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Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación
Proverbio árabe

Miradas

Pablo La Padula
Cuadros

La obra de Pablo La Padula sorprende por tres motivos. El primero, su capacidad de transmitir su idea del arte, en concordancia precisa y ajustada con lo mínimo que busca: "La intención de mi trabajo es registrar el mundo que nos rodea con la mínima narración posible, como una forma de indagar sobre la subjetividad inherente a toda captura y conceptualización de lo natural", según sus propias palabras. El segundo, la búsqueda de soportes y técnicas que trabaja en modo atómico, cuando no temático. El tercero, un muy buen entramado entre las dos actividades de La Padula: artista plástico y biólogo, aún cuando no tengan presencia directa los cuerpos de animales que han sido protagonistas desde sus primeros cuadros. A puro golpe de memoria, evocar ratas de laboratorio y ballenas fluorescentes.

Tres motivos que son formas de la búsuqeda, modos del encuentro. En esta ocasión, ESTO NO ES UNA REVISTA les presenta una serie de trabajos que el artísta plástico realizó durante el bienio 2008/2009, con tizne de humo sobre papel; obra que fue parte de la muestra Extraño en Zavaleta Labs, en septiembre de 2009.


Ala de criados
Cuadros

Una obra que se inicia con la presentación del encuentro entre unos jóvenes aristócratas, una prima y dos primos, en un caluroso verano marplatense de 1919, teñido por los sucesos políticos de ese momento y afectados por éstos de diferentes modos, en distintos momentos de la puesta. A veces, esos sucesos son el soporte-excusa para el despliegue de un tomar las armas, en un intento de que el reconocimiento del omnipresente abuelo (fundador del Pidgeon Club, donde se practica el tiro al pichón) para con sus nietos y su valor, su “hombría”, llegue en algún momento; otras veces, poniendo en escena conflictivas sociales, un contraste entre necesidades diferentes y con diferentes tiempos, entre su estar tirados en las rocas, asoleándose y conversando ociosamente, en contrapunto a los movimientos de los obreros anarquistas.

Es en ese escenario que comienzan a desplegarse los intercambios entre Tatana –recién llegada desde su lugar de estudio en Suiza; una mujer irónica, cínica por momentos, que reflexiona y escribe a veces sobre la literatura (que atraviesa toda la obra), y la política, la educación y la familia, poniendo claramente en discurso desde el inicio su odio por las metáforas, a pesar de eso siendo atravesada por éstas–, y sus primos, Emilito y Pancho. El primero, un aniñado y atildado exponente, adorador de los encuentros sociales pomposos, un buen trabajo de composición de Esteban Bigliardi; el otro, Pancho, con sus problemas respiratorios, frustrado estudiante del liceo naval y actual consagrado a Dios, personaje sostenido por Rodrigo González Garrillo y con una lograda transformación desde la supuesta inocencia a la más absoluta implicación en cuestiones pasionales, carnales. Implicación que lo articula a su prima por la vía de un objeto amoroso compartido –presentándose Tatana como una más atravesada por las cuestiones amorosas, femeninamente atrapada en contraste con su posición de abierta decisión, y siendo Laura López Moyano la que muy bien le da cuerpo, le presta sus diferentes sonoridades y movimientos–, y a Pedro, un excelente trabajo de Alberto Ajaka. Siendo este último un fiel colaborador del abuelo, el encargado de las palomas y experto lanzador, uno de sus tantos modos de ostentación de su masculinidad, alguien que se ubica por fuera de los huelguistas, delatando, creyéndose mano derecha, parte de esel cuerpo social, y poniendo el cuerpo con ambos primos, descarnadamente, terriblemente. Siendo el eje de la última parte de la obra, del desencadenamiento de la tragedia, soportando y sosteniendo un monólogo cautivador y conmovedor, que concluye en una puesta en acto de la crueldad, en consonancia con la Semana Trágica, tristemente esperable, tristemente repetida, tan siempre actual. Gran texto, construido con una mirada lúcida, crítica, no sin los necesarios toques de humor e ironía para poner en escena una excelente tragedia.

Teatro del Pueblo | Av. Roque Sáenz Peña 943 | Centro | CABA | Argentina
Tel: 4326-3606
http://www.teatrodelpueblo.org.ar
Viernes y sábados a las 21:00 hs. | Domingos a las 20:00 hs.

Juan Pedro Calabrese
Fotografías

¿Qué es el ojo del fotógrafo sino la herramienta que recorta una porción de la realidad y la tranforma, a su modo, en un modo de decir sobre el mundo? Acaso, esa posible definición del recorte que opera una mirada se asemeje a la noción de viaje: aquel desplazamiento que produce preguntas. En octubre de 2009, Juan Pedro Calabrese estuvo en la isla de Cuba y, cámara en mano, recorrió las calles de La Habana. En la contraposición de rostros for export y gente sin inserción en la maquinaria producida para el turismo, se encuentra el interesante punto de vista que el ojo del fotógrafo nos muestra; recortes fragmentarios de la realidad con que uno de nuestros fieles colaboradores armó su propio retrato y que ESTO NO ES UNA REVISTA les presenta.


