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La pintura es más fuerte que yo: siempre consigue que haga lo que ella quiere.
Pablo Picasso

Miradas


Las cárceles imaginarias de Giambattista Piranesi
Plástica

Si diéramos por canónicas las palabras de Roberto Juarroz que publicamos en este mismo número (“El hombre es siempre / el constructor de una cárcel. / Y no se conoce a un hombre / hasta saber qué cárcel ha construido”), lo más natural sería concluir que Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) es uno de los artistas más transparentes de la historia. Para ello, deberíamos permitirnos alguna licencia, como la de interpretar de manera generosa el grupo nominal constructor de una cárcel, pues este prolífico arquitecto y grabador veneciano no edificó, en sentido estricto, prisión alguna. Sin embargo, el puñado de proyecciones carcelarias bautizadas como Carceri d’Invenzione (‘Cárceles imaginarias’) constituye una obra magna que bien equivaldría a la edificación propiamente dicha. En este conjunto de aguafuertes febriles, Piranesi expresa –con iguales dosis de refinamiento técnico e incontinencia ficcional– los diferentes planos de profundidad de un universo irrealizado que tanto se apoya en los círculos concéntricos de Dante como se proyecta hacia las artes audiovisuales del siglo XX.

La serie Cárceles imaginarias tiene su origen en 1745 y culmina con una segunda edición publicada en 1760 hasta completar las dieciséis láminas. Los grabados se caracterizan por la lobreguez, la profundidad de los espacios y la disposición laberíntica de los elementos. La fractura continua de la perspectiva y la multiplicación de los puntos de fuga configuran una superposición de planos donde los lados y los extremos mutan sus funciones. “Decoradas” con cadenas, instrumentos de tortura y una sucesión transversal de bóvedas y ojivas, las cárceles imaginarias de Piranesi proponen diálogos de luz y sombra que acaban creando un efecto que no es tanto de horror como de desesperanza. La atmósfera de opresión, por tanto, no deviene de la exposición y la crudeza y sí de la ruptura de la escala y la sobreornamentación de unos espacios que, con algo más que criterio lúdico, han sido calificados como “arquitecturas muertas”.

La intención catedralicia de las láminas, combinada con un grado de detalle propio del burilador, acaba por dotar a las imágenes de una fantasmagoría que influyó sobre los artistas románticos del siglo XIX y posteriormente sobre los surrealistas. Tampoco resulta difícil adivinar el goteo estético de las Cárceles imaginarias sobre algunas grandes producciones cinematográficas. Y por supuesto es también inevitable recuperar los trayectos imposibles de Maurits C. Escher en el laberinto de escaleras de Piranesi. Con todo ello, no es sólo la subversión de las leyes geométrico-espaciales lo que ensancha temporalmente esta serie de grabados. El carácter imaginario de las prisiones de Piranesi fuerza la atemporalidad y las proyecta hacia el presente. No es anacrónica la escalera lóbrega que tuerce sobre sí misma para morir contra el muro o el vacío (a pesar de que Guantánamo sea una planicie diáfana y simétrica), sino que, en tanto invención afiebrada, esa escalera aún espera ser recorrida por el prisionero que llegará, por el que acabará llegando.

Salvo en la segunda de las láminas, la presencia humana es modesta en las Cárceles imaginarias. Se trata por lo general de siluetas oscuras de desheredados a los que se expone casi como un contorno, rozando la visibilidad. La mayoría de estas figuras humanas aparecen esclavizadas, víctimas del cepo, el látigo y las cadenas. Pero otras se adivinan sutilmente perdidas en los pasillos de lo que tres siglos más tarde sería un proceso kafkiano. A propósito de Kafka, cabe mencionar que de los cientos de proyectos arquitectónicos ideados por Giovanni Piranesi, solo uno llegó a ejecutarse. Se trata de la iglesia romana de Santa María del Priorato, reformada (que no construida) según sus diseños. El hecho de que bajo sus piedras descansen hoy los restos del veneciano deja trazar una analogía con la suerte del desgraciado de “Ante la ley”, el relato de Franz Kafka incluido en El proceso. Como recordarán, un hombre deja su vida ante las puertas de la ley resguardadas por un guardián implacable que, una y otra vez, impide su entrada. Antes de que el hombre acabara por consumirse, el guardián le explica a los gritos: “Solo a ti estaba destinada esta puerta”, esta iglesia, Piranesi, que sobre tus restos se levanta.

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Robert Adams
Fotografías

Hasta el 30 de mayo de 2013, quienes tengan la fortuna de estar en Madrid, podrán acercarse a ver la muestra Robert Adams: el lugar donde vivimos una retrospectiva del fotógrafo que dedicó su arte a retratar los cambios que la urbanización produjo en el paisaje rural y desértico del oeste de los Estados Unidos. Con la curaduría de Jock Reynolds y Joshua Chuang, la muestra es un abanico que recorre los diversos proyectos que Adams encaró en las últimas décadas.

