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Un clásico es un libro que nunca ha cesado de contar lo que tiene que contar
Italo calvino

Escritos

Ariel Mlynarzewicz | Entrevista
por Javier Martínez

Hablar con Ariel Mlynarzewicz es internarse en un mundo en el cual el color, la perspectiva, la tela y la materia le ganan la pulseada a la tecnología. Un mundo cotidiano que este maestro del pincel convierte en verdaderas obras de arte. Quienes quieran aproximarse en vivo y en directo a su obra tienen la chance desde el 6 de abril en la galería Agalma.arte y una segunda oportunidad en octubre en el museo Sívori. Con ustedes la palabra de quien ha elegido la pintura como su forma de decir al mundo.

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Más que mala leche
por Andrea Barone

Marzo en Buenos Aires, uno de los fines de semana con feriado reciente, nuevito, de escasos años de andar: el llamado día de la memoria, un llamado a no olvidar, a saber que transitamos por una de las dictaduras mas atroces y sangrientas de nuestra historia, calculada perversa y siniestramente, más allá de la mala leche.

Respecto a esta particular fecha de feriado hubo y habrá distintas polémicas, distintas posiciones. Alguna de las cuestiones que enriquecen la toma de posición al respecto estuvieron en juego también en varias notas de distintos medios en estos días, pero particularmente quisiera tomar algunas líneas de una del Página, compartida con los queridos Martín y Vero, en la que mayoritariamente está en juego lo que le transmitimos a las generaciones que nos siguen, a nuestros pequeños. En este sentido, que la agenda educativa tenga un día feriado por este agujero en nuestra historia, en nuestras vidas, posibilita el que se hable de eso, que se marque, se sepa, se diga de.

Y los pequeños curiosos pregunten, nos pongan en jaque en algunos puntos, aunque les demos una versión acorde a cada uno, a cada edad y lo que puedan simbolizar, clara y precisa respecto a lo que preguntan, no más;  sin toda la verdad pues nos es imposible, mediodiciendo, incluso con palabras atravesadas implícitamente de nuestras ganas, de las de muchos, de que no hubiese habido impunidad. Compartir en Facebook      Compartir en Twitter

 


El triunfo del instante: María Teresa Andruetto
por Viviana Abnur

Tal vez para pintar el poema alcance con la luz de una chispa, el segundo previo al click de la cámara, donde el ojo reposa; en ese instante parecería, se juega la poesía de María Teresa Andruetto, cordobesa, hija de piamonteses, poeta, narradora, docente.

María Teresa construye sus poemas entre lo cotidiano y palpable del día y la evocación de la distancia, de otra lengua, de otra geografía. Seduce con  su poesía de corte narrativo, delicada y fugaz, que ofrece como un secreto revelado, de oído en oído.


Publicó las novelas Tama (Alción 2003), Stefano (Sudamericana, 1998), Veladuras (Norma, 2005), La Mujer en Cuestión (DeBolsillo 2009) y Lengua Madre (Mondadori,2010), el libro de cuentos Todo Movimiento es Cacería ( Alción, 2002), los libros de poemas Palabras al rescoldo ( Argos, 1993), Pavese y otros poemas (Argos, 1998), Kodak (Argos, 2001), Beatriz ( Argos, 2005), Pavese/Kodak (Ediciones del dock, 2008), Sueño Americano (Caballo negro editora, 2009) y Tendedero (CILC, 2009), la obra de teatro Enero (Ferreyra editor, 2005) y numerosos libros para niños y jóvenes, entre otros  El anillo encantado (Sudamericana, 1993), Huellas en la arena (Sudamericana,1998), La mujer vampiro (Sudamericana, 2000), Benjamino (Sudamericana, 2003), Trenes (Alfaguara, 2007), El país de Juan (Anaya, 2003/Aique 2010), Campeón (Calibroscopio, 2009), El árbol de lilas (Comunicarte, 2006), Agua cero (Comunicarte, 2007) y El incendio (El Eclipse, 2008). Reunió su experiencia  en talleres de escritura en dos libros realizados en colaboración, La escritura en el taller (Anaya, 2008) y El taller de escritura en la escuela (Comunicarte, 2010) y sus reflexiones  en Hacia una literatura sin adjetivos (Comunicarte, 2009). Obtuvo entre otras distinciones, Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes, Lista de Honor de IBBY,  Finalista Premio Clarín de Novela y Premio Iberoamericano a la Trayectoria  en Literatura Infantil y Juvenil SM.

