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La burocracia es una máquina gigantesca manejada por pigmeos.
Honoré de Balzac

Blablablá

Francia acepta al fin su más negro pasado
por Rodolfo Alonso

Cada vez que recalo en París, no dejo de cumplir un acto recurrente: visitar, detrás de Notre Dame, el sauce al que mi viejo amigo Juan José Saer alude, de paso pero no por azar, en pocas líneas de su agudo “El río sin orillas”. Es que ese sauce junto al Sena no podía dejar de recordarle su juventud en Santa Fe, la misma en que nos conocimos, junto a Juan L. Ortiz. Y me revive esas presencias queridas.

Pero también otros recuerdos ominosos. Porque ese sauce está junto al Memorial de la Deportación, el monumento que recuerda a los franceses arrastrados por los nazis. Y su severa austeridad no deja tampoco de traerme una herida candente. Nada recuerda allí el ominoso hecho de que judíos franceses (y no sólo franceses), durante el gobierno títere de Vichy, fueron arrancados de su hogar por la policía gala, amontonados en el Vel d´Hiv (Velódromo de Invierno), para ser concentrados luego en Drancy y desde allí enviados finalmente, a sabiendas, hacia las insaciables fauces nazis del infierno de Auschwitz.

Hubiera sido horrible en cualquier parte, pero lo era mucho más, sin duda, en el país de la libertad civil y los derechos humanos. (En casa de Juan L. Ortiz, lo recuerdo bien, un pequeño marco resguardaba el recorte de su poema “A Francia”, escrito durante la Segunda Guerra Mundial y publicado por un diario.) Pero a mi reciente paso por París me aguardaba una enorme noticia: después de 40 años de silencio y 30 de forcejeos, no sólo burocráticos, Francia se había decidido a limpiar su nombre.

Y cuenta ya con el Memorial de esos hechos inicuos, en el único gran campo francés de internación y deportación todavía intacto, el de Les Milles, en Aix-en-Provence. Para que no queden dudas Jean-Marc Ayrault, primer ministro socialista, afirmó: “La historia del campo de Les Milles es una historia francesa”. Dicho campo, donde 10.000 personas fueron internadas entre 1939 y 1942, estuvo siempre bajo la única autoridad del gobierno de Vichy, “que fue deliberadamente cómplice en 1942 de las deportaciones efectuadas por la Alemania nazi.” La mayor parte  eran refugiados europeos que huían de las persecuciones en su país de origen. “Todos pensaban que Francia”, recalcó Ayrault, “patria de los derechos del hombre, les ofrecería protección y asilo. Conservamos el recuerdo de cada uno de esos refugiados, cuya confianza fue traicionada.” Entre los internados figuran numerosos artistas e intelectuales: Max Ernst, Hans Bellmer, Lion Feuchtwanger.

La inauguración del Memorial de Les Milles, realizada con gran pompa, se efectuó 70 años después de la partida del último convoy hacia Auschwitz, y aspira a la educación cívica y ciudadana en el respeto del otro. Asistieron los 38 embajadores de los países de las víctimas. En medio de las 7 hectáreas del campo de Les Milles, se conserva la explanada donde eran reunidos los presos, y un vagón ferroviario de 1940, estacionado en un trecho de vía, siniestros recuerdos de los convoyes nazis.

La única sobreviviente de semejante horror: Miriam Altman, de 88 años, residente en EEUU, a la que una artrosis mantiene en su silla de ruedas, no pudo asistir. Pero su historia familiar, que comienza en Polonia, se volvió sintomática. Su padre recorrió todos los campos, entre ellos Saint-Cyprien o Gours (donde Francia internó antes a republicanos españoles), hasta caer en Les Milles y luego, por error, ponerse en manos de los nazis. Su madre murió de tifus en Les Milles. Pero ese mismo tifus salvó a Miriam. Un enfermero francés la sustrajo del vagón que partía, con el pretexto de hospitalizarla. De allí pasó a ser encubierta por  un médico francés, que arriesgó su vida y la de su familia por salvarla.

Casi al mismo tiempo que se inauguraba el Memorial de Les Milles, el diario francés “Le Monde” distribuyó el primer título de su nueva colección “Los Rebeldes”. Su título es “Los Resistentes 1” y allí puede leerse, por si quedara duda alguna, lo siguiente: “El 15 de agosto de 1942, 4.000 judíos expatriados de la zona sur llamada libre son entregados a las autoridades alemanas, y otras detenciones tuvieron lugar el 25 en función de órdenes emanadas por la Dirección general de la policía en Vichy, por despacho rigurosamente confidencial nº 2765 P. El gobierno del mariscal Pétain acepta entregar 10.000 judíos extranjeros ya internados, para contribuir a la cuota de 100.000 judíos a deportar de Francia – cuota fijada por Himmler el 11 de junio de 1942. La prensa colaboracionista se regocija de que los judíos dejen de ser los ocupantes de la zona no ocupada, como ya se ha felicitado de que en la zona norte, desde el 8 de julio, el acceso de los judíos a los establecimientos públicos esté prohibido, y de que no dispongan más que de una hora para hacer sus compras en las grandes tiendas. En Londres, el Comité nacional francés en el exilio denuncia, desde el 7 de agosto, esa política monstruosa.”

