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Las palabras es todo lo que tenemos.
Samuel Beckett

Escritos

Guadalupe Urbina | Entrevista
por Javier Martínez

La cantante costarricense Guadalupe Urbina tiene una voz única. Y no sólo eso, es una inquieta recopiladora del folklore ancestral de su tierra, una pintora que retoma el trazo simbólico de sus antepasados, una mujer comprometida con los derechos humanos y fundadora de la Fundación Voz Propia, en la que confluyen significantes como juventud, comunidades, cultura y producción. Su obra, poco difundida (como otras tantas) por estos lados de Latinoamérica, es de una belleza y una riqueza que bien vale tomarse el tiempo de recorrerla.

Escuchar País Azul

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Cara, bicho, objeto: Arnaldo Antunes
por Viviana Abnur

Artista multimediático, músico, compositor, poeta, Arnaldo Antunes nació en Sao Paulo en 1960. Si bien ha renovado gran parte de la música brasilera de las últimas décadas, su trabajo como escritor, como poeta, no es menos relevante.  Entre sus libros: Ou e (1983), Tudos (1990), As Coisas (1992), Doble Duplo (2000), Palavra Desordem (2002), ET Eu Tu (2003), n.d.a. (2010).
Poesía que hace pie en la imagen, en lo visual, poesía concreta donde el vacío sabe ocupar un lugar, tan importante como la palabra escrita.

Al respecto ha dicho: “Todos los que trabajan con poesía o música, lo hacen con palabras y silencios, con el espacio que hay entre ellas. No nos damos cuenta de la importancia de los espacios vacíos y muchas de las cosas que hago son un llamado de atención hacia ese vacío, cuando estamos caminando no pensamos que el espacio entre los pies y el suelo es tan necesario, me gusta llamar la atención sobre esa materia prima tan significativa e importante” (http://historiasysentidos.blogspot.com)

Hace poco, y en ocasión de cruzarme con el trabajo de un amigo, Martín Palacio Gamboa sobre la nueva poesía brasilera, “Los trazos de Pandora”, retomé la lectura de estos poemas tan bellos de Antunes que hoy quiero compartir con los lectores de ESTO NO ES UNA REVISTA. ¡Que los disfruten!

Más Arnaldo Antunes en: http://www.arnaldoantunes.com.br

Los Trazos de Pandora, de Martín Palacio Gamboa en: http://www.jornaldepoesia.jor.br/BHCAlivro08.pdf


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Los elixires del diablo
por Lionel Klimkiewicz

Del abanico de escritores destacados del romanticismo, Hoffmann sobresale por ser dueño de aquella parte que nos arroja un aire tenebroso y siniestro. En “Los elixires del diablo”, una de sus obras más famosas, relata en primera persona la atormentada vida del monje Medardo que vino al mundo marcado por un origen maldito debido a un crimen cometido por uno de sus antepasados. En esta novela, la vida del protagonista aparece atravesada por múltiples circunstancias que dan pié a que el autor describa con maestría vertiginosos arrebatos de locura, intensas luchas entre el bien y el mal, manifestaciones angustiosas de la sexualidad, destinos persecutorios que no dejan margen de libertad, costumbres de la vida mundana y monacal, y fundamentalmente, aquellas sensaciones ominosas que hacen palidecer a cualquier persona al toparse con eso que le indica que hay algo de sí mismo que no le pertenece y que irrumpe repetidamente en su mundo para recordarle que no hay ficción que vele la marca oculta de su destino.

Hoffmann, que escribió  esta voluminosa novela en menos de un mes, gustaba de visitar manicomios y monasterios, para conocer los detalles de la locura y la religión, lo que le posibilitaba, con el agregado tal vez de su profesión de juez, encontrar los puntos de contacto entre diversas modalidades discursivas allí donde ellas desfallecen ante lo que no tiene nombre: porque no hay escena, por más familiar que sea, que resista a lo que irrumpe manifestando en su centro el instante que suscita una inquietante extrañeza, indicando que la autonomía del ser hablante es tan ficcional como una buena obra de literatura fantástica.