Los invito a disfrutar de esta breve selección de sus poemas y el muy recomendable blog que coordina, Narradoras argentinas: http://www.narradorasargentinas.blogspot.com/

  

Patti S. / 1975/ Photograph by Robert Mapplethorpe

Yo quería grabar un álbum que hablara de caballos
y te pedí que me sacaras una foto para la tapa.
Una foto que haga historia, dije, y vos hiciste ésa
donde yo no era hombre ni mujer. Habíamos dormido
demasiado. Me puse aquella ropa que era como un uniforme,
en la calle y en el escenario. Nada de asistentes,
dijiste, quiero un triángulo de sombras. La luz
ya había muerto entre nosotros. Me pediste que me quitara
el saco porque te gustaba mi camisa blanca
y yo me lo puse al hombro, como Sinatra, y lo sostuve
de un extremo para que no cayera. El álbum
empezaba con esa frase que solía decirte por las noches:
Jesús murió por los pecados de alguien, no por los míos
y la frase que hubiera cabido en boca de mi madre
se mezcló con la canción de una chiquilla suicidándose.

 

Patricia Lee

Flota Patricia Lee sobre la vereda,
como un poema de Rimbaud. Es de oro la luz
y sin embargo ella sabe que puede no alumbrar.
Cuando era chica quería ser poeta. Tenía al niño
genio de la mano, pasaba con él su temporada
en el infierno. Saludaba el ojo bizco, camino
del templo a los vecinos, pensando que su palabra
no era para esa gente. Algún día volveré
y seré millones, se decía, cantaré en estadios,
estudios, festivales, y aplaudirán los músicos
del mundo, no esta gentuza de pueblo. Cuando
era chica quería ser famosa. Más tarde quiso ser
la monja de Calcuta. No la maldita, no la artista
consumida, no la puta, sino la que llora al hermano
muerto, al marido muerto, a los amigos. Ya no hay
distancia entre los sueños y la vida. Por eso canta
en la noche en los estadios, los estudios, los rincones
de su casa. Canta Patricia Lee y mientras canta
la maldicen los bizcos y los genios, gritan camino
del templo los poetas, Volvé a tu casa, Patti,
volvé a tu casa. Pero Patti lee,
Patti Lee….

de Sueño americano, (Caballo Negro, 2009)


 

Hamaca

Estoy en cama
(la enfermera
se llama Erminda)
Por la ventana que da al patio,
mi hermana pasa a bordo de una hamaca.
Pasan también las moras, el verano,
las chicharras. Ha de ser octubre,
como esta tarde, o tal vez noviembre,
y el calor agobia, porque mi padre
que llega del trabajo, se ha soltado,
cosa extraña, la corbata. Yo estoy
en cama. Y Ana que pasa alegre,
viva, a bordo de la hamaca.
Habrá sido de vidrio el aire,
como esta tarde.

 

Lunes

Los lunes mi padre llegaba tarde
y traía chocolates amargos.
En la cama grande, mamá nos leía
La Cabaña del Tío Tom.
A nosotras nos gustaban los lunes,
nos gustaba llorar por tristezas
de cuento, sufrir por los negros
mientras comíamos chocolates
Suchard.

 

Desnuda en la tienda
No era coqueta
Era fuerte.