Carreteras perdidas, nuevas construcciones, esqueletos de galpones, autopistas y nuevos dueños se entreveran con árboles, costas, nubes, amplios paisajes en los que las formas redondeadas y las líneas sinuosas dominan la geometría de las fotos y con paisajes nocturnos, de una densidad notable, sean parques de diversiones o una gasolinera. En esa engañosa simplicidad que domina las fotos de Adams reside su mayor impacto; aquel en el que las sequedades y las arideces subyugan al espectador, quien al rato siente sed de ellas.

Museo Reina Sofía 
Edificio Sabatini. Planta 3
Santa Isabel, 52 ¬ Madrid ¬ España 
Hasta el 30 de mayo de 2013 
www.museoreinasofia.es

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El partener ¬ Manuel Vicente

por Javier Martínez

En la obra de Mauricio Kartun se inscriben algunos de los mejores textos de la producción teatral argentina de los último años. Con los distintos grados de acierto y reconocimiento, con la dispar efectividad que atraviesa cualquier propuesta estética, los textos del dramaturgo argentino nunca defraudan. El partener, originalmente estrenada en 1988, encuentra en el actual trío actoral, compuesto por Juan Palomino (Pachequito, el padre), Ana Yovino (Nydia) y Rodrigo Álvarez (el hijo) y en la ajustadísima dirección de Manuel Vicente a los artífices adecuados para la reconstrucción de una historia, de un relato, en el que la relación entre padre e hijo se ve atravesada por las manifestaciones superficiales (y no tanto) de una otra relación: la del artista principal y su partener. Y no es casual que el título de la obra subraye este rasgo e incluya, quizá sin quererlo, la dimensión erótica que el término partenaire tiene desde que el hombre es hombre.

Que desde el inicio del relato el hijo vaya detrás de los pasos de su padre tiene como fin último el desprendimiento, la fundación del camino propio que nunca estará exento de la palabra de los otros. Y el reclamo amoroso que el joven hace está velado, diluido, en el discurso lastimado del partener que fue abandonado, más de una vez, en situaciones de fragilidad y desprotección. Cuando el reclamo de raíces artísticas y vocacionales vira hacia el terreno de los afectos, el texto, lenta e inexorablemente, comienza su torsión hacia un final que, aún con visos de previsibilidad, no termina de encajar en lo esperado. En ese camino, aparece la figura de Nydia, una mujer de pueblo sometida, entre el goce y el deber, a los designios de su padre tullido, un padre que vació la relación de palabras para entrar en un mutismo cuyo único sonido es el de una campanilla con la que llama la atención de su hija, ante cualquiera de sus necesidades de postrado. Mujer bisagra que andará y desandará sus pasos, dejando estelas de deseo en los personajes masculinos; excesiva en el uso de las palabras con las que llena el vacío con que la horada su padre; y que será, a fin de cuentas, un catalizador que le permitirá al joven zapateador de malambos desarticular su primer paso equivocado hacia su propio camino: montarse en el discurso paterno.

El texto está plagado de giros, chistes que arrancan carcajadas, absurdos, malos entendidos, profundidades poéticas, místicas de la pobreza, rasgos de lo urbano y lo rural. No escatima tocar cuestiones, algunas de ellas merecedoras de una extensión más amplia en otros textos, que encuentran en la pluma de Kartun la herramienta adecuada para afirmarse, aún siendo trazo: la relación entre padres e hijos; el despertar sexual; la sexualidad de los padres; la modernidad y la tradición; la autoridad; las fantasías de los sujetos; la imposibilidad. Uno de los mejores recursos narrativos de El partener es la inclusión, en un fuera de escena, de personajes que tienen un peso muy importante en la historia que narra, más allá de la textualidad: el padre de Nydia; la ex mujer de Pacheco y madre del joven zapateador; la paraguaya cocinera de la peña en la que (mal)vive el pater familias; el pueblo como un ente que resume las leyes sociales y morales.

Teatro del Pueblo ¬ Diagonal Norte 943 ¬ Centro ¬ CABA ¬ Argentina
Tel: 4326-3606
Viernes a las 21:00 hs. y sábados a las 22:30 hs.

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Bajo un manto de estrellas ¬ Manuel Iedvabni

por Andrea Barone

Con dramaturgia del brillante Manuel Puig –aunque claramente no encontraremos aquí lo más brillante de su producción–, se desarrolla esta interesante obra que escribió para teatro en el año 1981, estando exiliado en Brasil. En esos conocidos escenarios de provincia y con una desvencijada burguesía rural a la cabeza, pintada críticamente con su cinismo y sus típicos haceres de encubrimientos y falsedades, se despliega una trama de locura y muerte, traiciones y enredos, con los telenovelescos lazos familiares que esconden secretos, amores y pasiones cruzadas.

