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Pinto lo que no puede ser fotografiado, lo que viene de la imaginación o de los sueños
Man Ray

Miradas


Max Gómez Canle
Pinturas

La pintura de Max Gómez Canle sorprende por su arriesgada propuesta que combina elementos clásicos con otros planos propios del arte no figurativo, dando como resultado un mundo pictórico con sello propio. Las monstruosidad, pozos, rayos, árboles, animales, figuras antropomórficas, sombras fantasmales, agujeros, agujeros como ventanas posibles a otros mundos, invasiones de figuras y formas son los que lo habitan. ESTO NO ES UNA REVISTA seleccionó estas obras de la extensa producción de este singular pintor.

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Diego Sandstede
Fotografías

La obra personal de Diego Sanstede se construye con recortes cotidianos en blanco y negro. Recortes en los que, por cierto, no falta la poesía. ESTO NO ES UNA REVISTA tiene el agrado de presentales tres de sus series.

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Pezones mariposa | Bernardo Cappa
por Andrea Barone

Pezones mariposa, una muy buena obra que se desarrolla en la sede de un club de fútbol en decadencia, devenido club de patín femenino, marco que ya también pone en escena algo de lo decadente de los dos personajes principales: un ex jugador, otrora gloria del fútbol (al que Lorenzo Quinteros le pone cuerpo y alma brillantemente), quien, como reconocimiento a su trayectoria, tiene la concesión del buffet del club. Y aprovecha ese espacio para entrenar a un joven protegido suyo (una gran actuación de Fernando De Rosa), con la ilusión de ubicarlo en el fútbol boliviano y, así, salvarse económicamente. Como buena ilusión siempre es algo por venir, con la garantía desde el vamos de que nunca llegará. Una de las cosas de las que parecen no querer saber nada. Como de esos “encuentros inesperados” de estos dos personajes con otro que es parte de la comisión directiva del club (Darío Levy), entre los que se teje una trama interesante de una historia con complicaciones, glorias y distintas versiones y en la que se puede leer algunas metáforas posibles. Club y deterioro es entonces el marco que permite que los personajes, sostenidos en excelentes actuaciones, desarrollen una dramaturgia cercana al costumbrismo, escapando de éste al llevarlo al borde del absurdo, lo que conlleva que algo de la puesta en escena y de las vicisitudes de ellos, tengan también –aún siendo un compendio de patetismo, frustraciones y miserias– un efecto humorístico. Compartir en Facebook      Compartir en Twitter


David Viñas
por Horacio Garcete

Hace unos años, en 1999, me atreví y lo encaré una vez finalizada una mesa redonda que había compartido con León Rozitchner. Le tributaba una admiración intensa y más allá del interés que tenía en su testimonio –para nutrir un ensayo que no terminaría nunca-, quería ante todo conversar con él. Una vez que se desentendió de unas muchachas que le conversaban –y con quienes se delectaba–, largué una torpeza del estilo: Don David, me interesaría conversar con Ud. sobre el tiempo de Arturo Illia. Sorprendido, me dedicó una sonrisa perdona-vidas y luego de hacerme saber que: mi relación con Illia se limitó al maltrato que le tributé, me dijo que podía pasar a verlo determinado día por las tardes, por un edificio de 25 de Mayo y Cangallo (“entre Menem y la Bolsa”), donde dictaba algún curso. No sé por qué no fui a su encuentro.

Más tarde, lo vi corrigiendo apuntes en el café “La Paz”. Esa vez, le pregunté por su ensayo sobre Lucio Mansilla: ardua faena, amiguito, contestó sin separar la vista de los papeles que borroneaba con tinta roja. Por esos días, di con él en “La Academia” de Callao y Corrientes. Siempre en rojo,  garabateaba en esa ocasión el editorial del diario “La Nación” del día. Lo saludé y ante una pregunta mía, contestó con ese vozarrón tan suyo: repaso injurias mitristas. Por fin, volví a encontrarlo –en 2009, creería–, una vez más, en “La Paz”, muy bien acompañado, por lo que mi intercambio se limitó a un cabeceo, lento y respetuoso, que recibió con asombro.