June Jordan

Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.
Como no había asientos ni percheros
te ofrecí mis brazos.
Te sacaste el vestido, la campera,
te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.

de Kodak (Argos, 2001)

 


Instante

Una turbulencia balancea
las barcazas. La luz pinta el aire
de amarillos y están cerradas
las viejas puertas. Nadie
en la pescara, ni las góndolas
lúgubres. En el puente de Canaregio
ni las de lujo ni el vaporetto,
sólo pequeñas barcazas
han pasado la noche entre los palos.
Allá al fondo, un hombre barre
la fondamenta de Ca laria. El resto,
nada.

de Pavese y otros poemas (Argos, 1997)

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Los dioses en el destierro
por Lionel Klimkiewicz

Hubo un momento de la historia del hombre, en que la verdadera cuestión era saber si en lo sucesivo el mundo debía pertenecer a ese judaísmo espiritualista que anunciaban esos melancólicos nazarenos que desterraron de la vida todas las alegrías humanas para relegarse a los espacios celestes, o si el mundo debiera continuar bajo el alegre poder del espíritu griego, que había erigido el culto de lo bello y hecho florecer todas las magnificencias de la tierra. Esta es la fuente de la que bebieron los poetas alemanes y esta es la idea que con sutil ironía desarrolla Heinrich Heine (1757-1856) en el libro Los dioses en el destierro.

¿Qué fue de Zeus, de Baco, Poseidón, Hermes, Diana? “Esos dioses no han muerto; son seres increados, inmortales, que, después del triunfo de Cristo, se han visto obligados a retirarse a las tinieblas subterráneas” responde el gran escritor alemán, para después realizar un recorrido por las leyendas y creencias populares que le permite la mejor excusa para, con una pluma delicada y mordaz, exponer qué lugar tiene lo pagano en el espíritu del hombre occidental, y de qué modo las letras transmiten aquello que la moral y la religión monoteísta mandaban literalmente al infierno. Con el planteo de que no ha muerto todo lo que está enterrado, Heine se propone sacar a la luz esos “restos”-como él mismo los llama- que sobreviven en la memoria, los usos y el idioma de un pueblo.
Un libro exquisito, por su inteligencia y por lo bien que está escrito, por un autor que no se preocupa por si vale la pena “quemar el laurel de la gloria en el altar de la verdad” porque entiende que esa también podría ser una idea que limita y empequeñece el campo del arte.

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En el cielo y sobre la tierra | Jean Luc Nancy
por Diego Singer

“Voy a hablarles de Dios, sí, pero primero voy a hablarles del cielo, ustedes comprenden por qué. Seguramente, si hay un Dios, está en el cielo.” Estas son las palabras de apertura de una conferencia muy particular que dictó hace ya casi diez años el filósofo francés Jean-Luc Nancy. El público tenía entre seis y doce años de edad y el desafío era enorme. Por naturaleza propia, toda conferencia supone que hemos de decir algo que impacte a nuestro auditorio. Para lograrlo, uno de los recursos más utilizados es socavar las creencias y supuestos de quienes nos escuchan y esto es particularmente cierto en el caso del discurso filosófico. En este sentido, toda conferencia debe a la vez golpear y seducir en un movimiento rápido y efectivo. Pero si se trata de niños, ¿desde dónde debemos ejercer esa seducción? ¿hasta qué lugar podremos asestar nuestro golpe sin abusar del exceso de apertura, de la guardia baja que es el anverso de la curiosidad y credulidad propias de esa edad? Dice Nancy tratando de recomponer la situación de oralidad para la primera edición en francés de esta conferencia: “era preciso que intentara avanzar sin herir las convicciones sostenidas por los niños, aunque sin caer tampoco en simplificación alguna”.

Se impone entonces otra pregunta: ¿qué entendemos por avanzar? En este caso avanzar por sobre las convicciones o ignorancias de un auditorio infantil. Para un filósofo como Nancy, que es afín a la filosofía de la deconstrucción derridiana, avanzar no puede querer decir otra cosa que establecer aperturas allí donde los sentidos se presentaban monolíticos o clausurados. La apuesta de esta conferencia es entonces inmensa en tanto pretende indagar sobre el concepto filosófico que históricamente más ha tendido a cerrar sentidos, para presentarlo como lugar de apertura. Pensemos en Nietzsche que ve en el monotono-teísmo un concepto que remite todas las preguntas a una misma respuesta. ¿Qué es el bien? Dios. ¿Qué es la belleza? Dios. ¿Qué es la verdad? Dios. Parece desde esta perspectiva que no hay nada que hacer mientras no demos muerte a este personaje monocorde. Sin embargo para encontrar una apertura, sólo es necesario abrir los ojos y mirar.

