo que impregnaba de electricidad todo el sitio. Y entonces comprendió la verdadera naturaleza del momento: estaba allí, Bob Dylan había entrado en el local. Patti entendió que esa era la razón del poder que sentía; comprendió que había sido una noche iniciática frente a la persona que le había servido como modelo, una noche que cerraba el camino inverso desde la melodía de la poesía a la fuerza del ritmo; desde la triste y oscura sepultura de Rimbaud hasta la alegría luminosa de la abandonada tumba de Morrison. Luego vino Arista Records, el primer contrato, el primer LP. Toda una larga historia.

Éramos unos niños es un magnífico libro donde Patti Smith nos cuenta en primera persona y con una prosa atractiva y sugerente su relación con Robert Mapplethorpe durante más de dos décadas en un Nueva York en continuo movimiento. Y dentro de esa historia, quizá en el núcleo mismo de ella, está dibujada la formación de la banda. Patti coloca a Mapplethorpe en el centro de su inspiración, pero no es hasta su separación que la artista empieza a encontrar su propio camino. La amistad permanece intacta, pueden caminar desde la casa de uno a la del otro, Robert sigue al tanto de la obra de Patti, financia algunos de sus proyectos, le sugiere que debe cantar más, le critica que no haga algo más bailable, sigue presente hasta el momento de su muerte, pero la Patti Smith Group estaba ya en la carretera.

Lumen ¬ 2010

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The Trinity Session ¬ Cowboy Junkies
Latent ¬ 1988
por Javier Martínez


Intenso, poético, melancólico, introspectivo, hipnótico, misterioso, oscuro. Todos y cada uno de estos adjetivos definen y encuadran el álbum que los canadienses Cowboy Junkies grabaran el 27 de noviembre de 1987 en la iglesia anglicana de la Santísima Trinidad de Toronto, de allí el sagrado nombre del disco de una banda que se hace llamar Vaqueros Drogones, más como truco publicitario que como esencia íntima. Reunidos alrededor de un único micrófono, con una grabadora de DATs y la premisa de tomas únicas, los tres hermanos Timmins, junto a Alan Anton, aprovecharon la delicada acústica de la iglesia para hacer un disco memorable en un puñado de horas. El camino cansino, desértico y downtempo, comienza con el canto a capella de Margo Timmins, haciendo “Mining for gold”, una canción tradicional que habla, obviamente, de los mineros que, lejos de la decepción del lejano oeste americano, horadaban las heladas tierras y colaban los ríos canadienses para ver si podían alzarse con alguna fortuna en forma de pepita dorada. Ese comienzo marca el tono general del disco, en el cual se mueven con igual tono y calidad covers y temas propios a lo largo de 10 tracks (en su versión internacional, lanzada por la RCA en 1989, se agregaron otros dos temas).

The Trinity Session atrapa y no suelta, deja perplejo, aún en el clasicismo de su receta sonora. No hay efectos fuera del efecto musical que produce, uno de los mejores piropos que pueden decirse de un disco en el que el country, el folk y el rock comulgan y se articulan en un todo. Un caso testigo es, sin dudas, la versión de “Sweet Jane”, el famosísimo tema  de la Velvet Underground que les abrió las puertas del éxito entre sus vecinos de EEUU, y que en manos de los Cowboy Junkies se transforma en una perla exquisita que no compite con la versión original, sino que se recuesta sobre uno de sus lados más recónditos para extraerle una magia distinta. Eso que en este disco es una constante de principio a fin.

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Keys to the Kingdom ¬ North Mississippi Allstars
True North Records ¬ 2012
por Alejandro Feijóo


La muerte del padre no suele dar paso a una fiesta, al menos a este lado del patrón cultural. Y durante los funerales de después sus hijos suelen estar más confusos que animados. Pero hay excepciones. Keys to the Kingdom es una de ellas. La banda de los hermanos Luther y Cody Dickinson recorre la figura de su padre Jim (músico, productor y tótem del blues sureño) con un disco abierto y luminoso, tañido por la autenticidad que regala la memoria cuando fluye ante el ausente.