Con motivo de mis colaboraciones en este sitio, me propuse dar con él para conversar sobre los guiones que había escrito para: “El Jefe” y “El Candidato” (ambas de Fernando Ayala) y “Dar la cara” de José Martínez Suárez). Un mozo de “La Paz”, al consultarle, me anticipó que había dejado de visitar el café: está jodido, precisó. Sin embargo, esperando alguna mejoría, iba regularmente grabador en mano, a esperarlo: no se me escaparía esta vez. Y se me escapó, nomás, porque el pasado 10 de marzo, falleció don David Viñas. Tengo para mí que con él murió el intelectual contemporáneo, cuya obra condensa y traduce las razones de los yerros, de las tragedias que asolaron al país. Un legado inmenso e imprescindible.

Las tres películas que menté, encaran con ese estilo directo que cultivó, la etapa política que inauguraba la caída del peronismo en 1955. La figura de Juan Perón y el estilo de su liderazgo son metaforizados con desprecio en “El Jefe” de 1957 –repasada por Héctor Olivera en el N° 8 de EneuR–; las miserias y limitaciones de los políticos tradicionales que proponían substituirlo, son el nudo de “El Candidato” de 1959; por fin, traduce el desencanto suyo y del grupo intelectual que integró en derredor de la mítica revista literaria “Contorno” (nacida como contrapropuesta a la extranjerizante “Sur” de Victoria Ocampo) mediante el fresco despiadado que propone sobre la experiencia frondicista en “Dar la cara”, estrenada en 1962.

Por reiteradamente repasadas, por ser apenas la excusa que encuentro para escribir sobre Viñas, obviaré un tratamiento puntual de cada una de esas producciones; sólo subrayo que el “intelectual irreverente”, tal el título del documental que Pablo Meza le consagró en 2008 (reiteradamente emitido por estos días en la señal “Encuentro”, experiencia que aconsejo) dejó sentada su censura sobre el tiempo político (siempre) despiadado, que le tocó vivir con rigor, honestidad intelectual, provocación alla Sarmiento, mediante aquella irreverencia a la que echó mano, por caso, cuando definió a Pablo Neruda (vaca sagrada de la progresía intelectual latinoamericana) como un boludo con vista al mar.
Pesó, a su vez, sobre Viñas una suerte de sino histórico, sucesos colectivamente trascendentes lo involucraron personalísimamente, signaron su obra y de los cuales, dio testimonio. Hijo del político radical designado por Hipólito Yrigoyen juez de paz en Río Gallegos que intentó, sin éxito, mediar entre los huelguistas y estancieros patagónicos, conflicto “resuelto” ulteriormente por medio de una matanza aleve; fiscal de la UCR en 1951, habiendo presenciado como tal el único voto de Eva Perón; presidente de la Federación Universitaria de Buenos Aires en tiempos de Perón; referente destacado del movimiento político e intelectual que cimentó la llegada de Arturo Frondizi a la Presidencia en 1958; padre de María Adelaida e Ismael, desaparecidos a manos del terrorismo de Estado durante la última dictadura militar, que determinó su exilio mexicano.

Que cierre la nota David. Supo redactar las líneas que siguen en las solapas de sus últimos trabajos. La prosa y el sentido del texto, ratifican la imagen que propusimos de él, memoria y balance de su imprescindible obra, profesión de fe del intelectual comprometido hasta el tuétano.

Podría ser tradicional y escribir: ‘Me llamo Viñas, David Viñas, nací cuando el crack de Wall Street y la caída de Yrigoyen’. Podría enternecerme con mi pasado: ‘Publiqué varios libros –escribiría – Cayó sobre su rostro, Los años despiadados, Un dios cotidiano, Los dueños de la tierra, Dar la cara’. También podría… En realidad podría hacer muchas cosas, pero prefiero usar mis solapas en otra cosa: primero, para decir por qué escribo (por humillación y para salir de eso). Alguna vez dije que escribía por venganza; pero para salir de la humillación una literatura de venganza no puede ser arbitraria ni abstracta. Mi humillación está condicionada por vivir en un país ambiguamente humillado: la Argentina no es una colonia; es algo más equívoco: una semicolonia. Así mi humillación es compleja y la tensión por arrancármela se carga con una ambigüedad mayor. En segundo término, cómo escribo: asumiendo esa situación de sometido, de esclavo (peor, esclavo a medias en tanto puedo actuar con cierta autonomía y creerme que no lo soy). Y sabiendo que es una faena de todos los días, mezcla de paciencia e impaciencia que exige élan y encarnizamiento y no se parece en nada (o casi nada) a las revoluciones burguesas espectaculares, bruscas y triunfantes. No. Escribir aquí es como preparar una revolución de humillados: opaca, empecinada, casi dura y casi cotidiana. Como vivo en un país semicolonial soy un semihombre y un casi escritor que escribe una literatura a medias. O lo que es lo mismo ¿para quiénes escribo? Por ahora para los que tienen mi mismo sabor de boca. Es decir, ni especulo sobre un posible público populista ni me interesan los bienpensantes. Más claro aún, pretendo escribir para los cuadros. Y lo correlativo, ¿para qué escribo? Muy simple. Para que esos posibles lectores que se me parecen contribuyan al movimiento que los arranque y me arranque de la humillación, para superar ese nivel de casi país que padecemos y para que nuestra literatura sea algo completo. Y para que yo, usted y los hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad”.