En un despliegue temporal de idas y vueltas –por momentos, un tanto onírico y con toques fantásticos, grotescos y cómicos– entre el año 1948 en que la historia transcurre y desde 1929 en más, año en el que adoptan a la hija de unos amigos que mueren en un accidente, se va tramando y develando la intriga, se va tejiendo la historia de estos personajes: un matrimonio, su hija, dos ladrones de joyas que irrumpen en el campo y que devienen enfermeros de hospital psiquiátrico, esperados amores –que desatan lujuria, sexo–, policías o criados. Con buenos trabajos actorales de Adriana Aizemberg, Paloma Contreras Manso y Héctor Bidonde, destacadamente de Pompeyo Audibert y María José Gabin y una puesta con elementos kitsch sube a escena, con sus altibajos, un despliegue interesante, una obra para ver.

La Comedia ¬ Rodríguez Peña 1062 ¬ Barrio Norte ¬ CABA ¬ Argentina
Tel: 4815-5665

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Sudado ¬ Jorge Eiro

por Verónica Miramontes

Dos obreros tratando de terminar la remodelación de un restaurante peruano del Abasto, supervisados por el hijo del patrón fallecido recientemente quien ha sabido ser más que un jefe, afectuoso, casi como un padre.

Entre placas de durlock, cemento, martillos y tachos de pintura se debaten cuestiones del amor, la familia, costumbres y comidas peruanas y argentinas, midiendo hombrías a través la mejor tortilla de papas y el caudal de simpatía con las mujeres.

Alejo ha perdido a su padre y debe hacerse cargo del trabajo de éste y de unas cuántas otras cosas que devienen de ese vacío. Con rencores, dirigirá la obra imponiéndose desde un lugar tan autoritario como inseguro.

Lalo y Ricky, dos trabajadores hacen lo mejor que pueden con su trabajo y su vida; uno añorando su Perú natal, con fantasías de parecerse a un galán de la música melódica, salidor, divertido, agitando a su amigo familiero, casi romántico, entrador, quien escribe cartas para la mujer que le gusta.
Una foto del Machu Pichu a un costado se alzará reveladora de lo que esconde la mística de lo que falta y faltará siempre, de lo desconocido, provocando inquietudes inesperadas.

Una pieza bella e interesante, con detalles exquisitos sobre el laborioso mundo de la albañilería, donde medidas y cálculos pueden fallar. Muy buenas actuaciones de Facundo Aquinos, Julián Cabrera y Facundo Livio Mejías bajo la clara y rítmica dirección de Jorge Eiro.

El Camarín de las Musas ¬ Mario Bravo 960 ¬ Almagro ¬ CABA ¬ Argentina
Viernes a las 22:30 hs.

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Noches romanas ¬ Oscar Barney Finn
por Tamara Nabel

Año tras año Tennesse Williams y Anna Magnani se encuentran en el espléndido piso de ella en Roma. Mantienen una amistad descarnada y frontal, se profesan un amor casi fraternal durante la tardía juventud, la mediana edad y sobre todo, la vejez. Encuentran en el otro un refugio de realidad, de comprensión; los encuentros en el departamento son un retiro voluntario de la vida mediática que ambos llevan. Desde el principio se buscan. Se admiran. Reconocen en el talento del otro el vacío que sienten ellos mismos, y se cuentan sus peores miserias porque saben que quien escucha, entiende. 

El bellísimo texto de Franco D´Alessandro (en la excelente versión de Oscar Barney Finn) nos permite conocer lo vedado, lo íntimo. Las conversaciones de dos seres públicos, que guardan lo más auténtico de su humanidad y lo esconden de la prensa, ahora nos son reveladas y no podemos más que conmovernos con las pequeñas tragedias cotidianas (y no tanto) de aquellos a quienes consideramos artistas. Porque va más allá de la mera curiosidad morbosa; se trata del deseo siempre latente de descubrir el germen del genio. Y así aparece la confesión: Williams es cuando escribe. Su verdad está en la obra y solo sus textos lo revelan. Anna lo sabe. Pero ¿qué hacer con el resto del tiempo? ¿Cómo aceptar el amor, cómo distinguir lo trascendente de lo publicitario?

En cuando a las interpretaciones, ambas sobresalientes, es fascinante la dinámica entre Virginia Innocenti y Osmar Núñez. Innocenti logra una verosimilitud abrumadora en su Anna, atravesada con ataques de ira brutales matizados con una dulzura femenina tan auténtica como arrolladora. Núñez, por el otro lado, compone a un Williams taciturno, tímido, introspectivo. Su adoración por Anna es absoluta y a pesar suyo le cuenta sus más dolorosos secretos, la transforma en su confidente. Vale la pena destacar la metamorfosis extraordinaria de Núñez en un Williams viejo y enfermo, derrotado. Logra mantener la esencia del personaje, pero lo transforma en un ser desesperanzado, triste y solo. Definitivamente se trata de dos trabajos interpretativos para disfrutar.