No es el único caso, por supuesto. Pero hay muchas otras heridas que Francia debe todavía cauterizar: por ejemplo su colonialismo genocida, especialmente en Argelia. Y que nos toca a los argentinos con la probada intervención de asesores franceses, de aquella atroz represión contra una población civil, en la sangrienta dictadura militar del Proceso.

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Soy un drogadicto
por Nuno Cobre

Corre, corre. Cuando corría en medio de las chabolas, pisaba la tierra y la arena, esquivaba casetas derruidas, me rozaba con los techos de zinc que se caían. A veces me paraba y un montón de niños nos sonreían. Uno de ellos imitaba mis saltitos junto a una roca, hip hop, hip hop, y luego se unía al grupo. Seguíamos esquivando a la pobreza, transportados en nuestros cuerpos blancos, avanzando, avanzando y de pronto introducíamos un pie y el otro en una sonda de silencio. No es posible. Sólo arena, trozos de madera abigarradas, una paz descomunal, hermética. Morir aquí. De paz absoluta, de silencio anestesiado. Caer de espaldas.

Miro hacia atrás. Veo casas color turquesa, el cielo juega de salmón. Veo otra casa de dos pisos. Sus balcones están negros, grises, arrasados por una espátula invisible y carnal. Un alguien ha vomitado en las paredes, dotándolas de un rostro pionero, provocando una indigestión de colores, una intoxicación salvadora. Seguimos corriendo los blancos. Y nos llega la música. Creo que tengo que parar y beberme toda esa música. Ando un tanto cansado ¿sabes? La emoción busca su oportunidad. Escuchamos un góspel sentido, unos cánticos profundos y al poco interfiere la voz de un rapero que nos invita a saltar y a descubrir. Una mezcla de músicas. ¿Cómo es posible tanta energía? Emborrachados de vida, locos por conocer, locos por conocer, desembocamos en la playa. Esto es demasiado. Al africano que lidera el grupo no le hace falta entender. Nos recibe un mar celeste, una brisa, unas palmeras, todos los colores, toda la emoción mientras corremos.

Y cuando los escucho, me hermano. Africanos. Con ellos, con ellas. Los veo como parte de un sueño en el que no se saben partícipes. Tan solo están. Viviendo. Su forma de hablar, comiéndose las palabras, chupando saliva: todo tan tropical que aspiro a fundirme en paisaje, palabras y les pregunto a ellas. Ellas que me miran y me preguntan latiendo de energía a pesar de algunos rostros serios. Algunas llevan lentillas naranjas, proyecciones felinas que contribuyen a la onírica bebida que debo estar tomando desde hace un tiempo, al chute de frambuesas, piña colada y coco al que al parecer me estoy inyectando en algún lugar de esta ciudad, de este país. Y como buen drogadicto, como drogadicto responsable, cumplo y también me digo un día, lleno de tristeza, gran melancolía, que como es posible que me haya enganchado a todo esto. Es absurdo. A esta droga dura que no necesita de terciopelo, teatro, un metro, una noria y un camarero antipático. Esto va más allá, hermano.

Un caleidoscopio que no hay que entender, al que no hay que preguntar. La calle arde, las gallinas corretean, las motos ronronean, las mujeres portan sobre sus cabezas un cubo de milagros. Algún tipo de cocaína que debe ser infalible. Esnifarse toda África. Ya no puedo más. Hablamos de una droga engañosa, estúpida, que juega a parar el tiempo, una parada en el tiempo. Y vienen los recuerdos de la vieja Europa, donde se supone que pasan las cosas. Tan estúpido suena ya dicho etnocentrismo. ¿Cómo pude engancharme a esta droga tan barata, tan pobre, tan sucia y que tanto me harta? A veces. Dame más, dame más.

Cuando se hace de noche y nos vamos al Stella de Día, me asaltan todos los chicos del barrio, saludándome con una mano, “Nuno, Nuno” mientras extienden la otra, recordando que debo apoquinar. Algunos parecen a punto de llorar. Ni siquiera es una noche. Es otra cosa. Es una ráfaga entre azul, gris, violeta, inundada de lucecitas, coches blancos que dan miedo y cabecitas negras que vienen y van, escoltando la entrada en la sala del Stella de Día, donde va a cambiar nuestras vidas. Seguiremos enganchados toda la vida. Ya no podemos hacer nada. Nos perseguirá cuando abandonemos el continente africano y nos atosigará en Londres, en París, en Barcelona, donde nos diremos que hubo una vez donde me sentía tranquilo, donde me pareció que al caminar por las calles medía siete metros, la ciudad era mía, toda la cercanía, una sensación familiar. Todo eso. Fue verdad.

