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Basta con ser lo bastante testarudo para que cualquier cosa tenga una estética.
Lars von Triers

Miradas


Pasquale Caprile
Colodión húmedo

La situación que atravesamos no es muy rica en novedades, y cuando aparecen suelen hacerlo tras una recesión económica que afecta al desarrollo y la puesta en marcha de proyectos artísticos. El artista, no obstante, debe siempre seguir su camino, esforzarse y desarrollar su creatividad a toda costa, investigar y sentir que su obra satisface, antes que nada, a sí mismo.

El Colodión Húmedo es un procedimiento artesanal que nace en 1851. En su época desbancó incluso al daguerrotipo, la técnica fotográfica imperante en el momento. Fue el escultor y fotógrafo sir Frederick Scott Archer quien propuso a la revista inglesa The Chemist, en marzo de ese año, el método del colodión ya perfectamente experimentado, también conocido como “algodón-pólvora”.

Frederick Scott Archer utilizó unas planchas de cristal húmedas al colodión (en lugar de albúmina como material de recubrimiento) para aglutinar los compuestos sensibles a la luz. Estos negativos debían ser expuestos y revelados mientras estaban húmedos. Los fotógrafos precisaban de un cuarto oscuro cercano, para disponer de las planchas antes de la exposición y revelarlas de inmediato.

Un siglo y medio más tarde –y gracias a la colaboración y tutoría de mi amigo Álex Mulero– he podido comenzar la gran aventura de retroceder al pasado en un presente repleto de píxeles y programas informáticos tan complicados como aburridos. A pesar de que aún me encuentro en una primera fase de investigación, creo que el Colodión tiene aún mucho camino por recorrer. Gracias a esta maravillosa técnica he iniciado mi nueva serie: “Bodegones sin palabras”.

En mi nueva escuela de fotografía situada en la provincia de Segovia, imparto cursos y talleres especializados en Colodión, abiertos a todos aquellos que quieran experimentar y desarrollar lo que ya he bautizado como “Polaroid moderno”.

En memoria a mis colegas de hace 160 años.

Pasquale Caprile

Pasquale Caprile (1958) es un fotógrafo con un bagaje de décadas de experiencia a sus espaldas. Su primera cámara fue una Agfa de fuelle que le regaló su abuela y desde entonces no ha dejado de enfocar el ojo. Coleccionista de cámaras antiguas y admirador de Henri Cartier Bresson, es fundador y director general de Photogaleria, S.L., embajador lomográfico para España, y marketing manager de Lomography Spain. La larga lista de premios y exposiciones no hace sino afirmar su talento y su carácter permanentemente inquieto, siempre al servicio de la fotografía. www.pasqualecaprile.com

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Cartier
Joyas

“Rey de los joyeros, joyero de los reyes” fue como lo llamó Eduardo VII, rey de Inglaterra, a Louis Cartier. Título honorífico que las cortes de España, Portugal, Rusia, Bélgica, Grecia, Italia y Mónaco, entre otras, no dudaron en hacer propio. Una máxima, un juego de palabras, que define a Cartier, como marca distintiva de la joyería de modo esencial: indisolublemente ligado a la riqueza financiera, a la monarquía, al lujo extremo, a las grandes fortunas, a la aristocracia, a las marquesinas más rutilantes de Hollywood, al glamour. Y ante tal demanda, las joyas de Cartier no sólo son preciosas, finas y de exuberante belleza, sino que producen un fuerte impacto, el mismo que pueden producir las obras de arte.

