Contenido

Newsletter

Las novedades de
ESTO NO
ES UNA REVISTA
están a un click de distancia
de tu casilla de correo

Contactos

Escribinos un mail
Seguinos en Facebook
Seguinos en Twitter


Nuestras
Ediciones


 

El fotógrafo es el ser contemporáneo por excelencia; a través de su mirada el ahora se vuelve pasado
Berenice Abbott

Miradas


Joan Miró en la National Art Gallery
Plastica

El genio pictórico de Joan Miró no necesita presentación. Ahí están, como botellas arrojadas al océano del tiempo, sus obras como una lengua cuya traducción es tan personal y única como cada uno de los espectadores que se sumerge en su mundo simbólico. A lo largo de sus más de 100 años de vida, el pintor y escultor catalán dejó como legado una gran cantidad de obra, de disímiles características, que son testigo de sus búsquedas, sus encuentros y sus torsiones. Atravesado por los golpes estéticos del fauvismo y el cubismo, sin declinar de cierta ingenuidad, que ubica a gran parte de sus cuadros entre los campos de lo onírico y lo infantil, llegó a aquel París que era una fiesta y se subió al tren surrealista. Extremista y subversivo, planteó en muchas oportunidades su necesidad de matar a la pintura, lo que en acto se tradujo en los últimos cuadros de su producción en los que, anunciando el fin, las figuras características del cuerpo central de su obra, se pierden en colores planos, pequeños puntos, apenas rasgos de lo que supieron ser; pero sin perder el filo de la apasionada respuesta que sus obras fueron a uno de los procesos políticos españoles más turbulentos de la historia. Para este número, ESTO NO ES UNA REVISTA tiene el agrado de presentarles parte de la muestra Joan Miró: The Ladder of Escape, muestra itinerante organizada por el Tate Modern de Londres, la Fundació Joan Miró de Barcelona y la National Gallery of Art de Washington, última parada de estas 120 obras, donde podrán vérselas hasta el 12 de agosto de este año.

Compartir en Facebook      Compartir en Twitter


Molly Bloom ¬ Carmen Baliero

por Andrea Barone

Con la señora Cristina Banegas poniendo en escena este texto complejo, con diversas versiones, voces de mujer en una noche, ya casi madrugada. Texto denso, última parte del Ulises de James Joyce, letras que condensan goce y que presentan distintos rostros de una mujer, un caleidoscopio por momentos vertiginoso que transita por la locura, la ternura, el amor apasionado y la calentura febril y descarnada; la relación con la maternidad –por momentos sumamente conmovedora al hablar de su pequeño muerto, por momentos de competencia feroz al hablar de su hija–, la relación con otras mujeres –por momentos imaginándose amante de otra–, la relación con distintos hombres –teñida fundamentalmente de esa presencia ausente, el Sr. Bloom–, la relación con su padre, los momentos de encuentro, su primer amor; el cinismo y la envidia, la variedad de la verdad, el odio y los celos, el anhelo y la desilusión, el desasosiego, el deseo, la conmoción, los efectos del paso del tiempo e infinidad de matices, modulaciones y afectos que uno puede ir encontrando, puestos en escena en esa/s voces tan apasionadas y precisas de Banegas, en sus silencios, en sus canciones; con movimientos sutiles y atinados, prestándole el cuerpo a la Sra de Leopold Bloom, un judío converso, que está a su lado, durmiendo, post charlas de café, negocios y burdel; una Molly maravillosamente sobre tablas, con sus brillos y miserias, una puesta sumamente recomendable.

Centro Cultural de la Cooperación | Corrientes 1543 | Centro | CABA | Argentina
Tel: 5077-8077
Viernes, sábados y domingos a las 20:30 hs.

