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La música constituye una revelación más alta que ninguna filosofía
Ludwig van Beethoven

Sonoridades

Kisses on the Bottom | Paul McCartney
Hear Music/Concord Records | 2012
por Alejandro Feijóo


La última entrega de Paul McCartney tiene todos los números para ser definitivamente la última. Cierto es que es difícil jugarle un pulso de plazos a la biología, pero desde el título ambiguo (Kisses on the Bottom, algo así como ‘besos al final’) hasta la lista de temas, el legendario McCartney entona un aire de despedida que sopla hasta el último minuto del disco. Para abanicarlo mejor, sir Paul recurre a una docena de estándares que su padre marcaba al piano, allá al fondo de la historia, cuando el mundo era un sitio peor pero parecía mejor que ahora y el niño Paul –imaginamos– las escuchaba elucubrando qué haría después de los Beatles.

McCartney vuelve a la cocina de su vida, a las canciones que marcaron su forma de componer y que lo convirtieron en uno de los mitos de la música popular. Y no lo hace mal acompañado. Diana Krall y su banda atiborran de matices cada acorde, mientras ‘figurantes’ como Stevie Wonder o Eric Clapton rellenan los encuadres en las únicas dos canciones originales de la placa, “Only your hearts” y “My Valentine”. Entre unas y otras, el oyente rescata en el espíritu de Kisses on the Bottom los borradores de “Yesterday” o “Hey Jude”, como una fuente que sigue manando sobre sí misma. Y así deberíamos escucharlas, sabiendo que las estatuas están eximidas de las exigencias de novedad que competen a los mortales como usted o como yo.

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Crazy Clown Time | David Lynch
Sunday Best | 2011
por Jota G. Fisac


La aventura musical del cineasta y artista multimedia David Lynch no es en absoluto una novedad. Desde su primer largometraje (Eraserhead, 1977), el sonido tiene en su obra un papel tan determinante como la imagen. Ha coproducido muchas de las bandas sonoras de sus películas y ha colaborado estrechamente con músicos como Angelo Badalamenti o el pianista polaco Marek Zebrowski, junto al que ofreció un magnífico concierto de música improvisada que fue editado dos años después (Polish Night Music, 2008). Ha compuesto paisajes sonoros para su obra visual (The air is on fire, 2007) y en 2010 participó con Danger Mouse y Sparklehorse en Dark Night of the Soul, donde interpretó dos temas. Su primer proyecto netamente musical fue Blue Bob (2001), junto a su anterior productor de sonido John Neff, pero Crazy Clown Time puede ser considerado su debut en solitario, un disco en el que Lynch lo hace casi todo (al lado de su actual ingeniero Dean Hurley, también en la guitarra y la percusión) y que fue grabado a lo largo de varios meses en su estudio de Mullholland Drive (D. Lynch, 2001).

Según el propio artista, la música contenida en este disco quiere dar una visión idiosincrásica del blues moderno, y es cierto que el blues impregna gran parte del trabajo, aunque hay también ecos de pospunk desnaturalizado (“Pinky's Dream”), ciertos guiños al pop electrónico más o menos bailable de los ochenta (“God day today”) y hasta un discurso en clave robótica que nos presenta una nueva forma de pensamiento y de conciencia, de clara inspiración budista (“Strange and unproductive thinking”). Pero lo que hay en “Moving on”, una road song de ritmo hondo e hipnótico, o en “Football game”, donde la distorsión de la guitarra se suma a la de la voz para narrarnos una traición amorosa, es blues, un blues que en “The night bell with lighting” o en el tema que da título al trabajo se deja envolver por atmósferas abstractas y movedizas hasta reelaborarse en temas como “I Know” o “Noah's Ark”: ¿modern blues o trip hop?; puede que sólo sea una propuesta retrofuturista: así hubiera sonado el blues entonces, de haberlo pensado hacia delante: voces sintetizadas, patrones hipnóticos, fondos ambientales intrigantes. Eterno retorno; y es que quizá todo eso ya ocurriera a mediados de los noventa en Inglaterra, cuando el reggae, el soul, el rap más suave y otras músicas negras se refundieron en la electrónica para responder a la obligada devolución al otro lado del charco. Músicas de ida y vuelta que nunca se detienen.