Lo primero que captura la mirada es el brillo, lo deslumbrante hecho gemas engarzadas, líneas sinuosas, texturas que mezclan el pulido de la piedra con la suavidad del platino; la lujosa voluptuosidad de sus formas y colores. Pero además de cumplir todas las expectativas al respecto, los diseños y los cambios estéticos que se fueron produciendo en las propuestas que la joyería francesa lleva como estandarte desde su creación, son un testimonio, tan puntual como sesgado, del devenir de los centros de poder, las modas y las corrientes artísticas, sobre todo las más influyentes en las artes visuales y la arquitectura, desde mediados del s. XIX en adelante. Las estrechas relaciones que la casa Cartier fue tejiendo con el poder económico a lo largo del tiempo, la decadencia de las monarquías y el ascenso de las estrellas de cine, las guerras mundiales y las caídas de los imperios, todo va teniendo su traza en estas pequeñas y maravillosas piezas únicas.

Museo Thyssen-Bornemisza ¬ Paseo del Prado, 8 ¬ Madrid ¬ España
Hasta el 17 de febrero de 2013
www.museothyssen.org


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Saboreando celuloide: Comer, beber, amar vs. Vatel

por Federico Delgado

El cine es visual y auditivo. Y es una pena. Por mucho 3D que valga, no podemos tocar ni oler lo que salta de la pantalla. Nada han logrado los experimentos de proyecciones con olor ni las butacas mecánicas que simulan movimiento. Al final el cine es sólo lo que oyes, sólo lo que ves. 

A pesar de ello, el celuloide ha sido siempre gastronómico. Hemos asistido a banquetes y comidas frugales, a la mesa de los ricos y a la de los más pobres. Hemos visto cocinar un zapato y los dudosos manjares de la India profunda. Hemos cenado en restaurantes exclusivos y en tugurios infectos. Hemos, al fin, abandonado la sala hambrientos ante tanta suculencia. Por ello, hacer un recorrido por las mesas del cine sería casi eterno. Quedémonos con dos buenos ejemplos. 

Si buscamos la esencia gastronómica del lejano Oriente podemos volver a disfrutar de Comer, beber, amar, la hermosa y amabilísima historia rodada en 1994 por Ang Lee en Taipei. Nada mejor que acompañar a un gran cocinero, el maestro Chu, en sus cuitas familiares para vivir su obsesión por la cocina, la sofisticación con la que presenta carnes, pescados, sopas, postres y cualquier alimento que pasa por sus manos. O sonreír cuando vemos la desidia de sus tres hijas, hartas de excentricidades a la mesa.  

Con el maestro Chu nos sentamos en mesas atiborradas de manjares que apenas son probados por su prole. Lo vemos matar, desplumar, cocer, hervir, sofreír, asar, vaporizar, trinchar y tallar para crear increíbles platos. Observamos su modo de actuar como gran chef al arreglar un desaguisado en un banquete para cientos de comensales. Incluso, preparar con amor una minúscula tartera para que la hija de su vecina coma algo decente, y el alboroto ante sus compañeros de escuela por las maravillas que esconde. Sentimos el dolor y el candor de esas vidas que vemos pasar y que pocas veces nos abren sus puertas y sus cocinas. 

En Vatel, en cambio, cambiamos de continente, de época, de vida, de ambiente. El agasajo a la corte de Luis XIV nos enfrenta a otro modo de entender el arte del paladar. Vemos al intendente del príncipe de Condé desvivirse para deslumbrar al Rey Sol de todas las maneras posibles en una suma alucinada de sofisticación y escenificación. Llenar el buche de una aburrida y decadente corte itinerante de la Francia dieciochesca era un peligroso juego en el que Vatel se desenvuelve como pez en el agua.  

La afectación, el juego perverso de intereses, las intrigas palaciegas ante un plato de pichones en oscura salsa parecen ser la cara opuesta de la moneda de unas jóvenes y modernas chinas aburridas ante una sopa milenaria. Pero son partes de un mismo universo. Acompañar al maestro Chu o a Vatel entre fuegos, pucheros, aves, carnes brillantes, pescados coleantes y densas salsas nos invita al juego de imaginar esos olores que el cine escatima, pero la imaginación ensalza. 

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El MACBA: un nuevo espacio en el circuito de las artes de Buenos Aires

por María Inés Barone

Emplazado en el barrio porteño de San Telmo, el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA) abrió sus puertas al público el pasado sábado 1 de septiembre, con la presencia de figuras destacadas del mundo artístico que participaron del exclusivo cocktail de apertura.

