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El flamenco se canta con faltas de ortografía.
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Sonoridades

Love This Giant ¬ David Byrne & St. Vincent
4AD + Todo Mundo ¬ 2012
por Alejandro Feijóo


Si el redactor jefe de esta publicación hubiera restringido el uso de la palabra “versátil” sería prácticamente imposible presentar a David Byrne sin caer en el mejorable “renacentista” o en el impreciso “polifacético”. Pues qué si no talentosa versatilidad es lo que destila este señor escocés hoy sesentón que en los años setenta visitó el punk, en los ochenta rediseñó el pop tras coquetear con el ambient, en los noventa se dejó cautivar por el merengue y que en este siglo sigue ofreciéndonos piezas tan poliédricas como este Love This Giant, grabado de forma colaborativa con St. Vincent (nacida Annie Clark), una joven multiinstrumentista estadounidense llegada al mundo cuando Byrne acumulaba ya media docena de discos en su buchaca vital.

Mientras otros músicos y bandas envejecían al compás de sus repertorios embalsamados, testados una y otra vez en escenarios de todo el mundo, aquel flaco eléctrico que conocimos en Stop the Making Sense (vía Jonhattan Demme) crecía construyendo una carrera ecléctica, que avanzó en los bordes de la experimentación y el proyecto artesanal. Un patrón creativo que, a juzgar por el tacto de esta placa, no ha abandonado. Para empezar, Love This Giant fue creado bajo el signo de los tiempos: e-mails de ida y vuelta entre Byrne y Clark con apuntes de letras, bases rítmicas y arreglos deslavazados que fueron tomando cuerpo “democráticamente” sobre la base de composiciones conjuntas. A partir de entonces se fue construyendo un disco que cuenta con la militancia de la Orquesta Afrobeat Antibalas, una agrupación neoyorquina multitodo que se encarga de cubrir la línea de flotación de los temas con capas sonoras metalizadas.

El disco arranca con “Who”, el sorprendente tema de promoción que bascula sin conflicto entre la herencia del último Talking Heads y la línea vocal de St. Vincent. Los arreglos de viento resultan contagiosos, y si bien el primer impulso es el de hermanarlos con la etapa latinoamericana de Byrne, el suceder de las canciones devuelve una atmósfera más cercana a David Byrne (1994), el disco solista que publicó una vez consumado el divorcio con el merengue y la cumbia. No obstante, en más de un pasaje el oyente evocará la dupla creativo-matrimonial compuesta por Matthew Herbert & Dani Siciliano y su pico más alto, Bodily Functions (2001). Love This Giant tiene también alturas escalables, como la de la mencionada “Who”, la ascendente “I Should Watch TV” o la rítmica “The One Who Broke Your Heart”. Aunque lo cierto es que el trabajo pierde fuerza a medida que avanzan los temas y la miríada de saxos, tubas y trombones deja de sorprender. Y el gigante al que hace referencia el título se convierte en un peluche sonoro que presenta su candidatura a ser radiado. Pero, eso sí, con la versatilidad por bandera.

 

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American Gothic ¬ David Ackles
Elektra ¬ 1972
por Javier Martínez


American Gothic es un disco que bien podría haber ubicado a su autor, David Ackles, en un lugar destacado de la música contemporánea y, a la vez, estar en el podio de cualquier selección de los mejores discos de folk de la historia. Sin embargo –y a pesar del reconocimiento de la crítica de su época, de gozar del respeto de sus pares y de dejar su marca en la música pop inglesa–, pasó sin demasiada gloria por las bateas de las disquerías y quedó sepultado en el olvido de los grandes públicos.

Producido por Bernie Taupin, letrista histórico de Elton John, American Gothic contiene, anticipa y condensa muchos de los sonidos que caracterizarían a gran parte de la música angloparlante de comienzos de los años 70 en adelante, en ambas orillas del océano: coros que remiten al góspel y que resuenan al Elvis Presley de trajes blancos y flecos y brillos; la teatralidad sorprendente de Ballad of the Ship os the State, que parece colarse en la voz de los Floyd de The Wall; cortes melódicos; sonidos montados, orquestaciones majestuosas, intertextualidad sonora; sin dejar de recurrir a la comedia musical, el blues, el cabaret y otros sonidos más convencionales; sin abandonar el sesgo de la simpleza y la claridad, aún en algunas pocas curvas riesgosas.

Parido como un álbum conceptual, y sin necesidad de hacer gala de ello, es un fresco de los EEUU que recoge, en su espinel musical, los grandes temas que acuciaban (y aún lo siguen haciendo) a la sociedad yanqui: la guerra (de Vietnam), la prostitución, la marginalidad, el racismo; pero que también le da lugar a otras cuestiones cotidianas como los cantos dominicales de las familias en las iglesias, a delicadas canciones de amor que hablan del inicio de la intimidad, el deseo y la reafirmación del encuentro, y de los sueños comunitarios en un tema sobre la soleada California, ícono del paraíso del self-made man del país al norte de México.

