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En realidad, prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire.
Woody Allen

Blablablá

Felis cumpleaños
por Alejandro Feijoó

De la nada salió el cumpleaños de Santana. No había previsión de tal acontecimiento, y hubo que hacer un hueco en la cargada agenda que, cual zanahoria, me lleva pacíficamente de la condición de inmigrante a la de asimilado. Mi hija tenía entrenamiento esa misma tarde, pero accedí al ver en su rostro el entusiasmo por la fiestita.

Me sonaba el tal Santana, aunque no acertaba a casar cara con nombre. La cita era en la puerta del colegio, desde allí el padre de Santana llevaría a los invitados en la parte de atrás de una furgoneta. La verdad es que aquí en Europa no se hacen así las cosas, de modo que moví mis hilos y conseguí que una madre española llevara caminando a su hijo español y a mi hija española hasta la sede del ágape. Así se lo comuniqué por teléfono a quien se presentó como “señora Santana”. Ella me contestó que estaría “mirando por la ventana”.

Cuando caí por la zona era ya de noche y las ventanas parecían tapiadas. Subí por unas escaleras oscuras. En el tercero salía música de una puerta que se abrió antes de que yo la golpeara. Me abrazó efusivo un joven hermano latinoamericano, bigotito finito, camisa blanca. Soy el padre de Santana, me dijo. El núcleo del cumpleaños se desarrollaba en un salón pequeño, donde se arracimaban una docena de chavales y otros tantos adultos; aquellos, culturalmente diversos; estos, de la parte joven del mundo.

El reguetón me aturdió desde el principio. Pero los pibes parecían enganchados en el baile, al que los animaba una mujer de camisa y pantalones ajustados, en el centro de la pista, a quien por cuyas expresiones de algarabía reconocí como la señora Santana. Alguien me ofreció al mismo tiempo jamón español, un guiso de dudosa procedencia y pochoclo. Acepté todo.

Santana parecía un poco aturdido entre sus amigos, y también por la ropa donde lo habían embutido: camisa abotonada hasta arriba, pantalón de vestir, zapatos negros de cordones, corbata también oscura. En el suelo había un montón de papel picado. La música salía de los altavoces de la televisión, ubicada cerca del techo, sobre una plataforma pegada a la pared, como en un bar. Había que levantar mucho la cabeza para mirarla. Algunos globos volaban de acá para allá, sobre la cabeza de la señora Santana, cuyos movimientos escenificaban las sugerentes letras del reguetón.

Por fin llegó la torta. El padre del chico se subió a una silla, sacó la música y puso un DVD con dibujitos, “así los chicos se entretienen”. Todos los chicos se retiraron un par de pasos y levantaron sus cabecitas hacia el techo. A los dos minutos llegó la torta. Entonces la señora Santana se subió a la silla, sacó los dibujitos y puso otro CD, esta vez con grabaciones del Feliz Cumpleaños. Y los niños bajaron las cabezas. De pronto se escuchó: “A ver las chicas”. Mi hija y el resto de féminas rodearon a Santana, que no cambió su aspecto cetrino ni con el Happy Birthday. Al final de la canción, el chico de la corbata apagó una vela grande con el número 7. Sin tiempo a nada, la señora Santana dijo: “A ver los chicos”, y de la tele salió el Cumpleaños Feliz tal como lo cantamos en Hispanoamérica. Al final de esta versión, el chico triste apagó la misma vela grande de antes. Por un momento me pareció que iba a sonreír, pero el achuchón al unísono de los Santana abortó el despegue de sus labios.

Las blabletas del mes
por El Conejo Editor

 

Buda cabezón
Durante muchos años tuvimos como cierta una aseveración médica: las únicas células que no se reproducen, una vez que han llegado al máximo número que alcanzarán, son las neuronas. Esas simpáticas células, con axones, dendritas y una suerte de ojo ciclópeo, se ven envueltas en una buena nueva: no sólo podemos agrandarlas y fortalecerlas para que aguanten más, sino que hay serios indicios de que podrían restituirse. Esto se desprende de las conclusiones a la que arribaron los amigos investigadores de la Universidad de Los Angeles. Los eruditos han concluido que la práctica de la meditación agranda el cerebro, tal como lo prueban los mayores volúmenes cerebrales de los meditantes estudiados. Aunque aún les faltan 5 pa'l peso (no saben si, el mayor volumen se debe a que nacen nuevas o bien a que se agrandan las existentes) aconsejan, sin dudarlo, la sana práctica de la meditación. Ahora ya saben cuál es el motivo de la prodigiosa bocha de Buda y por qué me resulta tan difícil encontrar un sombrero adecuado para mí, meditatio trainer.

