Escritos
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Escarnecen las librerías con su iluminismo misérrimo: toneladas de papel impreso nada más al servicio de la atrofia del discernimiento colectivo. Cantidad en lugar de calidad; el como si. Olor a tinta ácida, libros huecos, sin peso; ni siquiera el cuidado relativo de la edición para atemperar en algo lo epidémico. Y en cada local la evidencia ominosa, funesta, de un psiquismo que se autogestiona y adquiere en complicidad.
Mientras tanto los mass-media llegan a producir el deber instantáneo de aullar.

Néstor Sánchez, “Diarios de Manhattan”, La condición efímera

La causa justa de Osvaldo Lamborghini es un cuento que aborda la justicia en un sentido crudo, originario. Como señala Laura Estrin, de quien parten muchas de las hipótesis y argumentos de este escrito (El viaje del provinciano, Literatura rusa y decenas de análisis de circulación online), Osvaldo Lamborghini se trata de un escritor que sabe la literatura, que conoce la tradición, que conoce el canon; pero sobre todo, que sabe de esa otra literatura, la literatura que a veces ingresa al canon aunque más no sea para ser silenciada; y la literatura que directamente no se lee, que muchos desconocen por estar excluida y, lo que es peor, que muchos conocen pero tapan, silencian, al no reseñar, al no enseñar. Y si de no-lectura hablamos, otra variante de la ceguera crítica, académica, es el primer furor de aproximación a lo “prohibido”, a lo “maldito”, para luego retomar el camino seguro que asegurado dice desde “lo sobrecogedoramente universitario” (Néstor Sánchez), como pasó con El Fiord; esto es: como resultado de la velocidad con la que se agotó la primera edición del cuento, cuando Osvaldo Lamborghini ingresó a los programas universitarios, entró exclusivamente por su aparente carta pop de presentación, que de pop no tiene nada, y de presentación y apertura lo tiene todo y más. Y sobre esta variante recuerdo a Néstor Sánchez cuando nos habla de “la condición efímera”, frase que da título a su última obra maestra. Esta otra literatura es la literatura justa, que espanta lectores por tratarse de una esfera perfecta de hermetismo que a los gritos se retuerce, vocifera y por ello mismo incomoda, molesta, y dice por fuera de la inamovible serie literaria cuyo centro, Borges, es el panóptico que, atento, observa, consagra y excluye con las consabidas operaciones críticas de siempre. Es precisamente esa escritura oficial la que escribe contra la exclusión de la justa literatura que injustamente se la excluye. Osvaldo Lamborghini anota la frase “Autopsia y parangón”. La autopsia revela la causa de la muerte de lo desplazado, es decir: revela su ausencia de parangón, la imposibilidad de la comparación “que se escribe o inmola con una mezcla de bostezo, risa de pequeño país ‘experimentado’ y estoicismo con hedor a cátedra” (otra vez Lamborghini), que sigue siempre derecho el camino seguro y limpio del canon oficial, en desmedro de la literatura que se escribe hoy, que se escribió ayer, para marcar un futuro siempre contemporáneo.

Más allá de lo binario que acá resalta, marco una diversidad de series literarias: literatura canónica, siempre oficial (Borges, Cortázar, toda la barra); literatura oficial pero no canónica (los Lamborghini, Perlongher, Libertella y algunos pocos más); escritura que “se cuenta por teléfono”, en el decir de Néstor Sánchez, esto es: “semioficial” (los garabatos no literarios que de garabatos llenan las páginas y de literarios no tienen ni media coma); y la literatura que está en los márgenes del sistema o directamente desplazada (Néstor Sánchez, Zelarayán, Fijman, Raschella y un innumerable etcétera). Es la escritura oficial pero no canónica y la que se quiere tapar las que forman lo que llamo literatura justa: la literatura “de la muerte afrentada: morir de inenarrable manera, eso va más allá aún que el consagrado ‘morir como un perro’, capítulo salteado del veredicto final en el moño (‘doblada’) trámite del proceso”, como apuntó exacto Osvaldo Lamborghini lector.