Es cierto que como novela podría haber sido mejorada. Al leerla da muchas veces la impresión de no haber sido corregida o repensada por el autor, quien a veces parece resolver algunas situaciones de la trama con excesiva brusquedad, y repetir construcciones argumentales innecesariamente. Tal vez el defecto no moleste, porque deja la impresión de que es acorde a lo que aborda la novela, ya que si el efecto de “lo siniestro” requiere que se trastoque lo representable, en todo momento la obra indica “excesos” de manifestaciones subjetivas que escapan a lo que la palabra pueda describir. Pero más allá de esto, es una gran novela, que logra que el lector en algún punto se identifique con el personaje al comprender que a nadie le puede ser ajeno lo ominoso.

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De delitos y barrocos
por Javier Martínez

La editorial Eterna Cadencia publicó dos libros de ensayos en los que lo que está en juego, profundamente, es la palabra y sus alrededores. Desde la inscripción de la letra hasta la construcción simbólica; y descubren, de(s)velan otros instersticios desde los cuáles poner en escena, en una perspectiva personal y novedosa, los mecanismos literarios que bailan al tempo de la política y la historia.

En El cuerpo del delito. Un manual, Josefina Ludmer se apoya en dos grandes bazas, Carlos Marx y Sigmund Freud, para inclinar el ojo del lector y llevarlo de paseo por esa zona limítrofe, ese límite que es el delito. ¿Qué hay del otro lado de ese límite? ¿Qué es lo que va más allá de los valores morales, éticos y estéticos de quien delinque? Más aún, con delitos que involucran un daño corporal de la víctima; alcanzando el clímax en cuanto algo del alto erotismo o la arrastrada pornografía intervienen en la escena. Esas preguntas tienen respuesta en un tejido de libros y personajes, escritores y sus circunstancias, momentos históricos de la literatura argentina, su fundación, la novela rioplatense, el modernismo, la euromanía, sus rupturas. Si el delito marca el borde más extremo del mundo real, en el campo de las palabras, de la ficción, es posible ir hacia ese más allá, explorarlo, punzarlo simbólicamente para ver qué nos devuelve. Para aproximarse a estas cuestiones, Josefina Ludmer encolumna a varios pesos pesados de la literatura argentina pero, mucho más enriquecedoramente, a los no leidos de entonces. Una brecha, una ausencia que, sin dudas, propicia la apertura a otros mundos. Si el límite cambia, se mueve, nada mejor que el gran abanico de lecturas que la autora propone para ubicarlo en el tiempo y sus implicancias. Pero esa línea ficcional entre el bien y el mal, lo incluido y lo excluido, unos y otros, no habla sino de lo indecible, lo intocable, lo inimaginable. Y los artífices de esa posible lectura son los escritores que Ludmer recorre y, remarco, su hábil modo de mover los hilos ficcionales, los históricos; navegando entre la piedra basal de nuestra propia cultura (hecha de retazos, como son las ficciones), la formación del Estado Nacional, la construcción del ser nacional y otras delicias similares. Es destacable, y vale como ejemplo de esto, el maravilloso capítulo que le dedica a la lectura de las distintas formas de un mismo personaje: Juan Moreira, cuyo nombre se extiende, hasta multiplicarse casi infinitamente, en otros Moreira que, pertenezcan o no a su propia familia, son astillas de sí. Las notas, tan o más abundantes que el cuerpo del texto en sí, constituyen un vitraux a través del cual se pueden adivinar las formas de lo verosímil en este estupendo libro sobre el delito en su forma literaria.

