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Cantar es una forma de escapar
Edith Piaf

Sonoridades

Bendita cosecha
por Alejandro Feijóo

Dicen que antes de la vejez, antes de que el ocaso amanezca, la vida pasa por la etapa de madurez, en la que el otrora sembrador deviene en cosechador de aquellas semillas. Tres de estos viejos campesinos calibran su lucidez con vocación artesanal.


Electronarcotizado
Un aviso para todos los que no trabajan en un matadero: la electronarcosis es un sistema de aturdimiento del ganado consistente en la aplicación de una descarga eléctrica mediante electrodos en la cabeza del animal. Este estado de adormecimiento dura no más de quince segundos, durante los cuales el bicho, que pronto será filete, queda lo suficientemente estúpido como para no registrar ni padecer el inminente degüello. Pues bien, si esquivamos el martirio y lo volvemos impulso primitivo, el último emprendimiento del músico y productor Daniel Lanois (Quebec, 1951) produce en el oyente un efecto similar, un aturdimiento narcótico del que cuesta zafarse.

Los armazones arpegiados, o como se llame la geometría hipnótica que Lanois traza con su guitarra, crean en el oyente el efecto de mecerse al borde del degüello. La sobria y a la vez contundente base rítmica le pone ruedas a este delicado acunamiento. Y para coronar, a las puertas de esta dulce muerte nos espera la voz de Trixie Whitley. Su registro de terciopelo inoxidable le proporciona una extraña naturalidad, y tanto cuelga de un hilo sobre el abismo como acaba sosteniendo el andamiaje con solemnidad y desgarro.

Inmerso en este paréntesis lisérgico, el cronista olvida decir que Lanois ha sido productor de bichos como Dylan, Eno, U2 o Neil Young y que el proyecto se llama Black Dub; y que sí, hay dub, y rock, soul, trip, reggae, mucho y buen blues, y la sensación de estar asistiendo a una ceremonia íntima de comunión entre la vigilia y lo que hay más allá del sueño. Y además está “Silverado”, que si no fuera una canción sería un electrodo.
Black Dub, de Black Dub | Red Ink | 2010

 


Collar sin flores
Un aviso para quienes aún compran discos: el título no lo es todo. Es decir, si consiguen superar el trauma que produce un bautizo como el de “canciones de ukelele” y volver a casa con el CD convenientemente camuflado entre el periódico deportivo y el folleto del supermercado podrán considerarse afortunados. Porque si la anterior y primera aventura solista de Eddie Vedder (Illinois, 1964) nos había guiado por las profundas tierras salvajes del alma humana, esta se libera desde una primera escucha de los collares floridos con que hawaianos y tahitianos agasajan a sus visitantes para sembrar sus clavijas en el surco del despojo.

El título no sólo es feo; también engaña, pues su contenido no es tanto del ukelele como de Vedder: su voz vence y convence desde la profundidad. El contraste con la ligereza del instrumento devuelve canciones despojadas de artificio, sin otro marco que el eco de un tañido que parece resonar atrás del hipotálamo. De necios sería negarlo: el disco puede hacerse algo monótono, y aquello que quizá no debiera haber superado la fase larvaria de la colaboración acaba convirtiéndose en un long play largo, valga lo que redunda. Pero a quien, como servidor, la voz de Vedder puede contarle como verdad la mayor mentira del diario se sentirá agasajado con estas Ukelele Songs y las llevará de viaje por la ciudad y mirará más allá de los auriculares sin entender a quienes hallan el confort entre tanto collar de flores.
Ukelele Songs, de Eddie Vedder | Universal | 2011

 

 

Walking out the noise
Un aviso para quienes tienen una remera de Sonic Youth: Thurston Moore (Florida, 1958) se dejó la distorsión en el placard. El único ruido que hay en Demolished Thoughts es ruido de música, orquestaciones serias, algún aire oriental y capa sobre capa de un disco más de cámara que de amplificadores. Aunque no es menos cierto que a lo largo de la placa podemos encontrarnos con algún que otro crescendo de aires fáusticos que acaba remitiendo a la rabia que ha llevado a SY al inefable podio del avant-garde neoyorquino. “La vanguardia es así”, explicaría nuestro fausto vernáculo.