Tempo no perdido | Una reseña de Tempo, de Marcelo Katz
por Claudia Hartfiel

Las luces de la sala se encienden de a poquito y despiertan el enorme péndulo que está en medio del escenario, que comienza a surcar el aire de un lado para el otro. De a poco, varios personajes se presentan como sin querer, van llegando, concentrados en sus asuntos, y ese tiempo permite la observación de sus vestimentas. Cada uno es diferente del resto, aunque a todos los determina el exceso: atuendos sobrecargados o extremadamente despojados, con atributos que dejan intuir algunas de sus características. El único elemento que comparten es la esfera roja en medio de las caras. Ah, es cierto, se trata de clowns. Al rato de contemplarlos, la roja nariz resulta absolutamente natural e indispensable, como si se constituyera en el pase entre la realidad de todos los días y la que ellos irán construyendo, lenta e incansablemente.

El péndulo sigue balanceándose y las acciones de los personajes le van dando tiempo al espectador para aflojarse e ingresar de lleno en la escena. Y de eso se trata la obra: del tiempo. ¿Qué se puede decir del tiempo que no se haya dicho? ¿Cómo abordarlo desde una perspectiva que entretenga, que haga pensar, que convierta el propio paso del tiempo de la obra en un paréntesis, en un tiempo suspendido que acaricie, acune, hipnotice y entretenga? Tal vez el secreto se esconda en este término: "entretener", "tener entre"... Sí, por una hora y pico estos actores y el talento de los creadores de Tempo capturan a su platea en un estado de gracias que va de la sonrisa a la carcajada, con algún esporádico toque de melancolía, envueltos en una atmósfera irreal gracias al buen arte de los actores y al sugerente uso de la luz, del color y de la música en vivo que surge del piano. El efecto Tempo, una vez accionado, deja muy atrás lo que había en el mundo antes de entrar a la hermosa sala del Teatro de la Cooperación, en la calle Corrientes, frente al Teatro San Martín, en la ciudad de Buenos Aires.

Las viñetas se van desarrollando sin prisa y con pausas, las necesarias para transitar de una a otra de las situaciones que presentan los personajes, quienes tienen su momento de protagonismo alternadamente. A partir de pequeñas situaciones e historias exploran el concepto de tiempo desde su posición de clowns en este mundo, en tanto seres que no pueden esconder lo que les ocurre, que pasan de los pequeños éxitos a los pequeños fracasos naturalmente, sin disimulo de sus emociones y con la sabiduría infinita de saber dejar pasar lo que ya fue... en ocasiones gracias a alguna ayudita de los colegas de escena cuando algún clown se queda colgado en medio de sus propios sueños.

El tiempo que se ha ido, el que vendrá, pero insistentemente el que es... "Sí, vos, el del buzo a rayas... ¿me miraste, no?", dice la atrevida actriz mientras quiebra, coqueta, su cintura, a pesar de su look desaliñado y ridículo, a la par que señala al sorprendido espectador de la segunda fila. Como este no le responde, el objeto de sus amores será, al rato, otro de la primera fila, pero queda muy en claro que su deseo sexual está despierto y que le resulta natural mostrarlo. El tiempo de la sexualidad en combinación con la ingenuidad evoca la infancia: inocultable el placer, disfrutable sin vergüenzas, qué lindo sería, tal vez, andar por la vida así, sin tantas murallas entre los deseos de uno y el mundo. Pero no molestan mucho más a la audiencia: hay demasiadas cosas para hacer en el marco de la escena; después de todo, el tiempo pasa y hay que mostrar algunas de las tantas facetas desde las que es posible abordarlo. Así, valijas que guardan el pasado, los recuerdos imborrables, la búsqueda del momento perfecto, los quince minutos de fama, y tantos objetos, sonidos, colores y situaciones desopilantes se van abriendo paso en este Tempo singular, este universo casi onírico que permite reflexionar con buen humor sobre el presente, la historia, lo efímero, la muerte, el intento de vivir el momento y, sobre todo, sobre la percepción subjetiva del tiempo, con sus morosidades, ansiedades o prisas.

Y sí, como todo tiene un final, Tempo va llegando a su término, pero no de cualquier modo: el armado de esta obra colectiva toma en cuenta los tiempos del espectador, quien es llevado de la mano hasta el momento de concluir, para ir regresando, despacio, al otro tiempo, al de todos los días. Sin embargo, seguramente, luego de ver la obra habrá cambiado un poquito su relación con ese tiempo, ya que el “ahora” que pasó, el momento con y en Tempo, le ha susurrado que ni la prisa ni la eternización de lo que ya pasó se llevan bien con la vida, que cada momento tiene su valor, que más vale “estar ahí”. Tal vez, cada espectador, después de esta experiencia, creerá ver, cada vez que lo mire, una carita con nariz roja que le sonríe desde su reloj.