Carlos Gamerro le da una vuelta de tuerca al barroco. Divide las aguas, abre capas posibles de lectura. Por un lado, la escritura barroca, aquel estilo recargado al punto del intríngulis que cualquiera puede detectar con el mínimo ejercicio de escuchar un poco. Por el otro, la ficción barroca en la que la frondosidad está puesta no en el modo de narrar sino en el mundo simbólico que la ficción construye. Ejemplo clarísimo de este último: El Quijote. Pero Ficciones barrocas no se queda en la mera lista, en el enunciado. Su apuesta va más allá y luego de dejar bien en claro qué sería deseable que entendiéramos (capturar lo más fielmente posible la posición de su autor), arremete con algunas lecturas más profundas de aquellos barrocos que le sirven para plasmar una propuesta sobre cómo leer, si uno gusta, claro, otros aspectos de los textos de conocidos autores. Si bien la apuesta original era apuntar a la tríada Borges-Bioy-Cortázar, incluyó a Silvina Ocampo para formar "los cuatro fantásticos", como los llama, y extender las redes del otro lado del charco y acercar a dos uruguayos que vivieron en argentina: Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández. Como mirada que propone pensar en ficciones barrocas, Gamerro acierta, una vez más, al incluir, en un apéndice, al más barroco en cuanto a ficciones se refiere: Philip K. Dick. El autor se detendrá a dedicarle un capítulo a Julio Cortázar haciendo una lectura crítica de Casa tomada como un relato sobre, ya que no desde, el peronismo; otro, a la construcción de la ciudad de Santa María en la que se desarrollan las ficciones de Onetti; un tercero, muy acorde a lo que llama los tres momentos en la escritura de Silvina Ocampo y las intervenciones, no siempre felices, de su marido Bioy Casares y de su hermana Victoria Ocampo, fundadora de la revista Sur; para cerrar con la frondosa prosa de Felisberto Hernández en la que realidad, sueños, animismo y alucinaciones se entraman de modo vertiginoso.

Que ambos libros tienen varios puntos de contacto, es una obviedad ineludible. Desde su sello editor hasta el rasgo de ofrecer otras lecturas posibles, renovar perspectivas, exigir al lector el ir un poquito más allá, interpelarlo. Y, fundamentalmente, en ninguno de los dos la posición del autor avasalla al lector. Por el contrario, proponen, abren el juego, muestran rasgaduras en la inmaculada tela de la Gran Literatura Argentina, sin la necesidad de circunscribirse a ella.

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Transmutaciones
por Joan Caparrós

Para bien o para mal, en la historia latinoamericana existen España y García Márquez, con toda la carga semiótica y cultural que ello significa. Por un lado, la cultura latinoamericana estará perpetuamente ligada al idioma español; por otro, la literatura colombiana alcanzó dimensión universal cuando el mago de Aracataca nos iluminó con sus maravillosas historias macondianas, nacidas de su bien asimilada tradición cervantina y faulkneriana, adobadas con una pizca de las mil y una noches, la labia de su abuelo y los delirios de su abuela, todo ello macerado en el mortero de un paisaje primigenio y magnificente que dio origen a uno de las obras fundamentales del idioma español y de las más influyentes del siglo XX.

La preocupación por la literatura latinoamericana sigue vigente en la Península Ibérica, donde es evidente el interés de las editoriales por sacar a la luz a los herederos del famoso Boom, que en Colombia han tenido una particular dificultad en mostrarse porque la figura de Gabo ha ocupado de forma apabullante el panorama nacional. En ese sentido el libro Transmutaciones, en una bella edición de la Editora Regional de Extremadura (Mérida, 2009), quiere señalar que esa presencia ya no es tan castrante y que hay toda una generación de nuevos escritores que han logrado sacudirse ese influjo, sin que necesariamente tengan que renegar de su ilustre ancestro, y caminan por sendas nuevas muy interesantes, muy acordes con los tiempos que están corriendo.

