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Sueño mis pinturas y luego pinto un sueño
Vincent Van Gogh

Miradas


Colección FEMSA
Pinturas

En la ciudad de Washington se está presentando la Colección FEMSA de pinturas. Una selección realizada para ESTO NO ES UNA REVISTA propone un petit four que dan ganas de degustar la totalidad de la muestra.

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Eduardo Gil
Fotografías

Eduardo Gil pasó por muchas otras actividades antes de intuir que la fotografía podía ser más que un mero trabajo. La serie que el propio artista armó para nuestra revista es un ejemplo claro de que estaba en lo cierto.

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Osmar Núñez | Entrevista
por Horacio Garcete

A horas de finalizado el rodaje de Juan y Eva, en la que interpreta al coronel Juan Domingo Perón, Osmar Núñez, intérprete ineludible del cine argentino producido de un lustro a esta parte, recibió a ESTO NO ES UNA REVISTA en su departamento de Balvanera.

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Retazos de la Dolce Vita | Alfredo Ramos

por Verónica Miramontes

Pisar el palito, animarse a pisar las tablas, otro mundo, otra vida. Extrañando expresiones, modos de actuación de otras épocas, más antiguos, un fuego de leños que se enciende reavivando e intensificando el sentido, actores sacando viruta al piso, buscando producir sensaciones que nos vuelvan de un tirón a lo primitivo de los lazos familiares, al incesto como un modo de relacionarse de esta familia de padre italiano y madre muerta moviendo los hilos de la trama aún desde la tumba, marcando el paso, la vida y la muerte de cuatro hermanos y un marido impedidos de relación con mujeres que no pertenezcan al circulo familiar, no pudiendo armar ni reparar aún teniendo su propio taller. La actuación intencional como un juego de conquista de nuevos horizontes que abran paso a otra sexualidad. Pegarle en el palo, errar, una farsa andando en bicicleta fija, hombres trabados, cartas tramposas, ases bajo la manga, la Fontana di Trevi devenida pesadilla, lecho de muerte. Retazos de un mundo estallado, el morbo circulando cotidiano en esta familia.

Un elenco con muy buenas y parejas actuaciones que denota un intenso proceso de trabajo, apasionado, de entregas que le dan un brillo particular a esta obra de muy buena dramaturgia y dirección.

La Carpintería | Jean Jaurès 858 | Balvanera | CABA | Argentina
Tel: 4961-5092
Sábados a las 23:30 hs.

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El caballero de la mano de fuego... la opereta | Daniel Spinelli
por Andrea Barone

En una versión libre realizada por Daniel Spinelli de la obra de Javier Villafañe y con la interpretación del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín, se pone en escena este gran espectáculo en el que un valiente caballero, ayudado por un grillo, emprende la tarea de rescatar a la bella princesa Trenzas de oro que se encuentra prisionera en una torre, a merced de un malvado brujo y sus secuaces. Puesta en escena que, en una ocasión, fue dedicada al gran Hugo Midón.

Con sus dosis de romanticismo, épica y caballerosidad –que no abunda en estos tiempos– se despliega coreográficamente este espectáculo concebido a modo de opereta, con unos maravillosos títeres danzando y representando sus andadas en un escenario con una cuidada puesta con toques modernos. Al ritmo de un más que disfrutable despliegue musical –de las manos de unos grandes ejecutando piano, contrabajo, flautas y percusión– y acompañados por muy buenas voces que dan cuerpo a los personajes y a la historia, con canciones y momentos muy divertidos y de expectante tensión; variadas texturas de silencios y sonoridades que junto con los actores/titiriteros construyen una muy buena arquitectura.

Teatro Presidente Alvear | Av.Corrientes 1659 | Centro | CABA | Argentina
Tel: 44374-1425 | 44374-9470
Sábados y domingos a las 16:00 hs.

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Revolución | Leandro Ipiña
por Horacio Garcete

Desde el aire, tomas de los picos de la cordillera de los Andes, introducen al espectador en la película que se comenta. Superados los créditos, aún bajo el impacto de la imponencia de las imágenes anteriores, un primerísimo plano de dos ojos claros y cansados y una nueva secuencia (desordenada, caótica) de imágenes correspondientes a un enfrentamiento militar (de la batalla de Chacabuco, según se sabrá). El dueño de esos ojos, un anciano que espera sentado en el sillón de un cuarto que sólo él ocupa, vestido con uniforme militar de gala y entorchado de condecoraciones percudidas por el óxido.

Manuel Corvalán, amanuense de José de San Martín cuando el cruce de los Andes, aguarda la llegada de un cronista del diario “Sudamérica” que lo entrevistaría con motivo de la inminente llegada de los restos mortales del general que había comandado aquella travesía sesenta años antes. El relato, aunque desordenado, de sorprendente lucidez que el anciano Corvalán (encarnado por un impactante León Dogodny), confía al desaprensivo periodista que lo reportea, servirá de hilo conductor de lo que de allí en más se propondrá.