 

El trébol de la buena suerte
Si algo le hacía falta a las ciencias botánicas era develar uno de los misterios más celosamente guardados por la Naturaleza: el motivo por el cual un trébol puede tener 4 hojas. El otrora símbolo de la suerte no tiene su justificación en hadas del bosque, animados duendes ni en azaroso devenir: es apenas una deformidad genética. Lo que preclaros seguidores de los grandes cerebros de la Humanidad concluyeron es lo siguiente: si el gen GEM1 es el causante de mutaciones similares en la alfalfa y otros verdes, que comparten raíz genética con el trébol, entonces es el GEM1 el causante de ese ex-misterio de la Naturaleza y el Azar, que con tanto ahínco buscamos en distintos momentos de la vida. Advertidos pues de su existencia, deberemos recurrir al GEM1 para explicarle al mundo cómo dimos con la quinta pata del gato o el pelo en el huevo.

 

¡Me cacho en C3PO y R2D2!
En nuestro #01, advertimos el potencial peligro de nuestros émulos de hojalata. Resulta ser que, ahora en Bangkok, hay un robot que causa furor por sus cualidades como abnegado servicio de mesa. Bueno... No uno: son cuatro. Cuatro mozos que son casi perfectos, que no llegan tarde, ni fuman, ni piden propina ni cobran sueldo. Como si esto fuera poco, no se cansan y no transpiran. En un rapto de inspiración, concebimos 3 finales posibles para la adaptación literaria de la vida de los descendientes de Karel Čapek.

Posible final 1: Buenos Aires no es Bangkok, pero los robots llegan a mansalva. La Aduana está plagada de containers llenos de esos simpáticos esclavos de la vida moderna, recien llegados de Oriente. En los restaurantes en los que atiende más de uno, suele escucharse la misma queja: "A la final, no sé a quién pedirle la cuenta... Esto robóse son todo siguales".

Posible final 2: Buenos Aires no es Bangkok, pero los robots llegan a mansalva. La Aduana está plagada de containers llenos de esos simpáticos esclavos de la vida moderna, recien llegados de Oriente. Un nuevo neo flamante new brand hippie entra al bar La Paz Cósmica a tomar un café. Mira a los robots alineados frente al mostrador y se pregunta: ¿me traerá un café si le hago con los dedos así , como dibujando una letra C?

Posible final 3: Buenos Aires no es Bangkok y ninguna de las dos ciudades existen tal cual las conocimos. El mundo no está en mano de los simios, como lo adelantara Pierre Boulle, sino bajo el absoluto dominio de los robots que no tienen registro de su prehistoria, como adelantaran tantos otros. Los robots tienen una duda: ¿cuál es el eslabón perdido de su cadena evolutiva?

Dance of Death
por Tadeo Martínez

Hay palabras, obras, textos, que pueden convertirse en inagotables fuentes de creatividad. La Danza de la Muerte es una de esas fuentes. Tanto en la música, como en la pintura y la literatura, este argumento marcó una tendencia que perduraría a lo largo de los siglos. Podemos afirmar que el mito de La Danza de la Muerte, tal como la conocemos hoy, comenzó hace ya tiempo, en el siglo XIV, para ser exactos, cuando la Edad Media estaba en pleno auge. Para los artistas, las  palabras eran la forma de demostrar su gran respeto por la muerte, por el misterio que lleva consigo la hora de partida de todo ser humano de la faz de la Tierra. En el largo manuscrito medieval, la Muerte no discrimina ni cataloga, va invitando a diversas personas a su danza, esa que bailaran los futuros muertos, sin importar si son ricos o pobres, jóvenes o viejos, poderosos o no... Lo sabemos: la muerte le llega a todos y, quiera o no, cualquier persona tendrá un mismo final: cenizas a las cenizas y polvo al polvo.