El MACBA viene a sumarse al corredor cultural de esa zona vital de Buenos Aires que ha sido declarada recientemente “Distrito de las Artes” por el Gobierno de la Ciudad. Fue concebido para albergar la colección del empresario Aldo Rubino, que cuenta con un importante conjunto de obras representativas de las diferentes tendencias de la abstracción geométrica internacional, que ahora se ofrece para deleite del público.

Situado en la Avenida San Juan 328, el moderno edificio fue construido acorde a los actuales criterios museográficos; ha sido pensado y diseñado especialmente en función de exhibir la colección. La fachada presenta enormes paneles vidriados; la estructura de hormigón a la vista da un aspecto sólido y en su interior se disponen rampas para el desplazamiento entre los distintos niveles en que se ubican las salas de exposición. El planteo arquitectónico permite una visión simultánea de varios espacios, donde la iluminación natural es un elemento a destacar; el juego de luces que combina la luz artificial de las salas con los reflejos que provienen del exterior y atraviesan la transparencia de los paneles, dan un aspecto particular al ambiente. Las distintas ubicaciones que el espectador puede adoptar en el recorrido de los espacios de exhibición permiten una visión multidimensional de los mismos.

El equipo que llevará adelante el proyecto del MACBA, comandado por Aldo Rubino como Director Ejecutivo, cuenta con la presencia de su mujer, la arquitecta y curadora María Constanza Cerullo, y la Dirección Artística de María José Herrera, licenciada en Artes y curadora, que cuenta en su haber con una larga trayectoria en el Museo Nacional de Bellas Artes. El perfil profesional de los integrantes del staff en esta etapa fundacional promete una programación de gran calidad.

El flamante museo se perfila como referente ineludible en el mapa de las artes. Artistas de la talla de Víctor Vasarely, Kenneth Noland, Sarah Morris, Carlos Cruz-Diez, Julio Le Parc, Juan Melé, Eduardo Mac Entyre, Carmelo Arden Quin, Luis Tomasello, Alejandro Puente, Marta Minujin, Rogelio Polesello, entre muchos otros, conforman la nómina que da cuerpo a la colección. Los nombres que componen el acervo de obras del MACBA marcan las preferencias del coleccionista, que incluyen a destacados artistas en el campo del arte abstracto a nivel internacional, como también referentes en el terreno local y regional, dando lugar además a las expresiones más contemporáneas que abrevan en la primera vanguardia de la abstracción geométrica, cuyo centenario está pronto a cumplirse.

Con la muestra inaugural Intercambio Global. Abstracción geométrica desde 1950, curada por el estadounidense Joe Houston –actual curador de la Hallmark Art Collection, Kansas City, Missouri–, se inicia el programa de actividades del MACBA en su sede de San Telmo. Previamente a la apertura del museo, parte de la colección se presentó en exposiciones itinerantes en diversos puntos del país y también en el exterior, dando cuenta de los lineamientos que van a guiar el rumbo de la institución, expandiendo sus alcances para diseminar su patrimonio y ponerlo a disposición de públicos diversos.
La exposición, declarada de interés cultural por el Gobierno de la CABA, se inscribe en el derrotero que presenta la abstracción geométrica en sus diferentes expresiones, en los últimos sesenta años, “con especial énfasis en las contracorrientes de influencia entre artistas de diversos continentes”, según lo afirma Houston en el texto introductorio del catálogo. Allí, el curador explica que el planteo se organiza a partir de cuatro ejes: estructura, color, formato y cultura, aunque prontamente aclara que “esta organización está orientada a estimular, no a limitar, las interpretaciones de estas obras innovadoras”. En su discurso curatorial, Houston propone una visión que subraya las interrelaciones que acontecen respecto de las especificidades del arte abstracto inmerso en el contexto de la cultura global. Intercambio Global. Abstracción geométrica desde 1950, sintetiza los postulados que sostiene la propuesta del MACBA, un lugar destinado a propiciar la reflexión y la difusión de las diversas tendencias del arte contemporáneo –ubicando el eje en la abstracción geométrica–, y a estimular el conocimiento del arte argentino en el mapa local e internacional.