¿Nos pasará en el metro? ¿En el cine? ¿En una discoteca de la calle Orense? Nos entrará un mono terrible, lacerante, nos volveremos a decir ¿pero esto no era el centro? Del mundo. Y alguien nos dirá que nos ve un poco tristes, y a nosotros nos fastidiará mucho la frasecita y diremos que no, que toda está bien, que no pasa nada, mientras la cabeza ya está recordando esas cabalgatas nocturnas en África, esos convoyes de Peter Pan donde el tiempo había sido cruelmente asesinado, degollado, donde el espacio era una burla, y donde uno era simplemente una estrella que buscaba más estrellas. En unas carreteras vacías, en un escenario propicio, al son de una música cada vez más energética. Vamos.

¿Cómo no caer enganchando? ¿Cómo no echarse a perder? En Madrid le diremos que queremos regresar ya a casa. Nos mirarán extrañados. Mira, es Noviembre, aquí hace frío, mucho frío. Y cuando un temible taxi nos deje en alguna calle londinense, tal vez Lexham Garden, subiremos varios escalones, y entraremos en ese hotel parisino de la Place Clichy y nos tiraremos sobre la cama, nos quitaremos la ropa y empezaremos a dar vueltas, a restregarnos con las sábanas, a saltar, a gritar como poseídos, atrapados en un mono irremediable, definitivo e infinito que respondía al nombre de África.

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Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

Yo te avisé

La verdad es que lo autorreferencial no es mi deporte favorito. Sin embargo, como comunicador social responsable de mis obligaciones para con la sociedad, debo insistir en advertirnos (sí, advertirNOS) que el futuro estético está en riesgo; lo cual no es de lo más grave, lo peor es que es muy previsible. Muestra de esto es este fragmento, de mi propia cosecha, que publicamos ayer nomás, en nuestro número anterior: "Por eso, a tono con los tiempos, preparémonos porque no tardarán en aflorar los contrincantes que quieran quedarse con el cetro y la corona del actual Rey de la Canción, llenando el ciberespacio con videos de bailes de lo más... de lo más... heterodoxos...". Me refería allí a la "amenaza" del coreano Psy de abandonar para siempre el baile equino y a cuánto tardarían en aparecer los sucesores. La Gran Picadora ya ha dado a luz a su nueva estrella: Hwang Woo-min. A este woo-rru-min coreano de apenas 7 años, lo fueron cocinando a fuego lento: desde su participación en el video del grandulón de Psy no dejó de rodar por cuanto show televisivo hay en Corea, hasta llegar a lo que hoy es la cumbre de su carrera: su primer disco. Deformidades sociales hubo siempre. Niños salvajemente expuestos a la fama, también. Pero el desbarranque del que somos obligados partícipes está llegando a los límites de sus propias posibilidades. Si me puse serio, rapealo, subilo a YouTube y sé feliz.

 

Puré de Papa

No contentos con tener un cura argentino en El Vaticano, resulta que el que había terminó siendo el Papa. Como buen paisano de estas tierras, es muy probable que la tenga difícil (y no pongo en duda la lógica de la desconfianza y el poco cariño que se nos profesa en el mundo; como cuerpo social, como masa, que no como individuos). No basta con que el tipo se calce el solideo de más alto rango que le salen al cruce con los tapones de punta. Para la historia quedará si es por argentino o por humilde, como se lo ha prototipado, pero el resultado de la fumata blanca disparó una suerte de locura colectiva que no se veía desde The Beatles (y bueno... se hubieran dedicado a la religión). Comenzando por las predicciones que coparon las redes sociales y desembocando en que, el mismo día que fue nombrado Papa, en las quinielas y loterías locales salieron los 4 últimos números de su carnet de socio del club San Lorenzo de Almagro y en los primeros premios el 40 (El cura) y el 88 (El papa). Como buen conejo editor de esta revista, que así titulará esos números cuando llegue el día, no puedo estar sino con las orejas bien atentas: 48 hs. después del anuncio esperado por más de mil quinientos millones de creyentes, los amigos del Centro Europeo de Física de Partículas salieron a decir que tienen fuertes indicios de haber dado con la "partícula de Dios", necesaria para explicar el origen del Universo. Ante semejante afrenta, el pontífice les devolvió un severo "Que no nos quiten la fe". ¡Tiembla, ciencia!

 

Me gusta cuando callas...

Se sabe que uno de los discursos prearmados de la masculinidad tiene que ver con la tendencia femenina a la charla después del sexo. Para terminar con esa queja, los muchachos de la empresa norteamericana "Real Doll" tienen como objetivo construir la muñeca inflable más real que pueda concebirse, valga la paradoja. No contentos la casi real textura de la piel y de haberle incrustado dientes, uñas y pelo, al modelo que nombraron Valentina le encontraron un currito adicional: en Brasil subastan la virginidad de la muñeca con una base de unos 100.000 reales. Quien tenga de sobra ese dinero y se queje de la charla después del sexo, puede ofertar por ser el primero en la vida de una muñeca de silicona. Más allá de si puede o no ser considerado un verdadero logro, le sugerimos ir con tiento. No sea cosa que le pase como al caballo Totilas, un semental valuado en 10 millones de dólares, que se lesionó seriamente la rodilla al entrarle mal a la falsa yegua de madera que se usa para recolectar el semen de los caballos.


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