Antonio María Flórez, a quien ya conocíamos por su desgarrador testimonio de la violencia colombiana reflejada en un estupendo poemario, Desplazados del paraíso (ERE, 2006), es el responsable de este proyecto que hace una muy documentada y amena revisión de las distintas corrientes y géneros de la literatura colombiana actual, en un prólogo espléndido y ajustado a su propósito pedagógico y divulgador. En entrevista concedida a Papel Salmón recientemente, afirmó que “la transmutación es un término relacionado con la alquimia y consiste en la transformación de un elemento químico en otro”; asimilando esto a lo que está ocurriendo en Colombia con las nuevas generaciones de escritores a los cuáles considera como un “grupo de creadores que sin reconocerse propiamente como una «generación», participan de un tiempo, unas ideas y unos propósitos cercanos, aunque no siempre comunes o del todo afines, pero en todo caso, mutan, transforman, asimilan, el patrón dominante y la figura deífica de García Márquez”.

Uno de los mayores atributos de este libro es el de presentarnos una antología que se la juega con un solo autor por cada género elegido: novela, cuento corto, nouvelle, ensayo y poesía. Apuesta arriesgada por demás, que el antólogo soslaya, con suficiencia, apertrechado en una nómina de autores de primera línea, respaldados con los más importantes premios nacionales de literatura de Colombia.

Adalberto Agudelo
en Toque de queda recrea un suceso de su ciudad, enmarcado en las luchas utópicas universitarias de los años setenta, cuando el desencanto ya se había instalado en la conciencia colectiva. Relato experimental que se puede leer como novela fragmentada, de gran riqueza estilística y complejidad formal que, según señalan los críticos de su país, muestra la ruta de su más reciente éxito, Pelota de trapo, Premio Nacional de Novela “Ciudad de Bogotá”.

A Triunfo Arciniegas, docente como el anterior, se lo sindica como el más importante narrador de literatura colombiana infanto-juvenil de la actualidad. En Noticias de la niebla sorprende con un libro “maduro” de textos breves, simples, muy condensados, paradojales, que rezuman irónica melancolía y un humor agrio y claroscuro.

Octavio Escobar se revela con El álbum de Mónica Pont como un maestro del relato colombiano, construyendo un artilugio de artilugios en el que juega con el lector y lo lleva de la mano por su desgarramiento y su desarraigo, mediante los que quiere acceder a la verdad del amor y la literatura, tal como lo pretendiera su maestro García Ponce, con Madrid como trasfondo y su país como razón.

Orlando Mejía, antiguo habitante de los extraños escenarios nocturnos de Barcelona, con El espíritu de Basho, se confirma como el excelente ensayista que es (ver su lúcida disquisición sobre La muerte y sus símbolos) y a través de la reflexión sobre la obra de Basho, Hölderlin y su paisano León de Greiff, nos enseña que el arte está situado en el escaso margen que hay entre lo real y lo irreal.

Por último, la más joven del grupo, Andrea Cote, con residencia en Estados Unidos donde cursa un doctorado en literatura, sublima lo nefando en un paisaje de tierras quemadas, silentes y desgarradas, estragadas de luz y en ruinas como la conciencia de un país que migra hacia la nada de su sinrazón.

Transmutaciones presenta un grupo muy interesante de escritores que Antonio María Flórez señala como humanistas, globalizados y soñadores, con talento, originalidad y estilo, cuidadores excelsos del idioma.

Editora Regional de Extremadura | Mérdida, España | 2009


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Nada es crucial | Pablo Gutiérrez
por los Editores

Esta vertiginosa y diestra novela parte de la España de los años '80, aquella que vivió la proliferación de yonquis en las calles de sus ciudades y, claro, de sus vástagos, hijos de la exclusión, librados a la buena del destino. Ese es el origen de Lecumberri o Antonio o Lecu, según sus momentos y los otros con los que va encontrándose, topándose, perdiéndose a lo largo de su joven vida. Un sobreviviente en un descampado que es "rescatado" por otra de las tribus que, gemelas por consecuencia del capitalismo salvaje y el narcotráfico, crecieron al amparo del dolor extremo: los neo cristianos. Y como todo héroe o príncipe o desclasado, de acuerdo a quien sea quien lo interpela, tiene su correspondiente heroina (y, subrayando una no casual superposición de significados posibles) o princesa o expulsada. En Nada es crucial ese ligar lo ocupa Margarita o Marga o Magui, siguiendo las antes mencionadas reglas de nominación. El encuentro entre ambos no será en el marco de la felicidad, ni en los reinos azulados de los príncipes soñados. Será en la realidad cruda donde la marginalidad, el abuso sexual, las prohibiciones, la promiscuidad, el descuido y otras lacerantes circunstancias serán el paño en el que jugarán sus dados