Con esta primera exposición, se abre un espacio destinado especialmente al arte contemporáneo, que acrecienta y enriquece la importante red cultural de la Ciudad de Buenos Aires, sumando un nuevo nodo en el campo de las artes visuales.

MACBA ¬ Av. San Juan 328 ¬ San Telmo ¬ CABA ¬ Argentina
www.macba.com.ar

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Salesman: Y primero fue el verso

por Alejandro Feijóo

De la primera película firmada por Auguste y Louis Lumière a la última de Joel y Ethan  Coen, los hermanos le han dado al cine tanto el esqueleto que lo convirtió en el séptimo arte como un revólver para vengarse del malo. Muchos hijos de sus mismos padres han sabido dirimir la competición vital de la fraternidad por medio de fotogramas inolvidables, ya sea en camarotes infinitos o mediante padres tiranos. Todos ellos (incluidos los Tres Chiflados), cada uno en su registro, confirman que a Caín y Abel, sobre todo al primero, les faltó algo de tempo narrativo. Por fortuna los hermanos Maysles no llegaron a los extremos de los bíblicos sino que se entendieron a través de una profusa filmografía documental cuyo repaso abarca semblanzas de la vida de Orson Welles o Marlon Brando, el elogio a la decadencia de Grey Gardens, o Gimme Shelter, el polémico concierto de los Stones en el que los Ángeles del Infierno apuñalan a un chico en cámara. Ante tales estaturas, Salesman puede colarse como obra de menor volumen; al cabo no es más que el retrato de un grupo de vendedores de biblias de Boston, con sus vidas vacías y sus trajes arrugados.

Como bien destapó Darwin y precisó más tarde Borges, las cuitas de Adán, Eva y progenie no son sino el sumun de la literatura fantástica; piensen que “lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología”, y eso que Gregor Samsa llega lejos en su hecho diferencial. Ante este paredón de la historia del hombre, Albert y David Maysles colocan al arquetipo del trilero, aquel cuya profesión apadrina el palabro vendebiblias para nombrar al charlatán, a quien se apoya en el relato para pisar y escalar. La confluencia arroja sombras, como es de esperar, pues si la huída a Egipto contribuye a sostener el discurso predatorio de los salesmen, este convierte a las páginas de arroz en una inspiración nada divina. La película (1968) es prácticamente equidistante en el tiempo entre Muerte de un viajante (1949) y Glengarry Glen Ross (1984), y al leerse como eslabón central aporta a la línea histórica un documento que, casa por casa, puerta a puerta, destripa lo humano sin más añadido que el estar ahí y mostrárnoslo.

El vendedor de Salesman se presenta en singular, si bien compone un equipo al que seguimos en sus coches, por los hoteles donde se alojan, en cada uno de los sofás que calientan con su verbo; a través de los no lugares que conforman sus puestos de trabajo. Reemplazan sus nombres propios por motes animales: el tejón, el zorro, el conejo, el toro…, y son listos o feroces, embisten al ama de casa retraída, a la familia irlandesa, al inmigrante recién llegado que mira desde abajo los peldaños de la escala social. Irrumpen en sus livings, marean a quien en la convención social ha de dejarse marear; les sacan varias jugadas de ventaja. Presionan, atacan donde duele, en los bajos del miedo banal, con la llave de la iglesia local como abrepuertas del rebaño. Por las noches llaman a sus familias desde el hotel y juegan al póker; apuestan billetes de un dólar, maldicen a los perejiles que no han firmado. Hay dinero ahí fuera y hay que salir a cogerlo, se escucha: la metáfora de la fauna. A la mañana siguiente podrá llover o nevar; y también irán a Florida y se tirarán de un trampolín. Pero la sádica guerra del vendedor continuará trazando el calvario de derrotas que culmina inciertamente en un triunfo único; un calvario intransferible y singular. Esta omnisciencia narrativa que adquiere la venta deforma el sueño americano hasta la caricatura. Y así la película se eleva sobre las pobres vidas con el vuelo del entomólogo social.