A poco de comenzado el relato del viejo, una leyenda sitúa la acción en diciembre de 1816, impresa sobre el primer plano de un niño (en tránsito hacia la adolescencia) vestido de fraque, galera y moño patriótico, que aguarda para ingresar al despacho (la tienda, en rigor) del general al que serviría de allí en adelante: el niño Corvalán, protagonista de la película. La irrupción del personaje de San Martín por primera vez en el filme (ordenando secamente, exigiendo sin preámbulos), da pie a la primera ponderación que merece la película: un discurso frontalmente antagónico a lo que el cine vino ofreciendo sobre San Martín (y los próceres en general), desdeñoso, por caso, del registro que agobia la insoportable “El Santo de la Espada” que Leopoldo Torre Nilsson dirigió para el régimen del dictador Onganía. Muy lejos de ese pastiche, vecina quizás de la modesta y valiosa “El general y la fiebre” de Jorge Coscia (1993) “Revolución”, ante todo, se propone retratar al prócer en la senda de la verosimilitud.


El San Martín de Ipiña es un militarote español de modales condignos; caprichoso y carismático; aficionado al ajedrez, al tabaco y a las drogas que mitigan sus múltiples dolencias; algo inseguro ante la empresa encarada (la escena en la cual el General comparte una partida de ajedrez con el sargento Blanco, cuando aprovecha para interrogarlo acerca del alcance de la guerra, deja entrever más dudas que certezas en el Comandante, una de las más importantes del filme), algo herético, incluso (instruye al cura Aldao a que hiciera la vista gorda ante las brujerías de la tropa y, con picardía, que no olvidase llevar a la expedición “sangre de Cristo”); relato, en suma, encaballado en una bienvenida incorrección política, que a la vez contribuye a una mayor empatía del espectador con el personaje y su proyecto.

Ese discurso remarcable, es acompañado por la fotografía, la dirección de cámara, de arte, subrayada en particular mediante las actuaciones de un elenco notable y parejo. Alejandro Ajaka (Álvarez Condarco), Pablo Ribba (Fray Félix Aldao), Matías Marmorato (Fray Bernardo García) y en particular, Víctor Hugo Carrizo (rastreador Villagrán), contribuyen en forma al resultado alcanzado.

Párrafo aparte merecen las interpretaciones de los roles protagónicos: el joven Juan Ciancio y Rodrigo de la Serna son, en buena medida, artífices del resultado alcanzado: si Ciancio juega una performance destacable en cada una de las escenas que interpreta; De la Serna a cada paso evidencia haber estado a la altura del papel más importante de su carrera, mediante la construcción de un San Martín perdurable y conmovedor, sin mohines ni estridencias.

Revolución, propuesta de alto y largo impacto, es a la vez que una mirada retrospectiva del tiempo fundacional de la Patria, el testimonio del que se vive por estos días en este rincón del planeta, cuál más decisivo, cuál más luminoso.

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Torrente 4: Lethal Crisis

Quien vaya a ver una película de Torrente ya sabe perfectamente con lo que se va a encontrar: un policía español, corrupto, sucio, degenerado, fanático del Atlético de Madrid, perdedor por definición, fascista, homofóbico. Tales disvalores parecen ubicar a este personaje en una casta de indeseables de la vida. Sin embargo, el humor negro, la acidez de los guiones de su director Santiago Segura, la mirada aguda e incisiva de aquel al que no le importa el qué dirán sino el que digan sobre su obra, hacen que las carcajadas afloren, que uno pueda sentir algún tipo de simpatía por ese gordo sudoroso, mal amigo, traidor y egoísta. En esta oportunidad, Torrente planea un golpe para matar a un fulano y hacerse con una suma de dinero (no importa cuánt, siempre será una fortuna para Torrente, tal es su grado de toda pobreza) y poder gozar de los más variados y enérgicos vicios. Obviamente, todo sale mal. El futuro muerto ya está muerto y Torrente cayó en una emboscada que termina por ponerlo en la cárcel, ese lugar donde violadores y policías se llevan las peores partes de los malos tratos. Ridiculizaciones por exageración del mundo carcelario y una parodia a la película Escape a la victoria, aquella que rejuntara a Sylvester Stallone con Osvaldo Ardiles, Bobby Charlton y Pelé, son los platos fuertes, adornados con las más asquerosas inmundicias neuróticas que el desgraciado policía pueda cometer. Seguramente, la saga Torrente nunca dé una joya del cine, ni cambie la historia del séptimo arte. Pero nadie le exigirá nada de eso. Y si algún fascista se siente duramente golpeado al verse en la pantalla, habrá tenido un mérito más; adicional y no buscado, pero mérito al fin.

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