Con una estructura fragmentaria, hecha de recortes y sobrantes, de retazos y miríadas, Pablo Gutiérrez despliega una trama que involucra a los sujetos y sus circunstancias; la mutación de las sociedades, producto de la exclusión capitalista. Un relato no exento de giros inesperados, hábiles pinceladas estilísticas, humor ácido. Con un virtuosismo digno de los buenos narradores y una prosa en la que florecen hallazgos de estilo, ubica los fragmentos narrativos en una línea temporal cercana al vitraux, a la reconstrucción viciada, similar a la de esos recuerdos en los que lo recordado y la construcción ficcional se solapan.

Nada es crucial es más que una carta de presentación, supera los buenos augurios inaugurales y abre, para su autor y sus lectores, un espacio que podrá ser habitado por grandes historias, de realismo duro más que sucio, de personajes entrañables aún en sus miserias. Será en un tiempo a posteriori que sabremos si Gutiérrez dará lo que puede esperarse de él. De sus fragmentos relatados, partidos, como el espejo roto que devuelve una imagen intervenida, escindida y no por ello menos auténtica y singular.Lengua de Trapo | 2010


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La memoria de los ojos | Autores varios
por Horacio Garcete

Las películas de Favio son obras en transición y este libro propone continuarlas.
No se trata sólo de cambios recurrentes en su cine, sino también en su público, que se renueva con él como con ningún otro realizador argentino.
Si cada film se completa con los espectadores,
a medida que nuevas generaciones se asoman a sus películas,
éstas adquieren un nuevo significado.

Esta cita de apertura a las palabras que siguen en torno a La memoria de los ojos. Filmografía completa de Leonardo Favio, editado por “La Nave de los Sueños” y “La Otra Boca”, con el apoyo de la Biblioteca Nacional, pertenecen a la introducción que realizara Martín Wain para el libro y resumen, en buena medida, su alcance conceptual tanto como el sentido que a esta edición le atribuye quien firma esta reseña. El principal valor del libro, al margen de la coincidencia respecto de la valoración de la obra faviana, sobre la que escribí en un número anterior (ver Miradas N° 4 de ESTO NO ES UNA REVISTA), hace pie en la particularidad que destaca la cita del inicio: el resignificado de las películas de Favio, según pasen los años. En este caso, los autores de cada uno de los capítulos que integran la obra –que se corresponden con cada filme dirigido por Favio–, nacieron en los años ’70, particularidad insoslayable, ya que este libro fue concebido desde esa mirada generacional (la misma de quien escribe); espectadores de su cine a partir de Gatica, el Mono; visitantes retrospectivos de los filmes que constituyeron el estilo, el discurso y la ética de su creador. La singularidad, lo que lo destaca de otras obras que tuvieron por objeto el cine de Favio, radica en los sujetos a cargo de la tarea, en sus motivaciones (nuestra avidez por la obra de Favio) y en el resultado conseguido con esta edición. Obra que hace centro en la vigencia de cada uno de los filmes comentados (ha transcurrido más de medio siglo desde el primero) y que nos autoriza a considerar a Favio como un artista clásico.