Como se explica en los créditos finales, los Maysles regresan a su ciudad natal para echar un vistazo a la gente con la que crecieron; entonces encuentran a los vendebiblias. Para seguirlos descabalgan la cámara del trípode y la suben al hombro –eso que ahora es el mainstream de las técnicas visuales. El blanco y negro amenaza; por sus poros respira el peligro. El sonido directo hace de banda sonora. Con estas herramientas mínimas, y un guión que se construye puerta a puerta, la narración subraya el anacronismo de un modelo familiar en extinción, las amas de casa con ruleros y en bata dejando pasar el tiempo hasta la cena; y una ceremonia para alcanzar al cliente que ha quedado hoy arrasada por la inmediatez de los mass media. Pero lo que Salesman conserva de actual tras la cortina del final de los años sesenta es la alienación monotemática del vendedor con la venta; la zanahoria sistémica tras la cual aguarda el palo de la miseria y el ocaso. Todo ello regado con el aroma a declive de una sociedad que, hoy como ayer, tiene la podredumbre a la vuelta de la esquina.

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Breves sobe tablas
por Verónica MIramontes

Cuando no haga falta el tiempo

Cuando no haga falta el tiempo, hipotéticamente, será quizás un momento de felicidad, de tranquilidad: las agujas ya no nos corren. Pero ¿habrá motor, pulsión que ponga a funcionar los mecanismos, muchas veces repetidos como una película que se rebobina y vuelve a empezar, que nos hacen perseguir sueños tan inútiles como apasionantes?

Un director de cine-arte intentando filmar a los tumbos, sin presupuesto, la película que cree que le devolverá el crédito que (quizás) alguna vez tuvo. Una actriz, su mujer, sosteniendo como puede, no sin contradicciones, el protagonismo y la carga de un rodaje lumpen, echa a andar algunos interrogantes que el mundo del arte plantea sobre el reconocimiento, el dinero, la producción comercial, los espectadores y el deseo de una estética propia, singular.

Bellos trabajos actorales de Agustín Romero y Eva Benito se combinan en esta puesta bien dirigida por Juan Luna.

 

Sueños rotos

Dos mujeres, dos espacios distintos, van y vienen entre el sueño y un despertar, intentando con mucha fuerza ir andando su propio camino, atormentadas muchas veces por otras voces femeninas en medio de momentos decisivos para el amor. Una a punto de iniciar una convivencia, embalando cajas y otras cosas que devienen en pesadilla, intentando dejar atrás el ensueño. La otra a punto de casarse, lidiando con una madre depresiva, poco atinada y hasta violenta en ciertas ocasiones y algunas otras mujeres pesadillescas en medio de una fiesta soñada. Entre ellas, el novio se presenta como una posibilidad de torcer el destino y las contradicciones y angustias propias de dar felizmente el sí.

Se destaca Carolina Marcovsky con un muy buen trabajo expresivo y sostenido a lo largo de la obra, en la que el universo femenino toma grandes decisiones respecto del amor.