Oscar Barney Finn propone una puesta sencilla pero sólida; hace hincapié en sus actores y esto es suficiente para sostener la atención de los espectadores sin necesitar demasiados elementos para contar la historia. Es magistral su trabajo con Núñez e Innocenti; es impensable un resultado tan acabado sin una dirección encargada de marcar el rumbo a la búsqueda del personaje.  

Noches romanas es una obra hermosamente humana, un prototipo de teatralidad pura, que descansa sobre el talento y el trabajo de los componentes del equipo. Se trata de un teatro escaso, único, del que no abunda ni siquiera en nuestra vasta y célebre cartelera porteña.

Centro Cultural de la Cooperación ¬ Corrientes 1543 ¬ San Nicolás ¬ CABA ¬ Argentina
Tel: 5077-8000 int 8313
Viernes, sábados y domingos a las 20:00 hs.

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Hollywood bosteza

por Federico Delgado

Cada año se repiten los mismos rituales. Calcados. Arranca con un runrún que irrumpe en periódicos y revistas del gremio, y ahora en los blogs. Si no estás pendiente te arrolla literalmente la información. Nombres, apuestas, los mejores posicionados, los casi seguros. Luego la adrenalina previa, que sube en intensidad según se llena la famosa alfombra roja. Al fin, el menudeo de la gala, el acierto o desacierto del presentador, los atuendos, las meteduras de pata, los momentos más emotivos. Y luego la borrachera final, las galerías de fotos, la repetición de los momentos más interesantes, como si de un partido de fútbol se tratara. Y, al fin y a la postre, la resaca en forma de ditirambo político.

Todo esto y mucho más rodea a los Oscar. Las galas de los festivales, aunque con evidente repercusión, no copan ni mucho menos así los titulares. La Berlinale (Alemania), Cannes (Francia) o San Sebastián (España) –y no digamos los festivales más modestos– parecen sólo interesar a los profesionales, y no importa que se premie una película desconocida porque va a pasar desapercibida en las salas convencionales. Pero en los Oscar, los propios miembros de la Academia eligen los premiados en una catarsis antropófaga que fagocita loa propios intereses creados.

Sin embargo, ¿podemos abstraernos del oropel y el brillo de sus ceremonias? Los actores y actrices más deseados se afanan en vestir las prendas más exclusivas y las joyas más relucientes para regocijo de sus fans. El cine se convierte más que nunca en una fábrica de sueños pues, fuera de la pantalla, las estrellas parecen más cercanas, más humanas. Por eso se desmenuza su atuendo, sus gestos, su maquillaje, su forma de andar, cada una de las palabras que dicen, las lágrimas que derraman si son las afortunadas ganadoras.

Pero, al cabo de un par de días, ¿qué queda de todo esto? ¿Acaso importa si Daniel Day-Lewis ha conseguido su tercer Oscar por su intenso trabajo en Lincoln, o si Ben Affleck es digno merecedor del premio por su incursión en la crisis de los rehenes de Irán? Lo más sonado de toda la gala, por encima de la aparición de Madame Obama, ha sido que Anne Hathaway ha perdido perdón porque se le marcaran los pezones en su resplandeciente vestido de Prada. O lo que es peor aún que una mera reacción pacata: que dijera que no tenía intención de ponerse ese vestido, y que lo cambió a última hora; como si eso nos importara.

Si teníamos poco con esos intereses creados ahora descubrimos que la alfombra roja se ha convertido en una pasarela de alta costura que resulta mucho más rentable para los grandes modistos que las semanas de la moda de París, Nueva York o Berlín. El cine se encuentra en una encrucijada en la que la calidad se vende tan barata que hasta a los grandes directores se les nota demasiado la prisa, la improvisación, la falta de cocción. Las grandes películas son grandes por su presupuesto, por su puesta en escena, y no por sus memorables interpretaciones. Si quieres calidad debes buscar en una pantalla más pequeña.

Es el signo de los tiempos. Como si de un trampantojo se tratara, si rascas un poco la superficie de Hollywood debajo apenas te queda yeso y tierra. Ese cine emociona cada vez menos e impresiona más. Siempre fue dependiente del glamour de las estrellas, pero si ese brillo termina por apagarse, ¿qué será de su industria, cuando dejen de vender las explosiones, los efectos especiales y el 3D? Quizá en ese momento volvamos a hablar del séptimo arte en el Dolby Theatre.

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