Hacia cualquier lugar al que miremos encontramos siempre algo que nos detiene. Más lejos o más cerca, toda mirada es un ‘hasta aquí’. Sin embargo, cuando miramos al cielo nada se interpone ante nosotros, parece no haber límite alguno. Por eso Nancy afirma que “el cielo es el borde de lo abierto”, ese lugar inmaterial en el que los niños saben que habita Dios si es que él existe. Sin embargo, ese cielo al que miramos está repleto de cosas (cohetes, planetas, satélites, estrellas, aviones) y aunque sigamos tratando de encontrarlo, no podemos hallar a Dios. Esto no quiere decir que Dios entonces no exista, sino que el cielo en el que él habita no es el mismo cielo físico en el que están la Luna y las estrellas. Y al mismo tiempo podemos afirmar que si Dios existe, no existe de la misma manera en que existe cualquier persona o cosa. De hecho, son pocos los religiosos que hoy en día afirman la existencia de dios como alguien que está en el cielo.

Más bien, afirma Jean-Luc Nancy, hay que pensar a Dios como la posibilidad de estar abiertos o conectados a otra cosa que no sean las relaciones materiales. “Hay algo distinto, que yo llamaría aquí ‘la apertura’, algo que hace que yo esté, que nosotros estemos, en tanto seres humanos, abiertos a algo más que a estar en el mundo y agarrar cosas, manipular cosas, comer cosas, desplazarse por el mundo, enviar sondas a Marte, mirar galaxias en el telescopio, e incluso otra cosa.” Esta apertura se hace evidente cuando sentimos algo inmenso, algo que no podríamos poner en ningún lado. Nancy intenta explicar a los niños que esa apertura, imposible de cerrar, representa una oportunidad para nosotros, independientemente de la religión que profesemos. Aunque llamemos a esa apertura  Amor o Justicia o Misericordia, siguiendo a alguno de los grandes monoteísmos.

La oportunidad ineludible que tenemos es la de ver qué tipo de relación tendremos con lo abierto. Y aquí la contraposición está dada entre la creencia y la fe. La creencia remite al dogma, en el que se presenta a Dios con tales y cuales características. La fidelidad, al contrario tiene que ver con la ignorancia. Sostiene Nancy que “cuando se es fiel a alguien, no se sabe en el fondo quién es del todo esta persona ni lo que será a lo largo de su vida. Pero, si se le es fiel, se le es fiel, sin saber.”

Allí radica entonces nuestra oportunidad: podemos intentar permanecer cerrados sobre nosotros mismos como cualquier objeto lo está sobre cualquier otro, o podemos ser fieles a la apertura que implica ser humanos: abrir los ojos, mirar al cielo y no saber.
Ediciones La Cebra | 2010 Compartir en Facebook      Compartir en Twitter

Night of joy
por Agustina Szerman Buján

Principios de los 60' - Un barrio de Nueva Orleans. Dos señoras y un señor. Un negro marginado y un blanco resignado. Un policía medio mequetrefe. Una vieja senil con aspiraciones jubilatorias. Un carro de salchichas ambulante. Un burdel berreta. Una tabla de ejercicios. Una fábrica de pantalones heredada. Una carta falsificada, fotos porno y botellas en un horno. Un esquizofrénico partido por la Paz y una fiesta de invertidos son la misma cosa.

Un capricho de Fortuna, conjurar a todos los necios en contra de un único genio tiene su episodio iniciático en un choque de auto. Tiempo después deriva en una detención por proposición deshonesta y tráfico de pornografía el día del estreno de Harlett O'Harra en el Noche de alegría. Fortuna, diosa ciega, engulle a todos en su rueda.