Concebido, trabajado y creado en un par de años y grabado sólo en dos semanas, con canciones que candidatean al top ten, con líricas de alta intensidad y rasgos de frescura, con el aporte de músicos de la Sinfónica de Londres y las voces del coro del Ejército de Salvación inglés, American Gothic es un disco que merece ser rescatado del olvido, a la vez que una muestra viviente de la vigencia de un necesario clásico.

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Morphine: viaje al fin de la noche
por Martín Jali


En la palabra morfina, entendida más allá de la idea de narcótico o analgésico opiáceo, aparece cifrado el concepto de un paisaje extasiado y onírico, casi sonámbulo. Mark Sandman –hombre de arena, literalmente– confesó en una entrevista: “Mi apellido es como los castillos que hacen los niños en las playas. Siento que vivo de imágenes que se construyen y destruyen en un solo día. Como Morphine, tengo algo de ensueño”.

Sandman fue el ideólogo, líder espiritual y vocalista de Morphine, agrupación de culto oriunda de Boston, Massachussets, que configuró uno de los sonidos más particulares de la década de los 90. Es más: distanciándose del movimiento grunge, donde las guitarras tomaban el protagonismo sonoro, Morphine se convirtió en un trío experimental, influenciado por el free jazz, el blues y la introspección rítmica –la música entendida como generadora de estados anímicos– para conformar uno de los sonidos más interesante del underground de la escena norteamericana de fin de siglo y, más tarde, puentear la música del nuevo milenio: sin dudas el indie y el post-rock le deben muchísimo a Morphine.

A principios de la década de los 80, el tour de force de Sandman alrededor del mundo fue bastante curioso y ayuda a comprender algunas cosas: hay fotos suyas a bordo de un barco pesquero, recorriendo la costa Atlántica de los Estados Unidos, manejando un taxi, leyendo a Allen Ginsberg, visitando amigos, posando en la banqueta de un bar en Madrid, acodado a la barra en un pueblo desconocido, deambulando por una jungla en alguna parte de África. Al regresar a Boston, encaró un proyecto de rock y blues alternativo llamado Treat Her Right y más tarde, en 1989, dio forma a Morphine, quienes editan su primer disco, Good, en 1992. A este le seguirán otros tres: el extraordinario Cure For Pain (1993), Yes (1995) y Like Swimming (1997).

Las influencias que Sandman supo metabolizar son múltiples: el bebop y el blues más un descreimiento de los sonidos de su época, sumado a una línea interpretativa basada en la improvisación musical y líricas con un fuerte apoyo en la literatura, desde la Generación Beat hasta Paul Auster o Charles Bukowski. En este sentido, no es nada raro que Morphine haya participado, por ejemplo, en el soundtrack de Kicks Joy Darkness, disco tributo a Jack Kerouac. En relación a la música de la banda (en una entrevista que puede encontrarse en YouTube), Sandman explica: “No importa si no sale perfecto. Es más válido el sentido que la perfección. Eso es lo que me gusta del jazz de los años 50 o 60. Thelonious Monk, Miles Davis tienen muchos errores y no importa: se pasa y la música continúa. Me gusta eso. Es más vivo, más espontáneo. En las grabaciones somos más perfeccionistas y creo que no es bueno. Espero que en nuestros próximos discos tengamos más errores".

Morphine, entonces, es un combo que va desde John Coltrane y Miles Davis, pasando por los Pixies, para recabar en el salón de los crooners legendarios de la música contemporánea: Tom Waits, Nick Cave o Leonard Cohen. El resultado es un power trío seco, intimista, profundamente visceral y vampírico, donde a la batería de Billy Conway se le suma el bajo de dos cuerdas de Sandman –dos cuerdas que, tensionadas, producen casi la misma nota– y el saxo barítono de Dana Colley, quien en ocasiones lo intercambiaba por un saxo soprano, tenor o bajo. Las guitarras se vuelven completamente prescindibles y el saxo puede tomar la posta. Esta es una de las maravillas del sonido de Morphine. Otra son sus letras: paisajes nocturnos, shots trágicos, una poesía especialmente visual, creativa y tenebrosa. Por último, la voz arenosa, subterránea y profundísima de Sandman. El combo de Morphine es letal y funda una variable musical dentro de los estereotipos del rock americano: el low rock o rock intimista, como lo llamaba Sandman.

En 1999, en un concierto en Palestina, Italia, Sandman muere de un ataque al corazón mientras cantaba “Supersex”. Una muerte trágica, inesperada, que desmembró a la banda. Después de Morphine, Dana Colley y Billy Conway fundaron Twinemen junto a la cantante Laurie Sargent. De Morphine quedan discos de estudio, una serie de recopilaciones, grandes éxitos y un B sides que editó la banda en 1997. Se está preparando, además, un documental que repasa la historia de su líder: Cure for pain: The Mark Sandman story.

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Breves: Ellos sólo piensan en saxo


Las coincidencias musicales hicieron que en los reproductores MP3 ENEURísticos confluyeran varios saxofonistas que no sólo tienen en común el instrumento elegido sino que, además, carecen de un reconocimiento masivo. Un paseo por estos discos no es sino la prueba de tamaña injusticia estética.