Creer que el secreto de una buena lectura está en el análisis de los procedimientos de una obra puede, en ocasiones (digamos: ocasiones detectivescas), desembocar en una buena lectura. Así lo creyó Piglia a lo largo de toda su crítica y así, a partir de la analogía, a partir del procedimiento, leyó muy bien el Facundo. Pero creer que “el tipo que inventó el soneto es mejor que Dante” (otra vez Piglia) es tan absurdo como pensar que a partir del silencio narrativo que está de moda se hace literatura. ¿Decimos cuando no decimos o decimos verdaderamente cuando gritamos un sentido vehiculizado por una voz? Parecería haber (una) nueva literatura, la literatura deleuziana, esto es: la escritura del devenir, de lo múltiple: la literatura-lectura “del vale todo, porque resulta que ahora todo es escritura”, como con sus consabidos nervios de punta con razón se queja Laura Estrin. Llenamos páginas y páginas de monografías, artículos y tesis con interpretaciones para todo gusto, conveniencia y consenso. Si creo que el autor lo dijo, vale; si el autor no lo dijo, vale también y vale más porque la página en blanco, la que no dice, la que no está ni sugerida hace literatura. Pero la literatura se pregunta, se violenta y se sublima para buscar el silencio que nunca encuentra. Quizá Néstor Sánchez lo alcanzó y por eso mismo abandonó la escritura (“a esa altura y quién sabe dónde y en qué planes pero sin duda en el péndulo, había aprendido a callar”, leemos en El amhor, los orsinis y la muerte). Parece que ahora es al revés: lo no dicho, cuando no se dice ni está presente por asociación/omisión, es el nuevo género literario.

Y si hablamos de procedimientos no podemos soslayar la forma (principio y fin del arte). En la narrativa oficial del xxi, el descuido en el plano formal es notorio. “Antes se partía de la escritura de la poesía para poder lograr un manejo singular del lenguaje y luego, si ese era el deseo del autor, se pasaba a la novela. Ahora todos empiezan por escribir novelas, y el resultado, en relación con la madurez del lenguaje, es inadmisible” (sentencia de Néstor Sánchez).

Muchos, cuando se les pregunta si hicieron algún tipo de investigación previa a la escritura de su último hit, declaran, orgullosos, que se la pasaron viendo videos en internet. Otros, más orgullosos aún, rechazan a rajatabla no hacer nada que sea biográfico. Si no se parte de la propia vida, de lo que se conoce, de lo que se sabe, ¿qué cuentan entonces estas narraciones no-biográficas? Cuentan el cuento del entretenimiento, el texto que apunta a congraciarse con la masa. El que no sabe estetizar su vida no tiene imaginación, solo talento para la distracción.

La literatura justa escribe, compleja, bajo el abrigo de una forma única, nueva, en su originalidad que prolifera sentidos recalcitrantes como asimismo inagotables que no pueden ser leídos/analizados, únicamente, desde el canon crítico del 17 que en las llamadas “revistas académicas” no da lugar al juicio estético. Hay jerarquías: no es lo mismo Arlt que Sábato… Se trata de frases que le dan a estos libros su patencia literaria, frases que nos descolocan y por ello mismo no pueden reducirse de forma exclusiva a la cirugía procedimental (digamos: el formalismo-Piglia). Esos sentidos varios a los que nos referimos deben buscarse en lo dicho (en lo audible), en lo escrito, y también, por supuesto, en lo no dicho; pero ni siquiera en lo que se quiere leer como implícito está presente. Para aproximarnos a la otra literatura, la literatura justa, es necesario abandonar el juego de las múltiples críticas sonoras y entender que, muchas veces (demasiadas), lo no dicho no es silencio sino texto ausente, ni omitido ni sugerido, solo página en blanco. Y si al procedimiento por el procedimiento y al silencio nos referimos, esta otra literatura, la literatura justa, se lee heterodoxa, silenciosa y beligerante de puertas afuera de la Universidad.

 

Trabajo presentado en la I Jornada de estudiantes investigadores de Letras (UBA)