Editorial
 
 

Si los desafiáramos a que enumeren tres balcones que rápidamente les vengan a la memoria, apuesto a que muchos tendrían dificultad para cumplir la consigna sin recurrir a los del mundo propio; aquellos balcones en los que nos criamos, los que elegimos recordar; los que estuvieron en nuestras vidas cuando la dejamos en manos del destino; los balcones que transitamos de modo inolvidable. Si en este momento aceptara responder al desafío, el resultado sería este:

El balcón de Julieta Capuleto. Creado para la ficción por William Shakespeare para su famosísima tragedia, los eternos amantes de Verona tienen, en el mundo real, un balcón que se alquila a parejas que quieran jurarse amor eterno en una construcción emplazada más de un siglo después de haber sido escrito el texto, para recordar, hasta la muerte misma, la imposibilidad del amor humano y eterno.

El balcón de la Casa Rosada. En el que el General Perón arengó a las masas; en el que Eva Duarte se despidió de sus descamisados, apenas sostenida sobre sus pies, consumida por el cáncer; el mismo en el que el dictador y genocida Leopoldo Fortunato Galtieri anunció la recuperación de las islas Malvinas; en el que Ricardo Alfonsín inició el retorno de la democracia a un país castigado por las más sangrientas dictaduras; el mismo en el que Diego D10s mostró la copa del mundo a una multitud enardecida; el balcón que fue cabeza de los miles y miles de ciudadanos que honraron con alegría el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Un lugar único y distinto en cada ocasión, desde el que conectarse, de modo dispar y jerárquico, con esa entidad llamada Pueblo.

El balcón de la casa de mi infancia. Departamento único en primer piso, sobre un negocio de venta de autos usados. Balcón a la avenida. Desde ese mirador vi pasar la caravana policial que custodiaba al psycho killer Robledo Puch, el Ángel de la Muerte; detenido en 1972 por una serie de crímenes por los que se lo condenó con la pena máxima en Argentina: reclusión perpetua por tiempo indeterminado. Desde esa misma altura, o casi, vi pasar el cortejo fúnebre de mi abuela Irma o quizás eso no pasó nunca y fue sólo un modo más de despedirla. Espacio indeterminado.

Tercer número de ENEUR desde abril de 2020, cuando comenzó el tercer inicio de una etapa de nuestra revista, y tercera mención a la pandemia de COVID-19. Inevitable, esta vez, porque durante la cuarentena los balcones han sido conquistados de otro modo. El espacio casi exterior, casi íntimo, adquiere una nueva dimensión en un momento en que el aislamiento en los hogares hace sentir el paso/peso del tiempo de encierro. El balcón, por definición, es un espacio intermedio: ni interior, ni exterior. Ambos pero ninguno de los dos. Una buena metáfora para un presente incierto.

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