Compartir en Facebook      Compartir en Twitter


Eddie Soloway
Fotografías

Quiero contar historias. Historias sobre el arte y el hacer arte. Historias sobre la naturaleza de la experiencia y la experiencia de la naturaleza. Historias profundas de otras personas con núcleos de percepción o inspiración. Y, por supuesto, historias capturadas en una imagen. De ese modo se presenta Eddie Soloway, habitual disertante en National Geographic, maestro de fotógrafos y un apasionado de retratar la naturaleza para llevar la imagen más allá del puro registro documental y convertirlo en una obra que coquetea con las formas de la pintura abstracta. ESTO NO ES UNA REVISTA los invita a ver una muestra del trabajo del fotógrafo estadounidense, hombre de pocas palabras para hablar de su vida, pero de un profundo y elocuente discurso cuando se trata de hablar sobre sus experiencias con la Naturaleza y sobre su modo plasmarla en imágenes.

Compartir en Facebook      Compartir en Twitter


Aquel lugar en el mundo

por Federico Delgado

Veinte años no son nada. Un cuarto de vida, un tiempo suficiente para ser joven, adulto, maduro o anciano. Sabida nuestra tendencia a personificar todo, hasta a las películas otorgamos vidas y mayorías de edad. Así, nos parece que veinte años imprimen a un filme una patina de madurez de la que Un lugar en el mundo, una de las más hermosas películas argentinas, tampoco se libra.

La cinta nos ha acompañado a algunos en el periplo de ser adultos, casi hombres maduros. Aristarain es ya, sin embargo, un señor mayor con pelo y barba blancos, con aspecto de afable intelectual. Cuando rodó esta intensa y melancólica historia ya era quince o dieciséis años mayor de lo que ahora soy. Poca cosa para un universo paralelo. Él y yo danzábamos distantes, como la Argentina empolvada de los primeros noventa respecto a la España atolondrada y viva de entonces.

Aquellos fueron años intensos. Quizá por ello el impacto de la tierra parda y feroz de San Luis fuera más denso si cabe. Esa tierra hermosa e indómita era una extensión de la Andalucía de mis primeros recuerdos, de las tierras de olivos del Jaén que recorrí asombrado en mi infancia. Una tierra que no conocía, y que no conozco, pero de la que me enamoré al instante.

La culpa del amor desmedido a ese universo paralelo la tiene el gran Luppi, por ese personaje que perfila con su habitual cincel de hombre tosco pero cortés, tan recto como entrañable; un verdadero “frontera”, como es descrito por nuestro Sacristán en quizá el mejor trabajo de su carrera. La Roth está también inmensa, así como la Benedetto borda a esa religiosa descreída. Protagonistas de historias que empapan el paño, que retuercen la trama, que se pegan a tu piel según avanza el metraje.

Aristarain nos habla de sueños rotos, de ideales frustrados, y de vidas entregadas a la causa. Resulta doloroso, desde esta pacata y gris España de ahora, enfrentarse a este canto de lucha de clases, del menosprecio de corte y alabanza de aldea. Todo escuece, ahora que su denuncia sigue tan presente, cuando el idealismo se ve con envidia desde esta metrópoli mal encarada, desde este escaparate triste en que se ha convertido Madrid. Sangran esas utopías, esos sueños, esos edenes en rincones olvidados del planeta cuando la realidad nos aleja de ese amor temprano a las letras, a enseñarlas, a creerlas. Duele querer ser hombres tranquilos cuando no nos dejan. Hiere esa poesía de la tierra, de las piedras, de esas historias que sólo se ven con la luz infrarroja del alma.

Ahora, aquí, cuatro lustros más tarde, desde ese Madrid que añoran sus protagonistas, Un lugar en el mundo ha cumplido su objetivo. Jamás se escapará de nuestra memoria ese jirón de tiempo, ese paisaje y ese orgullo herido. Veinte años después, que no son nada, celebramos con Adolfo su ocurrencia. Después vendrían lugares comunes y otras historias, pero aquella tierra puntana abrió en mí un amor por lo argentino que sigue vivo, presente.