Cuatro años después de su anterior y más reconocible Trees Outside the Academy, la contrastada vocación noise del guitarrista de SY se ha convertido (al menos, momentáneamente) en un abrazo lírico que deslumbra por su delicada forma de transmitir lo impalpable, esto es, la construcción y consiguiente demolición del desencanto. No en vano el título de una de las canciones nos recuerda que blood never lies. Lo cual explica que además de la parábola del ruido, existen otras ficciones para explicar la pervivencia del deseo.
Demolished Thoughts, de Thurston Moore | Matador Records | 2011

 

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Una de cal, una de arena
por Van Gogh i Tyson

a la memoria del rey del pais de los ciegos, Peter Falk

¿Qué es mejor?  ¿La cal o la arena? Stevie Wonder no vio la luz el 13 de mayo de 1950 porque nació ciego. Tuvo la suerte de hacerlo en la mitad norte de los Estados Unidos, donde el senador Joseph Raymond McCarthy resolvía su problemita de daltonismo fundando el macartismo y persiguiendo a los rojos, y no en la mitad de abajo, donde los sucesores de los Confederados (una especie de Mesa de Enlace con brazo armado propio) trataban, lisa y llanamente, mal a los que lucían la piel color marrón, como él. Esto lo decide a convertirse en activista, lugar del que surge, años después, en dupla con otro Mc, Paul  McCartney, la conocida version de "Ebony and ivory".

Precozmente empieza a tocar piano, batería y armónica, y a los 11 años, bajo el alias Little Stevie Wonder, firma contrato con la Motown Records, componiendo y grabando sus primeros hits que trepan las listas de ventas. Con la llegada de la pubertad su cuerpo se cubre de pelitos y su voz cambia y lo retira de la escena un par de años.

En la decada del 70 transcurre lo mejor de su carrera y se alza con 14 de los 24 premios Grammys que suma hasta la fecha. Por ese entonces pierde el olfato a raiz de un accidente automovilístico, y ya le quedan sólo tres de los cinco sentidos.

Con el ojo puesto en el vaso medio lleno, Borges dice: “La ceguera es un don”. Y tal vez esto sea un buen argumento para desbaratar la teoría conspirativa creada en torno a la mala suerte.

Como muestra los invito a ver y escuchar a un jovencísimo Stevie Wonder, en un programa de televisión en 1972, mirando el mismo vaso que don Jorge Luis, cagándose de risa de la superstición y librándonos de 7 años de mala suerte.

Buenas noches.

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Hijo de punkie
por Javier Martínez

Días atrás me encontraba con la sorpresa de que uno de los muy buenos discos que pueblan la otrora en expansión discoteca del hogar cumplía 20 años de editado. Quizás, sin proponérselo, el señor Bobby Gillespie, con el punch de Screamadelica, construyó un punto de inflexión, una ruptura con la prole del mundo punk que hacía furor en USA a partir de una movida de la costa oeste, que forjó, a fuerza de riffs, beats y excesos varios, el grunge, el alternative rock y el funk-metal. Apoyada en el auge de las pastillas y otras herramientas lisérgicas que coparon las escenas de dancing de la siempre avant garde Gran Bretaña, los buenos muchachos de Primal Scream construyeron un disco que devino punta de lanza de otros sonidos posibles. Justo en el mismo año tres de los hijos dilectos del rock puro y duro produjeron discos monumentales.

 

Cronológicamente, el primero en asomar sus narices al año 1991 fue Gish, más que promisorio debut de los Smashing Pumpkins. En 10 tracks, Billy Corgan y los suyos lograron plasmar un sonido que no sólo los identificaría de allí en más, sino que constituyó un punto de referencia para muchos. En gran parte responsable de darle una identidad a la banda fue el productor Butch Vig, proveniente de una cultura más pop y que le dio a la aspereza de los Smashing Pumpkins una textura novedosa. Recorrer la superficie sonora de este disco no deja de ser una buena experiencia, aún cuando algunas manifestaciones del alternative rock hayan pasado a un estado de hito histórico. Gish no es sólo un muy buen disco, es la huella que se hizo camino con los maravillosos Siamese Dream y Mellon Collie & the Infinite Sadness, una trilogía única a través de la cual poder escuchar, releer, interpretar el sonido de un fragmento de esa generación.