Estoy con Fred, el protagonista de Lost Highway (D. Lynch, 1997): “Me gusta recordar las cosas a mi manera, aunque no ocurrieran así exactamente”, y a mí este disco me recuerda a un trip hop orgánico, desanclado del collage electrónico que le dio origen y tan desnudo y virginal que es blues. Pero más allá de cualquier clasificación o etiquetado, esta loca payasada de Crazy Clown Time es sobre todo un disco encantadoramente simple: esa condición tan codiciada que a veces por fortuna nos habita.

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Revival | The Answer
Spinefarm Records | 2011
por Alejandro Feijóo


Cuando The Answer publicó su primera placa (Rise, 2006) más de uno se vio obligado a contener las lágrimas: por fin había aparecido algo que sonaba como, emulaba a, transitaba por los mismos caminos que Led Zeppelin. El rumor (confirmado) de que Su Santidad Jimmy Page les había dado la bendición provocó una suerte de fiebre de resurrección que se veía confirmada con la actuación de la banda norirlandesa como soporte de los ya canónicos Deep Purple, Whitesnake o AC/DC. Efectivamente, la esperanza volvía a marcar paquete.

El paralelismo tiene mucho de voluntarioso. Aunque el parecido físico del cantante Cormac Neeson con Robert Plant contribuya al juego de espejos, lo cierto es que sus canciones, comparadas con aquellas complejidades zeppelinianas, pecan de ingenuas y estribilleras. El lanzamiento de Revival, su último trabajo, abunda en esta sensación. Pero una vez apartados de sombras buscadas o endilgadas, lo cierto es que The Answer sostienen por sí solos una propuesta rockera que tiene en el título de este disco una declaración de intenciones de retrovisor.

Conscientes de sus limitaciones y virtuosos a la hora de explotar sus virtudes, el cuarteto confirma en Revival músculo y potencia, bien sostenidos por la aspereza vocal de Neeson y la aceitada guitarra de Paul Mahon, un jovencito en el cual muchos confiamos para alegrarnos el hilo musical de la vejez. Honestos y contundentes (valga la redundancia), en Revival se atreven hasta con los coros femeninos, esa página tan controvertida en la enciclopedia del hard rock. Y temas como “Trouble”, “New Day Rising” o “Waste Your Tears” nos invitan a enjugar las lágrimas y brindar por el futuro de lo que no volverá a ser.

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Eleonora Eubel en Virasoro
Enero de 2012
por Javier Martínez


Hace poco tiempo atrás, reseñamos Por el aire, el muy buen disco de Eleonora Eubel a quien, en esta oportunidad, vimos en vivo en Virasoro Bar, uno de los tantos reductos en los que es posible escuchar la variedad de muy buenas propuestas del jazz local. Acompañada por la guitarra de Rodrigo Agudelo y el contrabajo de Juan Bayón, Eubel puso de manifiesto la comodidad en la que navega, aún en conformaciones de banda que se escapan del estándar para, justamente, encarar estándares de jazz y composiciones propias, que dialogan fluidamente.

Por eso, escuchar su ductilidad aplicada a Cry me a River o el Sooner or Later que Madonna inmortalizara en la segunda versión de la banda sonora de Dick Tracy, el film protagonizado y dirigido por Warren Beatty, cuaja perfectamente con su Who's that woman? en la que la cantante expone los sucesos argentinos de la caída de De la Rúa, a fines de 2001 o su divertida versión de Jack The Ripper, ambas en un inglés que por entonces le quedaba más cómodo para componer, pero que, afortunadamente para el jazz en español, se trasladó con naturalidad a su lengua materna.

La compañía de sus dos virtuosos partenaires musicales no sólo le permitió desenvolverse con tranquilidad en la intimidad del reducido espacio del bar sino que levantó aplausos espontáneos. Y es que son destacables las virtudes que ambos expusieron tanto en el seguimiento preciso de la partitura como en la improvisación inevitable. Mostrando un presente que dejó lo promisorio para darle paso a la realidad concreta de sus virtudes, el público presente pudo atisbar un gran futuro para estos músicos que no son sino representantes de un momento muy interesante y productivo en las filas locales del jazz.

La voz de Eleonora Eubel, no exenta de trazos "sucios" que usa con criterio y para enriquecer su amplia gama de matices vocales, entregó momentos tan brillantes como íntimos. Una comunión entre la artista, sus músicos y el público que la confirma como una de las más interesantes jazzsingers locales.