 

Say what ¬ Phillipe Chrétien
Par Coeur ¬ 2004

En el año 1979, este músico nacido y criado en Basilea, Suiza, se encontró con el instrumento del cual nunca más se despegó, el saxo tenor. Sus inicios en las lides de la composición, el piano y la trompeta fueron junto a Chester Gill, un (ignoto para muchos) músico oriundo de Barbados que eligió la ciudad de Chrétien como lugar en el mundo. Poca y confusa es la data existente de herr Phillipe, sólo que ha publicado un puñado de discos solistas, que ha participado en muchos proyectos musicales grupales y que es considerado un gran músico sesionista. Por lo poco que puede apreciarse en su sitio web, le gusta definirse según las palabras del productor del sello Blue Note, Jack Kreisberg: "He's got a killer sound! (¡Tiene un sonido asesino!)". La potencia, la precisión, el clasicismo, la limpidez, la sensualidad, las inclusiones innovadoras y las rispideces que Chrétien despliega en Say What son un ejemplo clarísimo de tan vigorosa expresión.

 

A clear view ¬ Cornelius Bumpus
Broadbeach Records ¬ 1981

Cornelius Bumpus fue un talento precoz: a los 10 años ya tocaba el saxo tenor en su colegio y dos años después se incorporó a la que fue su primera banda, con la que tocaba danzas portuguesas en su California natal. De allí en más, la vida de Bumpus fue un dechado de buenos proyectos y reconocimientos como músico, más algún que otro traspié y una muerte inesperada. Nacido en los finales de la Segunda Guerra Mundial, a los 21 años andaba experimentando y afilando su sonido con Bobby Freeman. A finales de los años 70 se encontró siendo parte de una de las versiones de Moby Grape, emblemática banda de los años lisérgicos, y poco después, cerrando la década, pasó a engrosar uno de los tantos retornos de los Dobbie Brothers. Esa época fue en la que escribió, produjo y grabó su primer álbum solista: A clear view. Este vinilo fue el puntapié inicial de sus propios –bien concebidos y nunca exitosos– proyectos musicales, los cuales extendió hasta pasados los mediados de los 80, momento en el que se mudó a Nueva York y colaboró con varios grandes del jazz, el funk y el soul. Ya entrados los años 90 se sumó a Steely Dan, la emblemática banda de Donald Fagen y Walter Becker, con quienes tocó hasta que en 2004, en un vuelo hacia uno de los shows, sufrió un ataque al corazón que le puso fin a su vida a la edad de 58 años. A clear view reboza un clima de jam, con momentos de un altísimo vuelo compositivo, con líricas a las que bien vale dedicarle un tiempo y con un sonido que impregna, de esos que hacen que al escucharlo a la distancia uno sepa perfectamente quién es el que sopla el saxo que suena.

 

Willy Crook & Funky Torinos ¬ Willy Crook & Funky Torinos
dbn ¬ 1997

La biografía musical de Willy Crook, nacido Eduardo Pantano en la ciudad marítima de Villa Gesell, incluye colaboraciones con algunos de los más grandes músicos y las más influyentes bandas de las últimas décadas en ambas orillas del Atlántico, así como un par de teloneos que te la voglio dire, lo que puede resultar una verdadera tentación para definirlo a partir de esas relaciones. Sin embargo, el vuelo musical que este estupendo saxofonista le ha impreso a este disco merece intentar otros caminos y dejarlo crecer y desplegarse en nuestro reproductor favorito. Willy Crook & Funky Torinos, disco y banda cuyo bautismo dice de una elección de entre el amplio menú musical y de la pasión por el automóvil que le da origen al nombre, es la puesta en marcha de un camino que, vicisitudes de vida rocker mediante, es uno de los más interesantes y marginales de la escena argentina; aun con la voz desgarrada de Crook y otros rasgos sonoros clásicos; aun con los intríngulis de tempos que son populares como la voz de dios; aun hayan pasado 15 años de su edición, este es un disco que vale la pena conocer o revisitar; en síntesis, tomarse un drink, sentarse frente a los parlantes y disfrutarlo.

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Video sorpresa ¬ Björk: Venus as a boy

La islandesa grabó Debut hace casi veinte años. La placa lleva un nombre que no es gratuito, pues significaba su lanzamiento tras The Sugarcubes y el resto de germinaciones colectivas transcurridas desde sus inicios en la música. Quizá sea injusto afirmar que se trata de uno de los mejores discos de su carrera, dado que su enorme trayectoria está jalonada por registros que, por variados, resulta difícil cotejar. Pero en Debut encontramos títulos como “Human behaviour”, “Big time sensuality” o “Violently happy” que bien podrían resonar en cualquier antología. En este “Venus as a boy” la oímos un poco distraída, buscando la esencia del amor en el interior de un huevo, pensando en sus ambigüedades mientras crepita el aceite. Y el fuego al máximo. Vistos los resultados, la cocina no parece ser lo suyo, pues el huevo frito se le complica lo mismo que a cualquiera de nosotros el grabar un disco debut inolvidable.

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