Horacio González (a cargo del prólogo) sostiene que: “Leonardo Favio le propone al cine argentino el enorme desafío de pensar el mito, las leyendas crédulas y el aire sacrificial de la vida popular. No se sabría decir si el cine debía afirmar sus técnicas para encargarse de esas remotas cuestiones, o si en ellas estaba contenido un tipo de cine cuyos movimientos y nociones de espacio y tiempo emanaban profundamente de lo popular. ¿Qué clase de vida popular? La entendida como arquetipo milenario y fábula de criaturas desamparadas”. Es certero González, en tanto los protagonistas de las ficciones de Favio nunca conocerán un final feliz: Polín, pierde la libertad por enésima vez, al igual que los irremediables Charlie y Mario; en tanto que el Aniceto; Fernández y Plasini; Juan Moreira; Nazareno Cruz y Griselda, y el Mono Gatica, mueren todos de muerte violenta. Desenlaces desdichados que proponen (excepción hecha de Nazareno y su novia embarazada) la consabida moraleja de raigambre popular: el que mal anda, mal acaba.

Los invito, entonces, a leer La memoria de los ojos, libro que, por razones que no son del caso detallar, cuesta un buen esfuerzo conseguir en las librerías porteñas; esfuerzo que será bien que recompensado por el nivel de las reseñas publicadas y las fotografías que los acompañan.

La Nave de los Sueños & La Otra Boca, con el apoyo de la Biblioteca Nacional | 2011


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Cuatro reyes
por Agustina Szerman Buján

Teseo, se sabe, fue un aventurero. Las vicisitudes que lo acompañaron formaron su carácter y lo hicieron un hombre contemplativo, o al menos es así como Sófocles elige retratarlo dentro del ciclo tebano. La seguridad y protección que brinda este rey ateniense en plena vigencia lo contrasta con aquel mendigo ciego, alguna vez soberano de Tebas, Edipo. Ambos reyes transitaron ya sus épocas de juventud y el tiempo amainó el deseo y la belicosidad. La tragedia del núcleo familiar cadmeo llevó a su rey a ser mendigo y suplicante en una ciudad ajena. La maldición cadmea comienza con la represalia de los dioses hacia el rey Layo por el rapto de Crisipio. Tres generaciones serán malditas. Los reinados tanto de Edipo, Creonte y los príncipes Etecoles y Polínices están condenados al fracaso por la irracionalidad y los excesos de sentimientos, casi juveniles. Pareciera ser que el trono quiebra la personalidad de quien sea necesario. Su ocupación se condice con la imposibilidad de mantenerse en el mismo.

La resolución de un crimen político, como la muerte de Layo o el sepelio de Polínices, prueba que la imprudencia y el desmedro a la hora de aplicar un castigo lleva a la tragedia, sea producto de la voluntad divina o humana. La pregunta es si efectivamente es el capricho de los dioses el que acarrea la desgracia o son los propios personajes los que mediante la palabra fabrican un futuro trágico. La adoración al acato de las leyes hace torpe a la justicia. Si bien no sería justa sin ser ciega, su correlato material está en la condena de Edipo por el crimen de Layo. Es preciso que aquel sea tan ciego como la Justicia para poder impartirla de manera “correcta”. Su desconocimiento e ignorancia de los hechos se refuerza por su incapacidad para percibir la realidad y juzgarla acorde a lo que es. En el ocaso de su vida, tiene la oportunidad de redimirse de su propio temperamento. Los dioses, ante las proximidades del Hades, le transfieren la posibilidad de elegir el destino de dos patrias. Sus palabras nuevamente serán edicto, pero no sobre su propio destino sino sobre el de sus hijos y el bienestar de Tebas tanto como Atenas. En sus labios está el destino de dos hermanos y dos naciones. El dictamen final, una maldición: Los hermanos serán muertos mano a mano y Atenas gozará de la protección divina. Este cambio de perspectiva sólo puede darse en la medida en que el personaje recorre un camino de miseria y dependencia que le enseña la prudencia a la hora de actuar. Un primer edicto justo, pero desmedido, tiene por fin su propia miseria, pero es esta misma la que lo induce a realizar su destino, enseñándole la medida justa en la relación crimen-castigo.