Compartir en Facebook      Compartir en Twitter

Espacio talleres: Andrés Martínez Mora
por María Inés Barone ¬ Fotos: Laura Passadore

Artista plástico y músico, responsable del Taller de las Artes; continuador del legado familiar originado por su madre, Maddalena Morini, que le transmitió a este artista de Ciudad Jardín la pasión por el arte.

Andrés Martínez Mora estudió con el maestro Eduardo Mac Entyre y su formación se expandió abarcando desde los clásicos hasta las figuras que marcaron la época moderna y contemporánea. Sus referentes son de una amplitud que excede períodos y estilos: “Kandinsky, Paul Klee …, autores de la modernidad que tenían que ver con una actitud en la pintura que tenía mucha relación con la música”. Sus intereses contemplan diversas inquietudes que lo llevaron a indagar “los temas de la composición visual, de los clásicos, de los románticos, o de los impresionistas, hasta llegar a la modernidad y ahora también a la posmodernidad”, tal como él mismo cuenta. Sus preferencias abarcan artistas que han dejado una huella significativa en la historia del arte: “Por ejemplo en el caso de los clásicos, me gusta mucho Ingres, la curva, el predominio de la curva en la composición, la precisión…, también era músico Ingres; él era neoclásico francés. Después, en la modernidad, Monet, la pintura impresionista, Seurat… Por supuesto pasa por otras etapas de la modernidad que es contemporánea, arte contemporáneo.” Cruz Diez y Tomasello -nombres de peso en el arte latinoamericano- han aportado también a la concepción artística de Martínez Mora. “Porque justamente estoy con un tema que tiene que ver con una generación de efectos luminosos también”, explica el artista.

“Yo no creía que el arte iba a ser posible hacerlo en mi vida, hasta que empecé a pintar, y poco a poco empezó a ser posible…”, nos confiesa. Efectivamente, hoy se visualiza que su deseo se ha concretado. Participó en numerosas exposiciones colectivas, tanto en nuestro país como también en el exterior, desplegando una incesante actividad desde mediados de los años ochenta hasta la actualidad. Realizó además una cantidad importante de muestras individuales en el país y en varias oportunidades ha expuesto obra en galerías y museos de Suecia.

En algunas de sus exhibiciones combina la música y la pintura –al igual que en todas sus obras– con la presentación de conciertos en el ámbito de las muestras plásticas. Ofreció también conciertos y disertaciones sobre temas de arte en Buenos Aires y en Suecia. Obtuvo varios premios a lo largo de su carrera y recientemente le fue otorgado el Segundo Premio Salón Otoño de la SAAP, con la obra Ayres de Armonía / Transfiguración (acrílico sobre tela, 1m x 1m).

Su Taller de las Artes, declarado de interés cultural por la Secretaría de Cultura de Tres de Febrero, es “un lugar de encuentro con las artes, donde se dictan clases de pintura y música, en el espacio del taller –y morada– del propio artista. Así nos relata Martínez Mora sus primeras vinculaciones con el trabajo creativo: “Lo que me movió en primer lugar, para empezar con el tema del arte, fue mi madre que era pianista… venida de Italia, ejercía la docencia acá en esta casa, que hoy es el Taller de las Artes, y con eso yo aprendí; lo primero que aprendí fue música”.

Martínez Mora practica su arte de una manera sensible donde vincula música y pintura. Se reflejan en su obra pictórica las interrelaciones con la música, considerando conceptos como el tono, el ritmo y la armonía. “Justamente, a través del tiempo me di cuenta que la música y la pintura tenían un lenguaje en común” nos cuenta el artista. Explica que la estrecha vinculación entre ambas expresiones artísticas se plasma en sus cuadros tonalmente: “el enfoque es como si fuera una caja armónica donde trabajan los sonidos por interrelaciones tonales. Interrelaciones tonales es lo que hago yo; acá lo que interactúa es el color, a diferencia de la caja armónica donde lo que interactúa es el sonido. Y se hace una lectura, como si fuera un carrillón de colores en vez de un carrillón de sonidos”.