La muerte de Jim Dickinson no solo produjo este disco curtido por el romanticismo sureño sino que además rescató a NMA de un silencio que muchos dábamos por largo, tras la incorporación de Luther al elenco estable de The Black Crowes. Por ello Keys to the Kingdom es doble regalo, por temas como “How I Wish My Train Would Come” o “Hear The Hills”, que habrán de escucharse caminando por la orilla de un río, el Mississippi u otro. Por covers como “Stuck Inside of Mobile With The Memphis Blues Again” (Dylan) o el aire de trote de “Jellyrollin All Over Heaven”. El disco fue grabado el año pasado en estudio propio, una circunstancia que suma un viento rural al new old blues de NMA. La enorme aportación del bajista Chris Chew y la voz aguardentosa de Luther terminan de pintar la placa de entrecasa, como una radio que suena en un bar a la entrada de un pueblo. Si es cerca de Memphis, mejor.

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Breves: formateando tu propio Kingston


Check it! ¬ Mutabaruka
Aystelum ¬ 2005

Nacido Allan Hope (algo así como Alan Esperanza), Mutabaruka, es un importante poeta del dub que fue construyendo su música en paralelo a su principal actividad como poeta y de un modo similar al que fue armando su vida: con sus propias manos. Si su nombre significa "El que siempre vence", se entenderá que se las haya querido ver de narices con varios desafíos, como el de ser consecuente con un discurso político y religioso no exento de cierta confortabilidad revolucionaria, temas que por fuerza de su búsqueda estética pregnan su obra. Pero sólo su búsqueda lo obligó, claro, a dejar Kignston para adentrarse en la selva jamaiquina para levantar con sus manos su propia casa desde los cimientos. Check it! es un disco que, aunque no sea de lo mejor de su producción, lo pinta de cuerpo entero: apoyado en una enorme banda de amigos que suenan consistentes, divertidos, jugados y ajustadísimos, con vuelos que la lírica de Mutabaruka no siempre alcanza, exhibe al oído de quien lo escuche las raíces de este particular músico al que bien vale prestarle un rato soleado de la vida.



Marcus Garvey ¬ Burning Spear
Palm ¬ 1975

Nacido Winston Rodney en 1948, en la bahía de Saint Ann, la misma ciudad que vio nacer a dos de los más importantes referentes de la política, religión y cultura rastafari, Marcus Garvey y Bob Marley. La pertenencia ideológica a las ideas del periodista y editor devenido activista por los derechos de los negros, muerto en su exilio en Londres en 1940, y la generacional con el más grande músico de reggae que diera la isla, tienen sus profundas marcas en el sonido de Burning Spear. Su compromiso con el legado ideológico de Garvey, lo llevó a titular su tercer álbum con el nombre del primer héroe nacional de Jamaica. Disco a la altura de ese legado y de las expectativas de Marley, artífice de la llegada de Spear a las bateas. Con un sonido que lleva al cuerpo a moverse con movimientos ancestrales y una formación de percusión y vientos que cualquiera quisiera para sí, Burning Spear marcó el calendario del año 1975 como aquel en que le dio al mundo uno de los mejores discos de roots reggae de la historia.



Best Place in the World ¬ Lord Tanamo
Elmo ¬ 1999

Nacido Joseph Abraham Gordon, en 1934, en Kingston, la capital jamaiquina, es conocido en el mundo por ser el principal creador de ese sonido que hoy conocemos como ska. Es el autor del tema I'm in the mood of Ska, al que le pusiera la voz junto a la icónica banda The Skatalites y que integra, claro, toda placa discográfica de Tanamo desde mediados de los años '60. El sonido de Lord Tanamo combina varias vertientes de la música jamaiquina, como el mento, el calypso y su propio el ska; con el particular sonido de su rumbabox, un instrumento de la familia de las kalimbas, y el persistente stacatto de los vientos. En Best Place... que en un rapto de obviedad editorial comienza con el que es su hit desde hace más de 40 años, se compilan una docena de temas que incluyen su segundo gran hit, Rainy Night in Georgia y Keep on moving, quizá uno de los puntos más altos de su música que por vaya a saberse qué circunstancias de la circulación del arte no ha trepado a los puestos altos de los charts.

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Video sorpresa


Conocida como la voz cantante de Portishead, la británica Beth Gibbons se lanzó en 2002 a la aventura de su disco solista (léase: sin su partenaire fundamental, el multinstrumentista Geoff Barrow), y produjo Out of Season (Fuera de temporada) con Rustin Man. En el disco despliega una serie de máscaras musicales que abarcan un amplio espectro y que, en su todo, dan un panorama acabado de la ductilidad de su voz única. En este video sorpresa, les presentamos a la Gibbons en uno de los mejores temas de su primer disco solista: Tom the Model, en el que una mujer le pide a él que haga lo que tiene que hacer. Y punto.

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