Sófocles presenta estructuras en espejo. Mientras que Edipo y Creonte se pueden homologar como dos reyes que en tiempos opuestos fueron prudentes, se encuentran en la misma situación de poder y es mediante la palabra en tanto discurso y autoridad política lo que los lleva a sumergirse más hondo en la tragedia. Si en un primer momento Creonte fue prudente y Edipo irascible, este último tiene oportunidad de redención mientras que Creonte, a medida que avanzan los años, pierde el juicio y sin saberlo incurre en el mismo error que Edipo y paga de la misma manera, condenando inconscientemente a su hijo, Hemón, a morir. Tanto Edipo como Creonte enfrentan situaciones de complejidad política, por un lado, Edipo debe vengar un asesinato político, por ser autoridad doblemente legítima -hijo del rey, heredero a la corona y esposo de la reina por haber derrotado a la Esfinge- mientras que Creonte, como única autoridad tras la muerte de los príncipes, dictamina la prohibición de ritos funerarios para con Polinices. Ambos, para la resolución actúan mediante la palabra. Es el pragmatismo de lo enunciado lo que lleva a la tragedia de sus propias familias. Si vieran desde fuera lo que sus palabras conllevan, no serían personajes desbordados por sus temperamentos. Si los hombres de la familia real no ven la realidad con claridad, en cambio, las mujeres trágicas sí. Son mujeres en acto. Las dos reinas, Yocasta y Eurídice, eligen la muerte a mano propia. La generación siguiente comparte ambas características, tanto la iracundia irracional como el ser en acto, los príncipes hermanos se matan mutuamente mientras que Antígona tiene fundamentos legítimos para quebrar el edicto y darle la correspondiente sepultura a su hermano. Al igual que las reinas se suicida luego de haber cumplido su destino. Si la primera generación muere a causa de la palabra, en tanto creadora de nuevas realidades, la segunda generación elije morir por voluntad propia y por móviles transparentes. Si los hijos están condenados a muerte por los edictos paternos, la posibilidad de evitarlo no se toma en consideración. El poder, el deseo de ascenso, hace que quienes lo poseen o anhelan pierdan el juicio. Antígona, única mujer con peso en la tragedia actúa con plena consciencia y fundamento de acción. Su muerte es fruto de su propia voluntad en pos de la lealtad que la une a su familia. Este paso es necesario para que el destino trágico de la familia real se cumpla de forma completa; con la muerte de Hemón, ante la triste imagen de su prometida ahorcada con sus propias ropas, se castiga la intolerancia y falta de comprensión de Creonte, rey por default. Si Teseo y Edipo necesitaron del tiempo y la experiencia para accionar de manera consecuente a los hechos, Creonte salió del círculo de la estabilidad y buen juicio y cayó en lo que alguna vez fue cercano a la irracibilidad más propia de Edipo que de ningún otro, ambos condenando a sus propios hijos a la muerte.

Efectivamente la palabra es un eslabón del destino, creando realidades subsiguientes, pero ¿es la palabra precedente al carácter o el carácter hace a la palabra? Edipo vierte exclamaciones sobre aquel asesino del rey Layo sin saber que será víctima de las mismas. Ningún rey se salva del efecto boomerang. La propia iracundia no los deja sostenerse en el trono, o llegar al mismo. Los reyes cadmeos son castigados a su debido tiempo por sus oprobios, Layo con su propia muerte, Creonte con la muerte de su hijo y Edipo con el destierro y la miseria que acarrea. En cambio Teseo, aquel retratado con paciencia y entendimiento de la condición humana, con capacidad para sentir empatía, es recompensado con la protección y bienestar futuros de su patria, Atenas.

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Tricota para el invierno


No sólo en las playas lee el hombre, por eso nos sacamos los guantes y recomendamos tres libros para pasar el invierno. Ninguno de ello es una novedad editorial por una sencilla razón: nos daba frío salir de casa.