Difícil de querer u odiar y ante todo duro de matar, Ignatius J. Reilly, es uno de los personajes obligados de la literatura estadounidense del siglo XX. Estudioso de Boecio y por consiguiente, fiel devoto de Fortuna, es objeto de uno de sus ciclos. Con el lamentable incidente cuya protagonista tiene al volante a la propia señora Reilly, la diosa hizo girar su rueda hacia abajo. El coche se estrelló contra un edificio. Mil dólares por daños envuelven a Ignatius J. Reilly, treintañero, licenciado, sociólogo en una serie de situaciones en las cuales deberá poner a prueba toda su inteligencia para evadir su suerte. Propenso al caos, casto y obeso hace frente a una de las peores catástrofes de su vida: el perverso acto de trabajar. La condena no es sólo para sí sino para todo aquel que le rodea. La caprichosa Fortuna atrae hacia su rueda a personajes de lo más atípicos, espécimenes que sólo puede originar una ciudad, todos los cuales se ven imbrincados en sus propias realidades y ante todo en sus propias ficciones. El texto opera a través de la proliferación de realidades y personalidades múltiples. La realidad deja de ser un hecho objetivo (si es que alguna vez lo es), y pasa a ser uno más de los tantos núcleos narrativos en la mente de cada personaje. Las múltiples versiones de cada hecho se ven atravesadas por las fantasías desvariadas y desvariantes de sus protagonistas. El bien y el mal no se pueden identificar ni diferenciar en ninguno de ellos. Los más astutos logran ver la realidad con nitidez y operan ante los juegos de Fortuna de manera de modificar para bien su destino, mientras que aquellos con menos visibilidad caen (literalmente) presos de su propia ignominia. Una funesta noche en un bar de mala muerte, casi de manera shakespeariana, restituye el orden. No es la honestidad ni el Bien lo que reacomoda la vida de estos personajes sino la suerte, la torpeza y la mentira. La confesión y esclarecimiento de los hechos no es lo que recompone la situación sino el oportunismo y la retroalimentación / proliferación de inventos. Gus Levy sabe que Ignatius J. Reilly es responsable de falsificación y calumnias al tiempo en que ambos incriminan a la señorita Trixie como responsable directo debido a su senilidad. Así los tres se benefician, la señorita Trixie finalmente obtendrá su jubilación, Ignatius se salvará de la cárcel y Gus Levy, en un momento epifánico, tirará por la borda tanto a su mujer (y su tabla de ejercicios) como a su difunto padre y a la empresa Levy Pant's para conformar Bermudas Levy. Darlene y Jones, librados para siempre de los maltratos del Noche de Alegría y su dueña, Lana Lee ayudan involuntariamente al patrullero Mancuso a conseguir un ascenso, gracias a la captura de esta. Santa Battaglia convence a la señora Reilly de internar a su hijo en el pabellón psiquiátrico del Hospital de Caridad. Mas que la indeterminable locura de este, predomina la sinrazón de las otras dos.

Si el ciclo llega a su fin acompañado de la justa compensación para todos los involucrados, Ignatius se ve envuelto en otra catástrofe: la captura de su carne. Víctima fatal de la fortuna, debe huir. Nuestro estrepitoso héroe, Ignatius J. Reilly, comedor compulsivo de salchichas Paraíso, férreo creyente en sus causas, con el fin de elevar este mundo hacia el buen gusto se encuentra obligado a escapar. Su fiel secuaz y ante todo enemiga intelectual llega en el día y la hora correctos. Fortuna se ha redimido y con gran tino. Myrna Minkoff, militante y defensora sexual de la política, toma todos los cuadernos gran jefe de su ex-compañero y sube a su auto a uno de los más indómitos personajes de la literatura contemporánea. La retirada del titán en un diminuto Renault ocurre sólo cuando el orden es restablecido y los destinos se invierten.