Y si de aciertos de Butch Vig se trata, entre ellos está la gran perla del malogrado Kurt Cobain: Nevermind, segundo álbum de Nirvana con el que pintaron, con toda la potencia, la suciedad musical, la provocación narcótica, aquello que la corrección política y los ardientes defensores de la sonoridad pulcra desoían. Que semejante cachetazo musical (y estético y escénico y político) sacudiera el rostro pétreo de la presidencia de George Bush (p) y que fuera coincidente con la Guerra del Golfo V1.0, no es un dato menor: es un posible modo de acercarse a los motivos por los cuales una misma sociedad produce dos efectos, a priori antagónicos, ante una situación de una guerra ajena al sentir popular del pueblo estadounidense: el hippismo pacifista de los 60 y el grunge de los 90. Smells like a teen spirit se constituyó en un himno. Y, más luego, en esa canción que Cobain excluyó, harto ya de estar harto, de su repertorio. Más allá de ese icono adolescente, Nevermind dejó registro de algunas de las mejores composiciones que Nirvana le dio a la música: Come as you are, Polly, On a plane y Lithium son una prueba fehaciente de ello.


 

El tercero, no en discordia, es otro de los discos que será (porque así lo constituimos) un clásico, es decir, esos recortes estéticos que siguen produciendo conmociones y preguntas, aún cuando sus autores y las modas (que imponen o los sostienen), hayan pasado a ser polvo sobre la faz de la tierra: Blood Sugar Sex Magik, uno de los ineludibles sonoros de las últimas décadas. Con la hábil mano del abultado Rick Rubin atrás de la consola y el ojo fotográfico de Gus Van Sant se completó un team que plasmó en poco menos de una hora y cuarto 17 temas de los cuales, muchos, han quedado en la memoria popular. Acompañando al signo de sus tiempos BSSM supuso un cambio radical en la apuesta estética de los californianos que incluyeron unos tremendos riffs a cargo de John Frusciante y unas líricas en las que, como se anticipa en el título del disco, desfilan suicidios, abandonos, pérdidas, sexo, drogas y, obviamente, rock and roll. Los efectos no sólo fueron arrasadores en público, ventas y crítica sino que produjo una temporal ruptura de la banda cuando, trips mediante, Frusciante fue destituido en favor de Dave Navarro, quien se hizo cargo de las guitarras en el sucesor de este disco, One hot minute, el cuál llevará por siempre el estigma de ser no deseado, excluido, no revisitado. Más luego, la historia dirá que el buen John volvió a empuñar las seis cuerdas y que proyectaron, en Californication, ese imposible que es recuperar el tiempo perdido.


 

Ese era el panorama emergente en el norte del continente americano, proyectado con furia, apto para multitudes y estadios, para maratónicos festivales; una explosión musical que se oponía, en cuerpo y alma, a las que el ejército norteamericano producía en otro punto cardinal: el lejano oriente. Y si de distancias se trata, Screamadelica, tercer album en la historia de Primal Scream, provocaba sensación con otras fusiones donde el metal, el punk y el hard rock no tenían cabida; pero que se hermanaba en la psicodelia, en los vuelos simbólicos, en las alteraciones de los sentidos. Mixturando su propia mixtura musical, que no reniega de sus orígenes anclados en el rock & pop británicos, con otras texturas como voces y sampleos de grabaciones pirata, este más que muy buen disco puede ser considerado como uno de los puntales de la música contemporánea.



Si, como escribiera Le Pera y cantara Gardel, veinte años no son nada, el onomástico de dos décadas es un buen motivo para volver sobre estos discos, ponerles la oreja renovada, cerca de la celebración, lejos de la nostalgia que nunca impulsaron.