¿Qué se puede agregar a todo lo dicho sobre la mejor novela norteamericana contemporánea? ¿Que puede presentarse como inabordable hasta entrar en su trama y ya no poder despegar de sus efectos? ¿Que llegado el final uno no quiere que termine, que se desea que le crezcan hojas a la novela? ¿Que no se podrá dilucidar qué es lo que podría haber escrito John Kennedy Toole de no haberse suicidado, metiendo una manguera conectada al escape dentro del habitáculo de su automóvil a los 32 años, desmoronado por la negativa de decenas de editores? La lectura de La conjura de lo necios provoca un antes y un después en la vida literaria de un sujeto: el lector se modifica. Si no bastara con la catarata desopilante e incontenible que es la narrativa del malogrado escritor, la vida de la novela culmina con el moño de una preciosa metáfora extraliteraria: fue la propia madre de Toole quien insistió e insistió hasta lograr que se diera a luz, en formato libro, a esta brillante obra póstuma, tal como lo hubiera hecho Irene, la madre de Ignatius Reilly, con la obra escandalosa, encendida e incorrecta de su hijo. Por esta novela, John Kennedy Toole recibió el premio Pullitzer 12 años después de su muerte. Esto hace pensar, una vez más, en el ojo que lee un texto, en qué es lo que lee allí y a qué apuesta un editor. Sin el arrojo de escribirla, sin el riesgo de editarla, hoy estaríamos privados de una novela genial. John Kennedy Toole lo sabía y el epígrafe de Jonathan Swift no es inocente: el genio contra el cual conjuran los necios es él mismo. Sabía que su novela es una obra maestra, estaba seguro de ello. Seguro al punto de morir antes de verla publicada. La conjura de los necios, de John Kennedy Toole | Anagrama

 

Quinto libro de cuentos de Castillo, quinta parte de lo que ha dado en llamar Los mundos reales. Ese marco, ese subrayado encuadra a los relatos que contiene. Relatos que mezclan, casi en todos los casos, el mundo real con el mundo de los sueños, con la fantasía, con la paradoja temporal del pasado que deja de ser un rastro de la historia para personificarse en el presente de algunos personajes. Porque de eso se trata el esqueleto de El espejo que tiembla: convertir el tiempo no ya en escenografía de la trama, sino en el hilo mismo con el que se urde la narración. Entonces, es literariamente posible que el mundo ficcional supere los límites de lo creíble y abreve en cierto estilo argentino para el género de la ciencia ficción. Alguno de los cuentos que bordean esa tradición parecen torcer el rumbo hacia el realismo mágico, terreno en el que la pluma de Castillo pierde potencia. Afortunadamente los cuentos que se quedan del lado más intrincado de la realidad, son los que hacen que el lector quiera un poco más. El espejo que tiembla, de Abelardo Castillo | Anagrama

 

Zapatos italianos es una de esas novelas que trasciende a un género, porque sin ser policial, lo es; sin ser una novela de amor, lo es; sin ser un mural de color local, lo es. Y así pasando por la novela de iniciación, la novela erótica, el diario íntimo, el registro periodístico. La traducción de Graciela Montes Cano casi no se nota: es una cicatriz cuyo rastro deja al descubierto una forma de belleza y la imposibilidad de acudir al libro en el idioma original. En definitiva, el texto no se muestra dañado a ojos del lector en español. Mankell es un virtuoso que maneja los hilos del relato con un ritmo tal que, sin necesidad de hacer vertiginosa la lectura, provoca ganas de seguir leyendo; parece haber dado con la cadencia justa para narrar lo que narra y hablar del amor y del discurso amoroso; de la fantasía; de lo im/posible. Otra de sus virtudes como escritor reside en exponer varios tipos de llagas sin resultar obsceno ni desagradable. De ese modo, desafecta el texto de todo golpe bajo e instala una dimensión poco habitual: una cara límpida del dolor; una muestra indiscutible de algunas bajezas extremas, con palabras que las eximen de provocar revulsión, para dar paso a una tensión que se instala muy cerca del drama existencial, de las preguntas profundas como las aguas heladas de la laguna que es parte del relato. El por qué del título es, entre otras cosas y en el tránsito de la lectura, una muestra de la sutileza de esta delicada y preciosa novela.Zapatos italianos, de Henning Mankell | Tusquets


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