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Licenciado Cantinas | Bunbury
OCESA | 2011
por Alejandro Feijóo


Así como al mundo le gusta dividirse en mitades varias (River-Boca, Pepsi-Coca…), España levanta una pared entre los que sufren devoción por Bunbury y los que simplemente sufren con él; resulta difícil encontrar en la península aquel que le trate con tibieza, y como ejemplo sepan que quien escribe estas líneas tiene los dos pies puestos en una de las orillas. Para los devotos, un nuevo lanzamiento del aragonés es poco menos que un rezo en la Plaza de San Pedro, aunque el hecho de que las canciones de esta placa formen parte del cancionero popular latinoamericano y no de sus propios puño y letra deja al creyente sin saber bien si la fumata es negra o blanca.

Las patas de la mesa creativa de Bunbury son más bien columnas de lo tenaces: es el mejor vocalista en su(s) estilo(s) de todo el reino; es uno de los que mejor y más provecho obtiene de unas sesiones de grabación que son piezas de orfebrería, y su carisma tiñe el escenario y más allá de las tablas. El cuarto soporte es el que se ausenta en Licenciado Cantinas: la personalidad y el talento compositivos, esos que le permiten escribir la lista del supermercado sin que nadie dude de que es para su nevera. En esta ocasión, hace suyas quince canciones y sus estilos respectivos (tango, chacarera, salsa…), y el experimento no suena necesariamente impostado ni impropio, ni hermético ni comercial. Pero sí, acaso, algo ajeno.

Por si no quedara claro, Bunbury es un lujo para la actual escena musical española y alrededores. Desde su divorcio de Héroes del Silencio, todos sus emprendimientos discográficos (aun sus colaboraciones más dudosas) se distinguen por una inclinación al riesgo y una apuesta casi barroca por la calidad. Y Licenciado… no deja de tener ambas. Solo que en esta ocasión resulta menos sinuoso (es decir, más fácil) entender el porqué de sus silencios.

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center:level:roar | Youngblood Brass Band
Ozone Music | 2003


En la genética sonora de los EE. UU., las bandas de vientos han tenido una presencia fundamental en el desarrollo de la música; bordes del desarrollo del jazz, algunos de cuyos gigantes se han dedicado a soplar, horas y horas de deleite para quien escucha. Cualquiera podrá echar mano de alguna película en la que la banda siguió tocando, soplando el viento, algún 4 de julio. Pero las razas y las purezas sanguíneas derivan en moldes del horror o puras fantasías de lo imposible. Por eso la mixtura y el cruce, inevitablemente, producen nuevas posibilidades que, en el mejor de los casos, amplían fronteras, alejan los límites y proponen echarle mano al libre albedrío creador. La Youngblood Brass Band se ubica en ese lugar desde el cual es posible disfrutar de la música sin necesidad de someterla a una categorización que la ubique rápidamente en las listas de reproducción, otrora el estante de tal o cual género; en esa franja en la que punk, brass band, hip hop y jazz son más ingredientes que etiquetas.

Con una conformación inusual para la industria del disco, la banda oriunda de Oregon combina percusión con trompetas, saxofones, trombones y el magnífico sausofón, de la familia de las tubas, que marca los compases como un contrabajo metálico y redondo, tocado con suma destreza por Nat McIntosh, uno de los fundadores de la banda y ex miembro a esta altura de las circunstancias; a los que se suma la voz del líder de la banda, D. H. Skogen, un MC que percute y rapea sobre ese colchón vibrante y estridente para terminar de construir center:level:roar, un muy buen disco que obliga a los pies a seguir el ritmo e impulsa a la sangre a bombear para el lado del bailarín que todos llevamos dentro.

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Video sorpresa


En el año 1996, el australiano Nick Cave, con su banda The Bad Seeds, lanzó al mundo su noveno disco, Murder Ballads, con diez canciones cuyas líricas hablan de asesinatos.

Disco oscuro si los hay, fue uno de los grandes éxitos de la banda y el que le abrió las puertas de la popularidad al cuasi endiablado Cave. Además de sus malas semillas habituales, también contó con la voz de la gran/diosa P. J. Harvey y con la de la también aussie Kilye Minogue, con quien compartió el tema Where The Wild Roses Grow, cuyo video recorrió alguna vez el mundo.

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