Poco a poco la historia evoluciona y el arte buscará nuevas formas para narrar La Danza de la Muerte. Después de la trágica epidemia de Peste Negra, los artistas plásticos decidieron explayar toda esa tragedia y todo ese dolor recurriendo al tema de la muerte. Así es como artistas de los alrededores de Europa pintaron La Danza Macabra (su otro nombre extraoficial) de una aterradora manera. Uno de los mas representativos autores, que derramó toda su creatividad y apostó al histórico tema, fue Bernt Notke, que representó una obra maestra donde se aprecia a los muertos entre los vivos como una sociedad homogénea.

Las pinturas, esculturas y distintas expresiones poéticas combinadas con artes plásticas fueron muchas, pero la que realmente tiene unas pocas buenas joyas es la música. Cerca del año 1874, el músico y compositor Camille Saint-Saëns creó, en mi opinión, la más grande obra que representa a esta danza: La Danse Macabre. Un violín, agonizante y desesperado, trata de reflejar el sonido que se escuchaba en los cementerios donde La Muerte decidía implantar su escenario tétrico y tocar para su audiencia. La canción pasa por distintas momentos: la melancolía y la depresión, la aceptación de la muerte y un agonizante momento de terror a ese futuro que le espera a cualquiera de nosotros los mortales.

Quien le dio un cierre majestuoso al argumento y le hizo un regalo, con moño y todo, a la posteridad fue la banda británica Iron Maiden, que editó un disco titulado Dance Of Death, donde su principal sencillo (con el mismo nombre que el del álbum) cuenta, poética y narrativamente, la experiencia de un hombre mediocre que es invitado a bailar la famosa danza con la más famosa Muerte.

Pibes...
por J. Martínez

Cuando era un niño escuchaba, con los codos apoyados en el borde de la máquina de coser, el relato de mi abuela de aquel día en que fue a ver El Pibe, que filmara, en 1921, Charles Chaplin, a quien en familia le decíamos Carlitos Chaplín. Años tardé en descubrir que había puesto en la pantalla una de las historias más tristes que pudiera dar su talento. La emblemática foto de Carlitos y su bigote mágico, sentado al lado de Jackie Coogan, ese pibe que llevaba una gorra clavada hasta el borde de los ojos, era el preámbulo de la inolvidable y conmovedora escena en la que la policía arranca de los brazos de Carlitos al pobre huérfano que uno quería ser, sólo para estar a su lado. Jackie Coogan era el afortunado, aquel que cambiaría lágrimas por risas cuando, en su adultez, se transformó en el inolvidable Tío Lucas de la serie Los Locos Addams.

Para la época en que Chaplin filmaba El Pibe, Rogelio Gordillo era un niño que aún usaba pantalones cortos. Apenas cumplió los 18 años, no toleró que la madre de su novia de 15 se negara a la relación de su amor adolescente. Entonces fue a la casa y le pegó unos tiros. El mito tenía su bautismo de sangre. Rogelio Gordillo pasó a la historia por ser un famoso bandolero de los años 30, la década infame, jefe de una banda que azotó las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, Rogelio Gordillo pasó a la historia con un seudónimo por el cual se lo conocería y temería: el Pibe Cabeza. El ratero y descuidista mutó en asaltante, ladrón de bancos, secuestrador... Y asesino despiadado cuando las circunstancias, según su criterio, se lo exigían. Dos hechos marcaron el comienzo del fin: el asesinato de un policía, que la corporación del orden no perdona, y suspretensiones de ampliar su mapa delictivo a la Capital Federal. Si bien la figura pública del Pibe Cabeza cobró la dimensión de mito popular, lejos estuvo de sus coetáneos Bairoletto y Mate Cosido, quienes tuvieron un sesgo más cercano a Robin Hood que a Robledo Puch. Una tarde de carnaval del año 1937, fue cercado y acribillado por la policía cuando iba a visitar a su novia a Mataderos. Mujer... Mataderos... Tiros... Palabras que marcan principio y fin de la vida del Rogelio Gordillo, cuya cabeza, gracia del destino, se conserva en formol en el museo forense de la Policía Federal...

Niños por una niña

Tres retratos de niños dibujados por una niña. Su modo de verse y ver el mundo. El trazo de color, las proporciones propias. Nuestra colaboradora más pequeña brinda con ustedes levantando su copa de leche chocolatada y una deliciosa tostada con miel y queso blanco.