Pocas cosas, en la historia de la humanidad, acompañan, forjan, sintetizan la vida de los sujetos como lo hace la cama. Desde épocas de esplendor de la civilización egipcia, el bastidor con cuatro patas y colchón ha sido más que objeto práctico, un lugar. Es en camas donde hemos sido gestados, concebidos, la gran mayoría de los habitantes de este mundo y a lo largo del tiempo. Es en una cama de proporciones adecuadas, las cunas, en las que son acogidos los niños cuando apenas el llanto es el modo de decirle algo al mundo.

El descanso reparador, la postración como modo de recuperarse en los momentos de enfermedad, los encuentros sexuales, los desencuentros sexuales, lecturas, la siesta de los domingos y hasta el ritual del desayuno o la cena, remedando los famosos triclinium romanos, son algunas de los momentos de la vida que cada uno de nostros ha pasado, pasa y pasará en tan preciado invento.

Después viene la diversidad de sentidos y estilos: marineras, turcas, cameras, cuchetas, elásticas, de agua, redondas; hay quienes le hacen la cama a otro, quienes saltan de la cama o se van a ella. Hay coches cama, saltos de cama y sofás cama. Usos, modos, materiales, formas: aquellos que de tan inherentes al hombre hacen de ese mueble rectangular un mundo privado, una singularidad que se escapa de cualquier estándar, de cualquier medida establecida; límites íntimos, tiempos lógicos.