Editorial
La proximidad del fin de año y de las fiestas navideñas son el momento adecuado para muchas formas de revisión del pasado inmediato, balance anual de la vida privada, cierre (y/o ajuste) de cuentas y otras manifestaciones similares que provoca el ser concientes del paso del tiempo, ergo, de la finitud de la vida. Con un pie en el miedo a la muerte, se celebra como una bendición un nacimiento, pocos días antes de ese día (fatal) en el que el calendario da vuelta la hoja, cerrando un nueva órbita de la Tierra alrededor del Sol.
Quizás para ahuyentar ese miedo hacemos explotar el cielo con fuegos de artificio, poniendole punto final a un pasado que ya nunca será el mismo y abriéndole una cuenta de crédito al futuro. Sin embargo, en medio de esa afiebrada celebración, muchas veces no dejan de estar presentes las desgracias privadas y las pérdidas cercanas. Es una mácula en la alegría que, a fin de cuentas, las alberga y las transforma, como puede, en un rápido olvido cuyo saldo quedará para otro entonces. Es una postal familiar sesgada y ceñida a lo íntimo, a la que se teme atravesar por primera vez. Para otro momento quedan las desgracias públicas, las desgracias sociales. No entran en la contabilidad del individuo. Y como para muchos otros millones, algo de esto sucederá con los afectos cercanos de aquellos cuyas muertes nos causaron tristeza: María Elena Walsh, Peter Falk, Cesária Évora, David Viñas, Paul Motian, Bert Jansch y tantas/os otras/os.
Y como desgracias y desgraciados habrá siempre, inspirados en las selecciones de grandes personajes del año que hacían viejas revistas de nuestras infancias, y en la vorágine lúdica de las fiestas, armamos nuestra selección que, como todas, es arbitraria, acotada y representativa de un concepto obvio a la luz de nuestro número: la desgracia. Es un buen deseo aprender y no volver a transitar algunos caminos. Ojalá este pequeño y desgraciado espejo de nuestra historia sirva para ello; para vivir mejor la imposibilidad de desactivar la bomba del Tiempo.
1. Julio Cobos.
Votó no positivo y enseguida pidió perdón. Después se sometió al juicio de la historia como si nada. 2. Eduardo Duhalde. Que una cabeza de ese porte haya triunfado por la Ley de Acefalía habla de un país condenado al éxito. 3. Benedicto XVI. Natzinger es de esos tipos que si no existieran habría que inventarlos por su constante y desinteresada contribución al espíritu libertario. 4. Pelé. Más de mil gambetas, más de mil alegrías: todas con Brasil, el desgraciado. Ahora se dedica al verbo y a la viagra con resultados dispares. 5. Julio César Grassi.
Con la fe puesta en los recursos judiciales, el cura con nombre de emperador está a punto de hacer Felices a los Niños y a los Grandes. Esta vez de verdad. 6. Sai Baba. Pocos apellidos hubo más precisos para un tipo que decía ser “todos los nombres”. Pero el bueno de Sai dejó este mundo sin aclararnos nada de su lado oscuro, valga la redundancia. 7. Juan José López. Mandó a su equipo al descenso con el mismo desinterés con que dejó sus rulos en la historia. Nunca el adversario había querido tanto al capataz enemigo. 8. Lady Gaga. Más viva que el hambre, Stefani Germanotta hizo de sí misma el éxtasis de la extravagancia más estándar. 9. Silvio Berlusconi. El “Papi” que a todas compró y a todos venció, acabó doblando el espinazo frente al látigo de Los Mercados. Faltó el helicóptero nomás. 10. Frederic Strauss Khan. Su exitosa carrera por la impunidad se truncó hace poco en un hotel de Nueva York. El pobre cayó en desgracia y dejó de dar propinas. 11. Angela Merkel. Sobria y rigurosa, Frau Angela desprende un aire de valiente sumisión que resulta muy inquietante. Sobre todo para los que no son alemanes. Ojito que es de las que son de hierro. 12. Alfredo Astiz.
Cadena perpetua mediante, el ángel de la muerte pasará el resto de su vida buscando firmas por la abolición del infierno. Ya está bien de asustar a la gente con el diablo. 13. Keiko Fujimori. Fue primera dama precoz y precoz candidata a presidenta. Su lema “Seguridad y oportunidades” tenía un toque Electra. Le faltó una uña para ganar las elecciones. 14. Mark Zuckerberg.
Pasó de hacker universitario a Gran Hermano global por obra y gracia de su ingenio y de los millones que queremos saber qué hacen nuestras/os ex. 15. Elisa Carrió.
El fabuloso soliloquio en el que vive inmersa la ha llevado a cosechar el 1,84% de los votos, un caudal que la sitúa ante las puertas de la historia... del humor político.
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