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Muñecos del destino
por María Teresa Avellaneda

“La vida del hombre es como una puesta de marionetas... uno solo podrá deshacerse de las ataduras del destino”. Así reza el tráiler que presenta la nueva telenovela que transmite la TV Pública todos los lunes desde el 27 de agosto a las 23:30, ganadora del concurso de Series de Ficciones Federales. Infidelidades, estereotipos de patrones insensibles y trabajadores oprimidos con deseos de venganza; la chica humilde que enamora al hijo del dueño de la centenaria sedería tucumana, Naim Masmud, heredero playboy, cabeza fresca comprometido en casamiento por conveniencia. No nos ahorra nada que no pudiera darnos o que ya nos haya dado un melodrama de Thalia o Verónica Castro; sólo que esta novela da una vuelta de tuerca fellinesca, creativa, fresca: está protagonizada por títeres de tela. Todas las telenovelas son “cartón pintado”; atractivo cartón al que es difícil sustraer la simpatía con los personajes. En este caso, el guiño al espectador implica una apuesta más desafiante: es una invitación a creer en los dolores y dramas de muñecos. ¿Cómico? Como la vida: plena de comicidad. “¡Qué más da! Si somos todos muñecos del destino”, nos dice en su invitación. Muñecos, pero con acento tucumano, paisajes tucumanos y códigos de la vida de Tucumán, lo que aporta el elemento de verosimilitud necesaria para sostener esta ficción.

Esta telenovela es la escena sobre la escena pero el juego está blanqueado, revelado desde el principio. Las telenovelas clásicas, representadas con actores maquillados y vestidos adecuadamente al papel y al mensaje del personaje más allá del texto, todavía nos ayudan un poco a creer, nos tiran el hueso de la imagen humana: son actores, son personas, como los mismos espectadores; la imagen contribuye masivamente al efecto catártico, a la identificación. En esta telenovela la invitación es a pura ficción y fantasía, a puro juego con la ayuda de la presencia cultural y local de Tucumán que en su contraste es el anzuelo y aporta al efecto. El guión y la dirección están a cargo de Patricio García que pone en boca de los muñecos el acento y los modismos de la ciudad de Tucumán, la gracia de las empleadas de la sedería que le dicen a las clientas “¿Qué va a llevar, mami?” o la ironía de la farsante accidentada que le espeta a su desalmada e interesada madre: “¡Pero mamá…! ¡Se acaba de morir un tipo!”, cuando se alegra porque el nefasto acontecimiento acelera los plazos de su conveniente casamiento.

Los muñecos son responsabilidad de Rosalba Mirabella y merecen un comentario aparte: Rosalba es licenciada en Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, artista galardonada en varias disciplinas. Sus muñecos son títeres de tela con muy pocos rasgos faciales, ojos, dos o uno, algunos con bigotes, otros con bijou y poco más, pero están llenos de signos, guiños, más claros y directos porque son muñecos: la chica humilde y pequeña heroína de pelo celeste y chaquetita de corazoncitos; el inspector con bigote; pelo rojo para la desquiciada que está hecho de cintas enmarañadas cuando delira, por nombrar algunos detalles de la indumentaria y caracterización de los muñecos de gran maestría artística. Pero los guiños al espectador no terminan ahí. Los pequeños mechones de pelo amarillo de una accidentada, vendada como una momia, y su pequeño ojito celeste medio torcido y tapado con una venda; o una mosca enorme, de buscada desproporción, sobre un ataúd, nos hacen el chiste, la pirueta, prueban nuestra complicidad, como diciendo “¿Viste que es un juego….? Pero te lo creíste por el placer de jugar, porque somos marionetas….”. Fellinesco. Un homenaje a la telenovela.

En una de las escenas finales de E la nave va, Federico Fellini nos sorprende con una última e inesperada humorada que muestra la relación entre la película y el mundo del cine. La nave es atacada por un acorazado austríaco y se hunde sin remedio. Los pasajeros están entonando una ópera y no parece importarles el hecho de que el barco se esté hundiendo. En medio de esta confusión, Fellini se saca el último as de la manga: comienza a girar la cámara sobre su eje y nos muestra el set de filmación y finalmente su silueta detrás de la cámara; todo es ilusión: los balanceos del barco que se hunde los provoca una estructura mecánica; el océano es de plástico; el mago nos muestra el truco. La vida y el cine no son tan diferentes… Todos somos actores en un escenario, un set o un estudio donde se hace una telenovela… de muñecos.

TV Pública Argentina
Lunes a las 23:30 hs.

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