Centro Cultural de la Cooperación - Sala Solidaridad | Corrientes 1543 | Centro | CABA | Argentina
Tel: 5077-8077
Viernes a las 22:30 hs. | Sábados a las 20:00 hs.

Una gran despedida: Toy Story 3, una de chicos/grandes
por Andrea Barone

Con Andy partiendo hacia la universidad, momentos de desprendimiento y desarme, se inicia la tercera y última parte, una de las mejores de las tres, con Woody y sus amigos decidiendo su destino de ahí en más, evaluando las posibilidades de ir juntos al ático (en nuestra versión: un depósito, baulera, garage, cuartito, lavadero o afines) y esperar a ser usados nuevamente por los herederos de Andy; irse con él a la universidad (al menos, algún elegido) o ser donados.

Por una contingencia (algo que los Pixar, creadores de merecidos éxitos, suelen saber usar), recalan en un jardín de infantes “administrado” por Lotso, un ex tierno osito que, después nos enteramos, hizo de su olvido, por parte de su dueña, un consistente abandono. Bajo el modo de un cumplimiento de su deseo, el de ser usados por niños, se encuentran en el inicio de una mañana de jardín en la sala de los más pequeños, siendo chupados, tirados, mordidos, desarmados, llenados de mocos y esas vicisitudes; concluyendo la jornada dándose cuenta de que están encerrados y no pueden salir.

Imperdibles, en ese ámbito, las escenas del encuentro y seducción entre Barbie y Ken (“hechos el uno para el otro”) y el divertido desfile de sus trajes que el señorito realiza fascinado. Como también el “recupero” de Buzz Lightyear, que había sido capturado por Lotso, quedando en un principio en Modo Demo, hablando y bailando en un romántico gallego es absolutamente desopilante. Y los lacanianos Señor y Señora Cara de Papa, con sus partes separables; las ridículas y risibles transformaciones en el Señor Cara de Tortilla o el Señor Salchicha, son otros de los puntos altos de una película en la que tienen un particular lugar sus hijos, junto con quienes constituyen una imagen muy surrealista, en esa familia tan disfuncional como cualquier otra.

Es el gran vaquero el que logra, como siempre con la ayuda de sus amigos, que salgan de ahí, y se reencuentran entonces en la casa de Andy, decidiendo Woody su destino: un final con la conmovedora despedida de Andy, el gran niño que los supo usar, que los presenta y representa a cada uno, dejando atrás lo que ya no es, lo que ya fue, y eligiendo Woody el quedarse con sus amigos, pero orientando el ser usados no por cualquiera, el ser donados a un buen lugar: a las manos de una niña que tiene el disfrute de jugar, de crear. Algo sumamente interesante en estas épocas en las que muchas veces lo que se les oferta a los niños es que seagranden, que sean grandes, que festejen sus 7, por ejemplo, en un espá (¡¿espá...ra quién eso?!), con prisa y sin darles ni tiempo ni lugar.



Fotos: Cati Armas
Yo soy Fijman | Marcela Fraiman
por Viviana Abnur

Poner en escena la palabra poética, hacer dramaturgia de la poesía, puntualmente en este caso, la de Jacobo Fijman, no es tarea sencilla.

En la obra que se viene presentando todos los domingos en El crisol, y bajo la dirección de Marcela Fraiman, actores o poetas se confunden con el público, ponen el cuerpo, la voz, avanzan, retroceden, y a poco andar dejan al espectador rodeado. Así, en un escenario compartido, mesa y copa de vino mediante, nos llega lo mejor de Fijman: se ha sentado el dolor como un cacique en el banquillo de mi corazón, me quedará resonando -siempre me gustaron esas líneas.

Alan Robinson, Martín Ortiz, Carina Resniski y Federico Mercado, encarnan al poeta con actuaciones sólidas; se turnan en un relato intimista de envolvente ternura. Y allí está para sumarse Vicente Zito Lema, para contarnos un cuento, una crónica de vida, la de su amigo, el hombre, el escritor, en un viaje a través de los cuatro elementos. Sobre el final brindamos, actores y espectadores agradecidos por ese arrebato del espíritu, locura; por la palabra deshecha, poesía. ¿Qué más? Para el que sabe de Fijman y para el que no, una muy recomendable noche de encuentro que refresca la memoria .

Teatro El Crisol | Arismendi 2658 | Parque Chas | CABA | Argentina
Tel: 4523-7605
www.crisol.org.ar
Domingo 20 hs.