Miradas
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Las ventajas de ser conejo y editor es que tengo la libertad de saltar de sección en sección sin que a nadie se le erice el pelo. Era tentador ir a enfrentar el amor de Ray Bradbury por los robots en los cien años de su nacimiento pero me ganaron de mano con una nota sobre Farenheit 451, así que decidí ir a por otras de mis grandes pasiones: la pintura.

En el primer encuentro entre Édouard Manet y Francisco José de Goya y Lucientes, el francés no dudó en quedarse con algo del zaragozano para luego utilizarlo él mismo. El perspicaz lector que conozca algunos datos de la vida de ambos pintores se preguntará: ¿cómo cuernos pueden haberse encontrado un español que vivió entre los años 1746 y 1828 con un francés que nació cuatro años después de la muerte del primero?

La respuesta no está en un DeLorean ni en el Túnel del Tiempo. Entre 1853 y 1856, el amigo Édouard se dedicó a viajar por Europa. El nacido en cuna de familia acomodada paseaba por el Museo del Prado cuando se topó con las pinturas de quien podría denominarse como un contemporáneo, también pintor, también con una relación tensa con la sociedad y la crítica de sus momentos. Pero hay que reconocerle que era empecinado. Entonces presenta dos cuadros costumbristas al Salón de París de 1869, reconocimientos que le venían siendo esquivos, para ser sinceros. Spoiler alert: su pintura Le balcon, inspirada en la pintura Majas en el balcón que Goya pintó alrededor de 1812, cuando el bueno de Édouard no era ni siquiera un espermatozoide en pugna, fue objeto de críticas despiadadas. El final hollywoodense, lejos de ser realidad.

Veremos que, evidentemente, las preocupaciones de Manet no eran las mismas que las de Goya. El español pintó su cuadro en un momento en que los trabajos por encargo, los que ponían el alimento en el plato, eran escasos, si no inexistentes, gracias a la Guerra de la Independencia Española que, en el marco de las guerras napoleónicas, enfrentaba a España (donde Napoleón había mandado a su hermano José, inmortalizado como “Pepe Botella” por su afición al alcohol) y Francia, cuyo imperio terminaría por derrumbarse después de Waterloo. Por su lado, Manet paseaba con su familia por Boulougne-sur-Mer, al norte de Francia, cuando, atraído por los contrastes de luces, decidió pintar a personas posando en un balcón. Su futura cuñada, un paisajista jurado del Salon des Artistes y una violinista fueron sus personajes elegidos. Cito a Berthe Morisot, la mujer sentada a la izquierda en el cuadro y entonces futura esposa de Eugène Manet: “Encontré a Manet con el sombrero en la parte posterior de su cabeza, luciendo como un loco. (...) Se reía pero parecía estar preocupado; jurando todo el tiempo que Le balcon era un cuadro muy malo y que tendría mucho éxito”. Si fuera un chunguito y me dieran a elegir, elegiría el punto de vista tortuoso y torturado del español. Punto para Goya.

Poner lado a lado cada uno de los cuadros es un lindo ejercicio; inconducente y divertido. Por un lado, las majas del cuadro de Goya son dos jóvenes prostitutas que se ofrecen a los viandantes, custodiadas por dos embozados proxenetas. Se superpone la picardía de las miradas de las mujeres, sus mejillas artificialmente sonrosadas, sus pechos que sobresalen provocadores del escote, la luz que las ofrece con las oscuras figuras masculinas, que se esconden, como si tuvieran algo que ocultar. Y es porque seguro que lo tenían, apuesto doble contra sencillo. Por el contrario, la pintura de Manet no deja de ser un canto a la prolijidad, a la elegancia, al blanco virginal y al porte gallardo. Sus personajes parecen estar desconectados uno del otro, miran a lados distintos y, si me apuran, más cerca de alguna forma del vacío que de otra cosa. Y si en el primero los hombres custodian, herméticos, en el segundo acompañan, como la figura masculina central, o como el curioso entre las sombras, con la forma del criado que porta una bandeja. Y acá, lo confieso, mi corazón (ya partido en dos) se inclina por la sombría luminosidad de las Majas en el balcón. Otro punto para Goya.

Antes de que esto se convierta en una paliza de puntos de uno de mis pintores favoritos por sobre el bueno de Manet, los dejo con las imágenes de ambos cuadros para que los vean y los disfruten. Pero también para que busquen sus propios puentes entre uno y otro. Que los hay, los hay. Y a redescubrirlos. Porque si de tiempo se trata, esta pandemia que afecta tanto a humanos como a conejos, nos ha dado una nueva oportunidad para pensar el paso del tiempo. Una en la que, copa de vino en mano y humeante fumable en la otra, podamos hallarnos revolcados en el colchón feliz del dolce far niente.