Quedan remanentes las verdades atronadas por su dictatorial persona que camufladas por la exacerbación interpelan la inmanente ridiculez de la condición humana.

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Poemas lácteos
seleccionados por Javier Martínez

Como era de esperar, la leche y la poesía se han entramado de los más diversos modos. Esta selección tiene como objetivo, mostrar parte de esa geografía diversa que merodea las obras de André Breton, Rabindranath Tagore, José de Espronceda, Marosa Di Giorgio, Vladimir Maiakovski, Paul Celan, Antonin Artaud y tantos otros, justa o injustamente excluidos en esta oportunidad...

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Breves

El africano | J. M. G. Le Clèzio | Adriana Hidalgo | 2006
El africano es un thriller sentimental, un relato con preciosos trazos poéticos, veloces, salvajes. La relación del texto con el título provoca un giro interesante: la identidad no tiene que ver con el lugar de nacimiento sino con las tierras en las que transcurre la vida de un sujeto. En ese desfasaje, en esa figura corrida sobre otra idéntica que al trasluz deja entrever el desvío, se mueve Le Clèzio para ir y venir en su vida y en la de su padre. Para narrarse narrándolo y viceversa. Si la Patria se lleva consigo y, por extensión, no hay otra Patria que el sujeto, el verdadero terreno es el lenguaje. Enmarcada entre dos líneas tensas -el África colonizada que puja por la liberación y la distancia entre ese continente (donde trabaja el padre como médico de tribus) y Europa (donde viven su esposa y sus hijos)-, el relato adquiere una potencia tremenda cuando los mundos colisionan y el narrador describe el continente negro desde la perspectiva de su niñez.

 

Un altar para la madre | Ferdinando Camon | Losada | 2002
Siempre es grato el encuentro con la lengua de un escritor. En Un altar para la madre la lengua no es el español al que ha sido traducida, ni siquiera es el italiano original: la lengua de este libro es una madre muerta, es un padre que construye un altar para su esposa, es el narrador y el tono íntimo de ese fantasma; así como los recuerdos de la vida en el campo, los silencios prolongados, el sentimiento fundido en aspereza de los padres campesinos. Atravesar este texto es atravesar una aventura íntima. El lugar del rezo, la permanencia del fantasma, la consistencia de la muerte. La pluma de Ferdinando Camon se desliza por metáforas y anécdotas limítrofes con el decir autobiográfico. Se lo puede imaginar en el campo viendo el cuerpo encorvado de su madre; se puede adivinar la rudeza de la mesa familiar, el peso de una tradición de dedicación a un trabajo que termina siendo la vida misma. Esa madre que, una vez muerta, retorna y retorna. Camon hace un enroque interesante y se corre del lugar del espectador: ese retorno, entonces, se convierte en preguntas. Preguntas cuya posibilidad de respuesta es un camino que se abre, incluso, a pesar de esa madre; del peso de ese personaje, inversamente proporcional a la ingravidez del alma muerta.

 

Once tipos de soledad | Richard Yates | Emecé | 2002
Richard Yates se revela como un escritor de una potencia narrativa extraordinaria a pesar del despojo de su pluma. En los cuentos que constituyen Once tipos de soledad recorre una galería de situaciones y personajes que, de tan reconocibles, posibles y cercanos, pueden ser una tentación para una narrativa que se sirva de ellos para producir efectos cercanos al golpe bajo. En el caso de Yates, deja de lado cualquier superficialidad y urde sus tramas con hilos profundos, mostrando la cara visible de la soledad, el abandono, el dolor, el absurdo como una máscara trágica, una interpretación posible del padecer de cada personaje alrededor del cual gira la soledad. La apuesta es arriesgada ya que no hay nada extraordinario en la construcción de cada historia, sólo diálogos y escenografías que el lector intuye como no premeditadas, como encontradas y, por lo tanto, genuinas. Que pueda ser sindicado como un padre joven y desentendido del minimalismo (ergo, de Raymond Carver) no es más que una circunstancia feliz, valga la contradicción con la naturaleza de este libro.

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