Escritos
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Un amor real es como dormir y estar despierto.
Charly García

¿Cómo no escribir en relación con el primer balcón evocado, el clásico, el de Romeo y Julieta? Entonces, algunas palabras sobre el amor, que nunca está garantizado. Hay amores, no necesariamente trágicos aunque a veces se presenten de ese modo, cuando las reglas sociales de elección de un partenaire –pues no todos están permitidos, no todos son posibles– son sancionadas por el Otro, rígidas e inflexibles, y llevan a lo peor, sin dar lugar a lo deseante. O cuando también se cuela la locura real, el todismo que enloquece, lo pasional entramado ahí que mucha veces vira al odio y decanta en la muerte puesta en acto, en un intento por eliminar lo diferente, lo siempre Otro para uno.

Lo diferente, la diferencia de uno, de una, que hace de soporte para la elección de un objeto de amor, algún divino detalle, algún rasgo, en la medida también en que hay amores articulados a un goce sexual posible, a lo erótico, un amor apasionado; aunque haya otros escindidos, disjuntos de la puesta en juego de los cuerpos en ese sentido, pero sin dejar de estar entramados en alguna satisfacción. Atajos y engaños posibles, tretas que en ocasiones visten de imposible lo que no es más que impedimento o a veces impotencia, dando lugar tal vez a alguna versión del amor cortés. Aunque en algún sentido el amor siempre participe de la dimensión de engaño –para algunos, de una buena manera, advertidos; para otros, ciegamente, enceguecidos– dado que esconde, vela, viste algo del objeto, que per se no tiene nada de bello, más allá de ese no sé qué que lo hace tan deseable.

Dado que los seres hablantes introducimos la elección en la sexualidad, siempre de un modo particular, un tipo particular de elección de objeto, más allá de la amistad o el amor de transferencia, particulares otros amores: la elección de una mujer que sea siempre de Otro, no toda de uno; la disyunción entre la madre y la puta; la de un hombre degradado, sosteniendo el enaltecimiento del padre en su altar; la del fetiche necesario, que vuelve cualquiera al objeto que lo porte; los que dan lugar a la equivalencia partenaire/felpudo; etcétera, etcétera, etcétera. Cómo se relacionan unos con otros los seres hablantes, cómo se eligen, cómo matchean, dirían hoy alguno, alguna, en los infructuosos intentos tecnológicos de agotar codificadamente, tipificar la elección, aplicaciones transformadas a veces sólo en un rappi/do delivery sexual.

Hace tiempo en sus letras, en su temporada en el infierno, Rimbaud nos convocaba a reinventar el amor. Reinvención que supone darle vueltas a la particularidad de cada quién, desembrollarla, ubicar la propia falta que es desde donde se ama, lo apropiado, lo que le hace falta a cada quién –más allá del Edipo, más allá del Otro–, para entramarse con un goce que se experimenta, posible, singular, vivificante. Si se enlaza en un encuentro contingente, con lo que marca en un cuerpo la huella de su exilio de la relación sexual en tanto complementaria, esas condiciones de goce heterogéneas, haciendo resonar el agujero de la no relación sexual, haciendo vibrar lo inatrapable en juego; algo del misterio que habita el cuerpo, los cuerpos, no todos, lo que escapa a las palabras, lo indecible, posible de tocar con un decir amoroso, de envolver con palabras de amor.