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Si no tiene un sentimiento... retírese | Rita Cortese
por Verónica Miramontes


…Como es mejor el verso aquel que no podemos recordar…”, canta Rita Cortese en un momento. Y algo así es la sensación que a uno le queda al salir de su nuevo espectáculo de canciones, donde recorre un arco de sentimientos entre tangos y boleros hermosos y amorosos ya conocidos. Las canciones tienen su sello, su impronta por ser una gran actriz, apasionada, de entregas y bondades, de oficio. Es generosa porque, entre otras cosas, nos invita a que la escuchemos cual si estuviéramos casi en el living de su casa, en su intimidad artística. Con coraje y con una muy buena compañía de 3 músicos ejecutando piano, guitarra, violín y percusión, se aventura a armar un pequeño espacio íntimo, a recuperar por un rato el romanticismo y las pasiones en tiempos de tanta tecnología invitándonos a la retirada, si es que se nos han olvidado los sentimientos, quizá entonces para recordarlos, para recorrerlos, para festejarlos porque son parte de la vida. Sus años de oficio y la emoción con la que canta hacen que su presencia en el escenario sea enorme, conmueve y contagia.

El espacio donde nos invita es bello, pequeño y acogedor. Las localidades son alrededor de mesitas donde se puede además, a gusto, disfrutar de algún rico vino y alguna delicia culinaria para completar un lindo momento placentero.

Café Rivas | Estados Unidos 308 | San Telmo | C.A.B.A. | Argentina
Sábados a las 21:30 hs.

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Blind Faith | Blind Faith
Polydor | 1969


En el prolífico año 1969, dos amigotes comenzaban a hartarse de los problemas con sus respectivas bandas. Uno de ellos, Steve Winwood se sentía encorsetado en Traffic y sus compromisos; el otro, Eric Clapton sentía similares opresiones con Cream. En el medio de alguna alocada jam, se ponen de acuerdo y largan al mundo a esta banda buena que, bien breve, dos veces buena. Una época de fragmentaciones, en las que asociaciones temporales y comerciales entre músicos no eran esquirlas de la explosión que experimentaban sino superbandas, supergrupos. Un disco a puro rock, con pasajes que son un verdadero deleite. Perla musical de una ostra fugaz que encuentra en Presence of the Lord a un Clapton en estado puro. Reeditado en 1986, la caja de lujo incluye los 6 temas originales del otrora long play junto a pistas adicionales, versiones electrónicas, temas inéditos y jams sessions.

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James Blake | James Blake


Parece un tipo raro el tal James Blake. Después de escucharlo un par de veces no despeja dudas, las aumenta. ¿Qué es lo que propone cuando hace viajar su voz, ora cálida, ora de crooner, sobre una alfombra de ruidos, disonancias y asperezas varias? ¿Qué explora cuando deforma el producto de sus cuerdas vocales, cuando lo ensucia, cuando lo distorsiona? Y cuando un oído reactivo a las extrañas mixturas está al borde de perder la paciencia, hay algo en su música y en su voz que hace que uno quiera seguir escuhándolo un poco más. Los momentos en que logra un sonido prístino, uno se pregunta por qué, entonces, azuza al oído con zumbidos, capas, segundos planos y distorsiones. Y siguen las preguntas: ¿es James Blake, musicalmente hablando, todo lo border que parece ser? ¿Es un diamante sucio, como se propone? Desde otra perspectiva, tantas cuestiones pueden leerse como un mero proceso intelectual para recomendar un disco que, como experiencia de oyente, vale la pena encarar.

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Video sorpresa



Se sabe: si hay algo satánico en el mundo, eso es el rock. Y queda demostrado cada vez que, pregonada su muerte, resurge de sus propias cenizas, se reinventa, ocupa el cuerpo de tal o cual cantante y todas esas delicias que estar del lado del mismísimo Malo presupone. Quienes dan un batacazo de rock son los muchachos de My Morning Jacket, que no sólo suenan muy compactos, clásicos e innovadores sino que, lisa y llanamente, introducen a Lucifer en la letra de este temazo llamado Holdin' on to black metal, incluido en su álbum Circuital, su sexto disco, muy bien recibido por la crítica, el público y el propio diablo.

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