Combina sutileza y precisión en la distribución del color, con un planteo estructural de formas y transparencias que se conjugan configurando un juego visual cambiante a los ojos del espectador, donde la luz es un elemento vital.

Toma en sus obras el espectro luminoso como herramienta de trabajo; la paleta cromática de Martínez Mora adopta los colores del espectro lumínico, cuyos matices van mutando en intensidad según la atmósfera que imprime la identidad a la tela. Como lo señala el artista, en la composición de sus cuadros “sí, hay variantes; algunos son más etéreos, otros son más cromáticos, todo depende de la luz, del momento en que lo pinto, y la inspiración que tenga que ver con algo que yo escucho, la música que me inspira. Por lo general la música que me inspira es la clásica”.

Se trata de un creador que lleva más de veinticinco años sosteniendo una línea de trabajo, evidenciando hoy una trayectoria muy consistente, como su producción así lo refleja. La abstracción formal organiza la imagen; la composición geométrica, armónica en forma, color y estructura, muestra una gran destreza en el manejo de los elementos plásticos y especial maestría en el tratamiento del color. Vale la pena conocer su obra. Se ofrece aquí una breve muestra de la misma.

Compartir en Facebook      Compartir en Twitter

Casa Museo Dalí
por Andrea Barone & Javier Martínez

A orillas de una pequeña bahía del municipio de Cadaqués se encuentra el poblado de Portlligat, el lugar del mundo que Salvador Dalí y Gala eligieron para establecer su hogar. La hoy Casa Museo, fue la residencia más habitual desde la consumación del matrimonio, en 1932, y la única estable durante más de tres décadas, hasta que en 1982 la muerte de Gala Dalí produjo que el pintor no volviera a pisar aquella casa, produciendo un extraño efecto de congelamiento que es desde hace años exhibida al público.

La arquitectura de la Casa Museo es engañosamente mediterránea. No porque parezca lo que no es, sino porque su construcción fue, en palabras de su propio dueño y constructor, “una verdadera estructura biológica”: dependiendo de las necesidades del matrimonio Dalí, se le fueron agregando habitaciones, espacios y objetos que no se corresponden con la lógica de la arquitectura sino con la búsqueda y el impulso estético: puertas recortadas con formas variadas, pasajes y escaleras laberínticos, desniveles, desvíos sin salida, ambientes ovales. En esa extraña disposición celular, los objetos colman paredes, vitrinas, estantes, sillones, muebles; aquellos con los que el matrimonio convivía a diario: un oso polar embalsamado, peluches, una jaula para escuchar el grillar que Salvador Dalí vivía como arrullo, una cabeza de león, una extensa serpiente de tela, un muñeco Michelín, botellas, frascos, pinturas, pomos, pinceles, un espejo para poder ver el amanecer sobre el mar desde la cama... Miles de objetos cuya existencia, disposición y variedad, son familiares a las pinturas del catalán.

En el recorrido se atraviesan los distintos ámbitos en los que el pintor y su musa vivieron la mayor parte de sus vidas. Desde los espacios íntimos y privados hasta aquellos que eran usados para recibir gente; interiores y exteriores con las huellas y marcas de un matrimonio tan peculiar y provocador como pocos en la historia contemporánea. Más allá de la serialización turística de la visita, hay un momento en el que los visitantes son invitados a hacer su propio recorrido por los exteriores de la casa. Y es allí donde cada uno puede apropiarse de otro modo de esos paisajes pictóricos enclavados en una geografía de una extraordinaria belleza. Es en ese momento en el que la visita deja de ser una excursión pública para convertirse en un acto estético propio.

Casa Museo Salvador Dalí | Portlligat | Cadaqués | España
Tel: (+34) 972 251 015 

Compartir en Facebook      Compartir en Twitter