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American Mouse | Pablo Gershanik

por Verónica Miramontes

El programa cita una frase de Jean de la Fontaine: “A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”. Y ésta cobra sentido cuando Mickey Mouse se convierte en una trampa mortal, un traje de goma espuma que se hace carne, un gesto que esconde otros gestos. ¿Acaso no es esta obra un intento desesperado de Lautaro Vilo (autor y actor de la pieza) por recuperar los gestos perdidos? Cuál es tu nombre es una pregunta casi básica, pero a veces dar la respuesta puede llevar a la misma muerte. Un niño enviado a Disneyland, tierra de Walt, tierra de nadie, un actor perdido detrás del rictus gestual de la sonrisa del ratón de fantasía, el mismo Walt haciéndose los ratones, y algunos queriéndose hacer la rata de su propio destino. Un parque de artificios reconstruido por deshechos, por partes de objetos domésticos como se jugaba en otras infancias que las de ahora, un actor que juega un rato intentando contar de una vez por todas su trágica historia en Orlando. Una familia que no es, toda una ficción que lo supera. Un niño que desde temprana edad le ve los hilos al asunto de este parque, acaso del capitalismo, del mito crecido en pos de una perversión puesta a jugar en un mundo de dibujos animados. El destino que lo alcanza cuanto menos en los sueños, librando la posibilidad de ser otro, a lo mejor cada vez más sí mismo. Muy buena actuación de Vilo que pone su expresión al servicio de su obra, de su historia, un relato intenso, una dirección muy clara e interesante de Pablo Gershanik hacen que en esta pieza quepan más interrogantes que certezas.

Beckett Teatro | Guardia Vieja 3556 | Abasto | CABA | Argentina
Tel: 4862-5439
Viernes a las 23:30 hs.

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El discurso del rey | Tom Hooper
por Andrea Barone

Más allá de los premios que obtuvo y de las fichas puestas que tiene, es una muy buena película. Como en muchas historias y muchas veces en la historia, con una dama instando a que el caballero padeciente de tartamudez haga algo (caballero al que magistralmente Colin Firth le pone el cuerpo, alma y palabra desesperadamente trabada, tropezante), buscando distintos métodos y doctores desde ridículos a estragantes, hasta toparse con un especialista en trastornos del habla. Personificado brillantemente por un genial Geofrey Rush, pone en juego su saber y su posición desde un inicio, marcando sus condiciones de trabajo sea con quien fuere. Su reino, su juego. A partir de aquí se desarrolla una trama interesante entre estos dos personajes que atraviesa momentos de despertares, de angustia, momentos conmovedores y de ira, odio o amor; puesta en juego de la historia de ese sujeto, de puntos complicados (uno, obviamente, con relación a su padre) como así también de confesiones y gratitud conjuntamente con importantes movimientos y producciones, cuestiones éstas que las más de las veces están presentes, más allá del uno por uno de los sujetos, en el tránsito de un análisis. Y es a partir de ese encuentro y de lo que con él puede producir que hay un hacer de su lado, un hacerse cargo de, que conlleva un acto y la puesta en juego de su palabra. Lo que obviamente tiene consecuencias también para con sus afectos cercanos, tiernamente divertido es lo que esas pequeñas, sus hijas, le dicen hacia el final. En el marco de bellos lugares, de postales de época y de gente diversa, filmados con un buen ojo detrás.

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Dora Roldán | Entrevista
por Horacio Garcete

Invitada para ilustrarnos sobre su profesión, Dora Roldán, maquilladora de unas veinte películas argentinas (muchas de ellas emblemáticas), se explayó a gusto. Con elocuencia y claridad, relató experiencias vividas en los sets de filmación, retrató personalidades, cotejó el presente del cine argentino con el de sus inicios. Evocó reiteradamente, mediante un discurso de una admiración contagiosa, a Eduardo Mignogna, el faro de Dora Roldán.

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